Desde pequeño, siempre soñé con las historias de aquellos ninjas, o determinadas personas que vivían con habilidades extraordinarias, y que llegaban a la pantalla de mi televisor, capaces de trepar paredes, saltar techos o alcanzar velocidades extremas sin herramienta alguna, solo con su cuerpo.
De grande, mirando el mundial de atletismo que se celebra por estos días en Budapest, imagino a un joven, quien apenas me supera en un año, brincar el techo de mi casa desde el suelo, con el solo uso de una vara. Ese personaje es real: no lo sacó Hollywood ni Marvel. Es de carne y hueso, lo que hace que sus proezas sean más incrédulas. Se llama Armand Duplantis.
El otrora imperio creado por los vikingos entre el año 793 con el saqueo del monasterio de Lindisfarne, y el 1066, año en que muere Harald el Despiadado, puede presumir de haber descubierto buena parte del mundo, menos el cielo. Años después, un muchacho nacido en Norteamérica, pero devenido en sueco, decide sacar la casta de sus antepasados y presume de la nueva conquista.
Acostumbrado a aburrirse en el banco, charlar, mirar al infinito o comer algo ligero, ayer decidió romper su rutina. En Budapest, donde los súper atletas han sufrido malos días (sino pregúntenle a Yulimar Rojas), no dejó chance a la casualidad y se apuntó a la primera altura (5,55 metros), brincándolos como quien salta el contén de la acera para cruzar la calle.
Renuncia al 5.75 y volaba, con la solvencia insultante de más de 20 centímetros entre su cuerpo y la varilla, los 5.85; altura que marca una purga en la decena de pertiguistas que participan en una final.
Mondo, sin tener ese físico descollante, o ser el atleta que se roba el show de las cámaras y micrófonos, desde niño mostraba aptitudes. Con solo 7 años superó los 3 metros, con 9 los 4, con 13 los 5, y con 18 los 6.05. Actualmente, su único rival son los récords mundiales que impone temporada tras temporada: un hobbie que tiene en el bastante tiempo libre que le permite su deporte.
La final fue avanzando, y ya solo quedaban cuatro contendientes. Sin embargo, llegados los seis metros uno se resistía: Ernest Obiena, un filipino que saltó la altura y se va feliz con un número mágico que representa récord en su área y que le da la medalla de plata…porque el oro tenía y tendrá dueño por un largo tiempo.
Finalmente, Duplantis se encuentra solo, algo a lo que está habituado. Aunque sea un hobbie, su único y verdadero rival, sin menospreciar a nadie, es el cielo. Hace unos meses, puso nueva cota máxima, saltando 6.22 en Francia, y ahora, en Hungría, busca ampliar un centímetro más.
Dos fallos previos en 6.23, y queda un intento. El estadio es un hervidero de aplausos, todos pendientes a él; saben que pueden ser testigos directos del acto. Mondo sujeta la pértiga. Inhala. Exhala. Conoce de sobra el momento. Mira la altura de la varilla sin vértigo alguno. Emprende la carrera y brinca. No obstante, la barra cae y por consiguiente la competencia.
El sueco ni se inmuta. Viéndole su rostro, no sabemos si está feliz por ganar otro oro, o decepcionado por haber sufrido una derrota ante sí mismo. Se conforma con hacer un gesto de aprobación, muy escueto. Sabe que no fue el 26 de agosto, pero muy pronto, obtendrá su revancha. Lo sabe. A fin de cuentas, a sus 23 años, el cielo ya dejó de ser un límite.
Men
30/8/23 20:02
Es un fuera de serie
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.