“Siempre hay un roto pa un descosío”, decían mis abuelas cuando veían a alguien sin condiciones aparentes para mantener una familia o conquistar a una pareja (a partir de los criterios tradicionales de cada época), o alguien perdía su matrimonio y debía salir de nuevo al “mercado del amor”, con ciertos golpes por curar dentro y fuera o algunas bocas extras que alimentar.
Así dijeron del primo tarambana que tanto disgusto dio a su madre por “líos de falda”, y terminó casándose con una divorciada que le parió dos hijos, y casi tres décadas después siguen juntos.
Así murmuraban de la menos agraciada de las primas en cuanto a físico, con un corazón enorme y una dulzura a prueba del tiempo, que también se casó y tuvo hijos y nietos sin perder el buen carácter, mientras las demás, por ley de vida, fuimos perdiendo el esplendor de forma y la tersura de la piel.
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Así escuché decir de un vecino cuya familia renegó por mucho tiempo de su orientación sexual, y luego su joven pareja se encargó de la madre del susodicho cuando cayó enferma.
Tengo miles de ejemplo, y ustedes también… Hay muchos rotos y descosidos a nuestro alrededor, y aunque semánticamente la frase no tenga mucho sentido, no deja de ser cierta su metáfora: siempre hay alguien que vibra con tu energía, un alma buena que le ríe los pujos al chistoso sin gracia; un hombre diligente que se entiende con la mujer poco expresiva; un buscador (o buscadora) de tesoros que ve ternura donde otros sólo ven una lija sin usar.
Mientras la gente arma sus planes para el nuevo año y saca cuentas de los logros y pendientes del que casi acaba, no pocos piden (a quien toque pedir, según sus credos) una pareja adecuada para compartir la vida… o al menos para disfrutar un par de revolcones de vez en cuando, con buen sabor y mejores recuerdos.
Igual pienso que los “rotos” deberían hacer un esfuercito por recomponerse antes de salir a buscar, y si no quedan igual, al menos cultivar ese encanto que deja la resiliencia, y explotar esa otra faceta filosófica que nos dan los palos de la vida, cuando aprendes a usarlos en la fogata del mejoramiento humano.
En cuanto a los descosidos, a mi modo de ver la diferencia es que sus heridas no son sorpresivas, sino el resultado de una decisión (dolorosa, sí, pero propia), y ya con eso el camino para sanar se hace más corto y la capacidad de ayudar se multiplica, porque no suelen aconsejar desde la fría academia o las fútiles novelas, sino desde el “yo pude, y tú también podrás”.
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Muchas parejas que funcionan muy bien están armadas con seres descosidos: gente que ya tuvo lo suyo y aprendió a superarlo con optimismo y buen humor, y entre puntada y puntada se acompañan para cerrar las brechas por donde el ego insiste en supurar.
¿Y qué pasa cuando se encuentran dos rotos? Fácil de imaginar… O tal vez no, porque la vida es un cachumbambé de varios giros; una noria, para hablar en propiedad.
He visto rotos unirse para seguir cocinándose en su salsa de lacrimógena autopiedad. Los he visto probar fuerza y competir, a ver quién está peor, o quien puede vengarse con el nuevo inquilino por todos los daños causados por el anterior…
También los hay que repiten la dosis de miseria una y otra vez y aseguran tener la peor suerte del mundo, como si las parejas tocaran de sorpresa y no tuvieras en ese proceso ni una pizca de saludable elección.
Y los hay, sí señor, que se reconocen en sus múltiples roturas, se tratan con respeto desde el principio y se ayudan mutuamente a sanar, paso a pasito y con delicadeza, cada uno a su tiempo y en su propio camino… y un buen día se redescubren sanos, sólidos, reconstituidos, listos para mostrar a otros que no hay nada imposible cuando enhebras tu vida con buenos hilos de amor.
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