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martes, 5 de noviembre de 2024

Un santo, de luna de miel en Cuba

El superhombre que pronto se aplatanó, comiendo mangos y vistiendo guayaberas...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo en Exclusivo 20/05/2020
2 comentarios
Alexander Fleming-Amalia
Los recién casados Alexander Fleming y su esposa Amalia Koutsouri-Voureka .

Acaba de concluir la matanza. Sí, la Primera Guerra.

Cierto joven, quien había estado en la contienda en calidad de capitán médico, regresa a su puesto en St. Mary’s Medical School,  de la universidad londinense.

Es un galeno escocés, Alexander Fleming (1881-1955), muy interesado en la bacteriología, la quimioterapia y la inmunología.

En 1928, cuando va a partir de vacaciones, Fleming deja en su laboratorio unas placas inoculadas, para que creciera cierto tipo de bacterias patógenas, los estafilococos.

Al retorno, el 3 de septiembre --¡hay que anotar esa fecha!--,  encuentra  que en una de las placas ha prosperado un moho, Penicilium notatus, alrededor del cual  las bacterias están muertas.

Se acercaba un salto colosal. Íbamos a abandonar la paleolítica caverna preantibiótica, para ingresar en una época novísima. En la cual no habría que morir por un simple forúnculo. O podrirse de gonorrea como consecuencia de una madrugada juerguística. O sucumbir a causa de una herida infectada, como él  lo presenció entre los infelices soldaditos de la primera contienda.


Alexander Fleming científico británico famoso por ser el primero en observar los efectos antibióticos de la penicilina. (thoughtco.com).

Después, claro está, vendrían los honores. Desde el título británico de sir hasta el Premio Nóbel.

No obstante, sospecho que la más encumbrada condecoración él se la autoconfirió. Fue cuando alguien –seguramente con un signo de libra esterlina grabado como un  tatuaje en la frente--  trató de convencerlo para que patentizara el hallazgo. La respuesta de aquel ser orlado de santidad fue: “¿Se le ha ocurrido a alguien patentar al sol?”.

Pero, ahora…

VAYAMOS A LO NUESTRO

Pasó el tiempo. Bastante.  Suficiente como para que el joven capitán médico ahora cuente con 71 otoños.

Lo cual no le va a impedir abandonar la viudez  y contraer segundas  nupcias con la bella Amalia Koutsouri-Voureka (1912-1986), doctora en medicina y bacterióloga griega, colaboradora suya,  a quien aventaja en una treintena de años.

Y la flamante pareja sale en viaje de luna de miel. ¿Hacia dónde? Pues su destino es la Perla de las Antillas.

Cuando aquí arriban – el viernes 17 de abril de 1953--, como era de imaginar, se forma una barahúnda, lo mismo entre los muchachos de la prensa que en el mundo académico.

Lloverían homenajes y condecoraciones. Pero, entre  todas aquellas muestras de respeto, hubo una que a él lo conmovió especialmente. Al pagar un almuerzo, la empleada rechazó la propina. (Sollozante, aquella cubana le dijo que él, gracias a la penicilina, le había salvado la vida a un hijo suyo).

La embajada británica les tenía reservado alojamiento en el Country Club, pues lo consideraban el súmmum de lo aristocrático en La Habana. Pero Fleming –hombre de buen gusto--  se va subrepticiamente hacia el delicioso Hotel Nacional.

Protagoniza una segunda escapada. Cunde la alarma. Hay hasta quienes sospechan que ha ocurrido un secuestro.

Se han ido para Varadero, donde el escocés se pasa tres días bajo un sombrero de yarey. No deja de observar allí a nuestras beldades femeninas. Después iba  a comentar: “¡Había oído hablar tanto de las palmeras de Cuba!  Y con razón. Se me antojan como estas mujeres con la cabellera suelta”.

Aquí anduvo, según dice mi pueblo, tira’o pa’ la calle’el medio. En las cuevas de Bellamar o en Tropicana. Degustando mangos o helados de tamarindo. Y ataviado con una guayabera.

Queridas amigas, amigos dilectos: en estas líneas, aún ha quedado pendiente una respuesta:

¿POR QUÉ ESCOGIERON A CUBA?

Margarita Sofía Tamargo Sánchez  (1915 -2005) en 1939 culminó sus estudios de Farmacia en la universidad habanera. Cinco años antes de la visita de Fleming a Cuba, recibió una beca por el British Council –primer  y único caso entre nuestras compatriotas--,  que la destinó al londinense  Wright-Fleming Institute of Microbiology, encabezado por Fleming.  

Pronto entre la habanera y el escocés surgió una cordial relación.  Hasta el punto de que él --siempre tan dado a la broma--  la apodaba mi manager  o la generala, pues era ella quien tomaba las decisiones.

Y, entusiasmado por lo que Margarita le contaba y le describía, fue cayendo bajo el embrujo de una Cuba que aún no conocía.

Una última observación: todos los que lo trataron describen a aquel sabio como “un niño grande”: alegría, risa incontenible, sencillez de corazón, transparencia, joyas que hay quien pierde rebasada la infancia.

¡Aprendan de aquel coloso muchos que andan por ahí con la nariz empingorotada, estirados como si hubiesen engullido una estaca!


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).

Se han publicado 2 comentarios


Pablo Enrique
 3/6/20 9:45

Bello articulo...gran final...

ERNESTO
 21/5/20 10:34

COMO SIEMPRE ARGELIO,TODO LO QUE ESCRIBES,  ESTA ESCAPAO...UN CORDIAL SALUDO

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