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jueves, 17 de octubre de 2024

El ritmo de Carpentier

La literatura llega con Carpentier a una madurez que no se ha visto luego en Cuba…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 16/10/2024
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Alejo Carpentier -Escritor cubano
Carpentier ha sido el impulsador de la estructura musical en la literatura y en esa línea hay que situar obras de una lectura irreverente de la historia del arte como lo es Concierto Barroco.

Siempre queda algo que hablar sobre Carpentier. No solo hay que mencionar las obras icónicas, sino su cercanía con la gente. Pareciera que el escritor que junto a Lezama hizo del neobarroco su expresión por excelencia no estaría interesado en que se le entienda, pero lo cierto es que él creó un ritmo a partir del cual podemos decodificarlo y colocar esos matices a debate.

 

Carpentier ha sido el impulsador de la estructura musical en la literatura y en esa línea hay que situar obras de una lectura irreverente de la historia del arte como lo es Concierto Barroco. Para el autor, no solo está la necesidad de expresar lo nuestro americano, sino de que ello sea validado en los códigos de una alta cultura que no se distancia del pueblo, que va al pueblo y que finalmente es pueblo.

 

El escritor de élites reflejó al hombre y la mujer diversos en su más entrañable espectro y por eso podemos construir toda una consecuencia positiva a partir de las imágenes sin duda poéticas. Si Lezama era la desmesura que halla en la belleza su éxtasis, Carpentier era la razón cartesiana que se expresa a partir de la metáfora.

 

Y es que a veces, cuando nos acercamos a esas obras, creemos que hay que pasar por todo un periodo de formación riguroso, pero nada más alejado de la realidad. La construcción del universo de lo narrado ha tenido en cuenta la existencia de los planos de perspectiva y así un obrero puede leer a Carpentier y sentirlo cerca, tanto como si lo hace un académico que estudia determinada área de la literatura, la lingüística, el discurso, la historia o la ideología.

 

Hay calidez en las obras, hay una luz que persiste en no dejar zonas oscuras ni sitio al desasosiego. En ese mismo sentido, Carpentier desata la catarata de imágenes que, no obstante, no se desbordan, sino que fluyen en un diseño original, único, evidentemente sabio. Nadie niega que el autor en ocasiones es difícil, que la propuesta de sus obras se sitúa más allá de la simple anécdota y que en realidad lo que busca con las tesis lanzadas es cambiar el mundo. A la vez, se trata de un escritor universal que se resiste a la localidad insana, pero que va hacia el universo y posee fuerza para conquistarlo. Pero, prefiere lo apacible de la vejez, la gloria definida entre los suyos como un mérito superfluo y el viaje hacia las zonas más íntimas de la literatura desde un prisma barroco, culto, único, insular.

 

Hablando de insularidad, ese aspecto fue en Carpentier algo más marítimo caribeño que propio de las tierras firmes. En más de un pasaje nos adentramos en una traslación a partir de las metáforas que es también un movimiento en el espacio. En todos esos sentidos, lo que nos provoca es una necesidad de conocimiento aguda que no se sacia con la simpleza de un ejercicio retórico.

 

La literatura llega con Carpentier a una madurez que no se ha visto luego en Cuba, a pesar de que surgen conatos de fuerza que a veces derivan hacia fogatas moribundas. A la par de otros como Borges, Donoso, Fuentes; nuestro héroe de las letras no deja ninguno de los aspectos de la realidad intratados, sino que se casa con una visión unificadora del ser y existe allí una visión filosófica que no se expresa con conceptos, sino a partir de la acción dramática, los personajes, la poesía y la construcción de atmósferas ilustradas.

 

Esa imagen inicial de El siglo de las luces en la cual una guillotina viaja a América en un barco nos traduce la fuerza de la razón a un lenguaje entendible y a la vez nos demuestra la fealdad de los procesos, su peor rostro, su pesimismo aún en medio del cambio. Y es que hay que analizar una dimensión mitológica en todo esto, una que no se detiene en la narración, sino que construye un mundo.

 

Para Carpentier no era que la licantropía entrañara una visión de la naturaleza y del hombre, sino que era un punto de vista válido en el entendimiento de la historia. De esa manera, el hombre americano se sitúa con sus valores en la cúspide de la construcción cultural y es capaz, conscientemente y sin transmutarse en su contrario, de persistir en la resistencia y en el triunfo.

 

En ese mismo sentido, el viaje hacia el mito le permite al lector que anide en los libros de esta figura, una experiencia diferente en la cual vemos nacer y morir la belleza de lo irreal. Con esto me refiero a la posibilidad de que lo fantástico coexista con nosotros, juegue un rol, deshaga los caminos de la rigidez y se asuma como lo que es: una realidad más.

 

No existe en las obras una visión que quede en la incorrección ni el disparate, no podemos excluir a los hombres de esos siglos reflejados por Carpentier de la inmensa savia humana que nos enriquece.

 

Entonces, ¿qué otra ganancia nos propone el autor? La de cruzar las eras y no quedarnos inmóviles. De eso se trata cuando nos adentramos y vemos en su esencia no solo el poderío de una literatura capaz de hacernos más auténticos, sino en el instante en el cual hemos consumido toda la mediocridad y el ritmo de Carpentier se ha impuesto.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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