Aunque entre la esclavitud y el racismo existe una relación esencial, son fenómenos diferentes. Ningún ejemplo mejor que Estados Unidos, donde desde 1865 se abolió la esclavitud sin haber podido evitar la supervivencia del racismo, único problema con potencial para desestabilizar al país, y que tras dos siglos de debate, una guerra civil, tres enmiendas a la Constitución y un poderoso movimiento por los derechos civiles, no logra una solución integral.
La cuestión de la esclavitud fue la “manzana de la discordia” de los debates que culminaron con la proclamación de la Constitución en 1790. Lo máximo que en aquellas jornadas alcanzaron los anti esclavistas fue un pronunciamiento según el cual, pasados 20 años, el Congreso podía prohibir la “Importación de personas”, es decir la trata de esclavos: “El Congreso ̶ dice la Constitución ̶ no podrá antes del año 1808 prohibir la inmigración o importación de aquellas personas cuya admisión considere conveniente cualquiera de los estados… …” En 1810 el legislativo utilizó esa facultad. Aritméticamente, al no ingresar nuevos esclavos, en cierto número de años la esclavitud desaparecería.
La cláusula no resolvió la cuestión de fondo, sino que la hizo más perversa. La prohibición de importar esclavos sin abolir la esclavitud explica por qué los dueños de esclavos norteamericanos eran más benevolentes con sus “piezas”, a las que cuidaban mejor que sus colegas de Las Antillas, incluso les permitían constituir familias y “reproducirse”. Un dato lo explica todo, habiendo ingresado seiscientos mil esclavos, Estados Unidos llegó a poseer más de cuatro millones. En realidad los criaban como ganado.
LA LUCHA CONTRA LA ESCLAVITUD
La lucha contra la esclavitud en Estados Unidos precedió más de un siglo al combate a la discriminación racial, y comenzó por el movimiento abolicionista iniciado alrededor de 1830. Los abolicionistas trataban de persuadir a la sociedad de que los esclavos podían comportarse correctamente, incluso los hubo que trataron de probar que la esclavitud era un “mal negocio”. El problema de la esclavitud dividió al país, provocó el movimiento cesesionista y la Guerra Civil, que al precio de casi un millón de muertos, hizo posible la entronización de la 13° Enmienda a la Constitución, que en 1865 eliminó la esclavitud.
Al separarse del país y constituir otro Estado, los estados secesionistas se convirtieron en enemigos de los Estados Unidos, que al derrotarlos, los convirtió en “territorios ocupados”, en los cuales se aplicó una política llamada de “Reconstrucción”, encaminada a su reinserción en la Unión. Ese período se prolongó hasta 1877, cuando el presidente Rutherford Hayes retiró las tropas federales.
Al retomar el poder, los amargados blancos sureños no podían desconocer la 13° Enmienda, que les impedía poseer esclavos pero no los obligaba a aceptar a los negros, a quienes repudiaban aún más que antes. La Guerra Civil resolvió el problema de la esclavitud pero agravó el de la discriminación racial. La segregación, que se prolongó hasta los años sesenta, fue la venganza de los esclavistas derrotados.
¿Por qué la nación norteamericana, que alcanza los más altos grados de civilización material, cuya cultura es apreciada en todo el planeta, y que ha dado muestras de rechazo al racismo eligiendo a un presidente negro, no logra neutralizar el odio de un sector que puede precipitar al país a una catástrofe social? Probablemente la movilización social de esa mayoría sea la respuesta. Combustible y argumentos hay. Falta el liderazgo. Allá nos vemos.
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