La huella de Alejo Carpentier en la cultura cubana y mundial fue más allá de lo extraordinario. El Mar Caribe o de las Antillas es un referente ineludible en la mayoría de los cuentos, novelas y artículos del más universal de los escritores cubanos.
En algunos pasajes de su primera novela ¡Ecue-Yamba-O!, –publicada en Madrid en 1927–, no solo realiza un estudio y descripción sobre los ritos de la santería antillana sino que también habla de los ciclones que suelen azotar a Cuba y otras islas del Caribe, con mayor fuerza e intensidad durante los meses de septiembre y octubre. En este texto –cuyo título significa en lengua lucumí ¡Dios, loado seas!– el huracán ocupa un lugar fundamental.
Con la escritura, hace nueve décadas, de ¡Ecue-Yamba-O!, Carpentier sentaría los cimientos de una gran renovación literaria que más tarde lo llevaría a puestos inimaginables en el resto de sus obras.
Como afirma el ensayista Alexis Márquez Rodríguez, en la historia de los pueblos del Caribe los huracanes han tenido una tremenda importancia. La palabra huracán, no solo designa un fenómeno natural, sino que, además, se supone relacionada con fuerzas esotéricas, con deidades primitivas e incluso demoníacas. Así se puede apreciar en el siguiente pasaje de la novela:
Un vasto terror antiguo descendía sobre el océano con un bramido inmenso. Terror de Ulises, del holandés errante, de la carraca y del astrolabio, del corsario y de la bestia presa en el entrepuente. Danza del agua y del aire en la oscuridad incendiada por los relámpagos. Lejana solidaridad del sirocco, del tebbad y del tifón ante el pánico de los barómetros.
(...) Ya los ríos acarrean reses muertas. EI mar avanza por las calles de la ciudad. Las viviendas se rajan como troncos al fuego. Los árboles extranjeros caen, uno tras otro, mientras las ceibas y los júcaros resisten a pie firme.
Dentro de su columna «Letra y solfa» que vio la luz el 2 de octubre de 1952 en el diario El Nacional, de Caracas, Carpentier se refiere al huracán de 1927, de inusitada intensidad, que inspiró algunos pasajes de ¡Ecue-Yamba-O!:
(…) La Habana acepta, como algo normal, la fatalidad de un ciclón que, cada diez años —en promedio— habrá de caer sobre la ciudad, causando los consiguientes estragos. El correspondiente al año 1927 —el anterior se había arrojado de lleno sobre la capital en 1917— dejó una serie de fantasías tremebundas, como marcas de su paso: una casa de campo trasladada, intacta, a varios kilómetros de sus cimientos; goletas sacadas del agua, y dejadas en la esquina de una calle; estatuas de granito, decapitadas de un tajo; coches mortuorios, paseados por el viento a lo largo de plazas y avenidas, como guiados por cocheros fantasmas y, para colmo, un riel arrancado de una carrilera, levantado en peso, y lanzado sobre el tronco de una palma real con tal violencia, que quedó encajado en la madera, como los brazos de una cruz.
En El Siglo de las Luces (1962), vuelve a aparecer el tema del huracán con un mayor desarrollo literario. Advierte Márquez Rodríguez que en la trama de esta novela la escena del ciclón se convierte en punto de giro dentro de la secuencia argumental. A partir de ella los hechos cambian de rumbo como pudiera suceder en un buen guion presto a ser llevado al cine.
De su obra cumbre, publicada en México afirma Carpentier: “El Siglo de las Luces contiene una verdadera sinfonía del Caribe. En esta novela he querido darle a la naturaleza una importancia extraordinaria; en muchos capítulos los personajes han desaparecido para ceder su lugar a una prosa totalmente descriptiva: la descripción lo invade todo como en las obras del pintor Portocarrero”.
Noventa años cumple el libro ¡Ecue-Yamba-O!; cinco décadas y media, El Siglo de las Luces. Cualquier pasaje de ambas obras pudiera ser escrito aquí y ahora tras el paso por el Mar de las Antillas del poderoso huracán Irma.
Tal es la vigencia de la prosa de nuestro Premio Miguel de Cervantes y Saavedra (1978) quien lega para las futuras generaciones de caribeños su particular visión sobre un fenómeno que cada año deja una estela de muerte y desolación. Los huracanes se reciclan en espiral eterna, siempre diferentes y siempre iguales.
Un hombre de su cultura enciclopédica fue capaz de mimetizar la sensualidad de la naturaleza antillana –a pesar del paso arrollador de los ciclones por el Mar Caribe–, donde sus hombres y mujeres se vuelven a levantar cada año con el orgullo de ser herederos de un universo mítico, onírico, sonoro y sensorial, propio de quienes habitamos en estas islas.
Rafael Rodriguez Cruz
27/7/20 14:22
Saludos: Mi nombre es Rafael Rodriguez Cruz. Soy boricua. He escrito, precisamente, sobre la importancia de los huracanes en la poesía negrista de Palés. También sobre la temática del mar en Palés. Voy a leer a Carpentier, enfocando en la perspectiva que sugiere. Le envío dos enlaces para mis escritos sobre los huracanes, Pales y el mar. Cualquier comentario sería apreciado. En 2014 gane el primer premio del concurso ‘Una especie en peligro de extinción’, con un ensayo de tema ambiental (El Coyote y su bol de polvo). Rafael
https://rebelion.org/el-huracan-del-tropico-y-la-poesia-antillana-de-luis-pales-matos/
https://www.80grados.net/el-mar-en-la-poesia-epica-de-llorens-y-pales/
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