A las puertas del llamado Súper Martes, a realizarse el cercano 3 de marzo en los Estados de California y Texas, el septuagenario y tenaz aspirante a la candidatura demócrata para los comicios presidenciales de noviembre, Bernie Sanders, aparece en punta en la lucha por llevarse el pato al agua.
Con un persistente discurso progresista que sin dudas eriza el pellejo de los segmentos más conservadores y tradicionalistas dentro del partido azul, a la vez que electriza y convence entre las bases de esa misma agrupación a los llamados “indecisos” con relación a quién otorgar su voto, Sanders se ubica por el momento como la figura que podría oponerse a la obsesa intención reeleccionista del actual inquilino de la Oficina Oval.
En un espacio de puja que llegó a sumar más de dos decenas de precandidatos, el aspirante en punta se muestra como todo un lúcido veterano en la lides por encabezar la boleta demócrata, la cual será decidida finalmente en la Convención Nacional programada entre el 13 y el 16 de julio en la ciudad de Milwaukee, en el Estado de Wisconsin.
Experimentado, con una campaña pagada esencialmente por donaciones de los sectores modestos de la sociedad, y promotor de ideas que proyectan un cambio en las prácticas capitalistas y monopolistas que han creado enormes desigualdades internas e inmensos dislates externos, Bernie Sanders parece haber calado a fondo entre los ciudadanos menos favorecidos y a la vez ahítos del perpetuo cambalache de mando entre dos organizaciones políticas que solo suelen mutar las formas y dejar intactos los contenidos.
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Así, Sanders se agenció triunfos claves en las recientes primarias de Iowa y Nevada, y aparece como favorito para repetir el festejo en California y Texas a inicios de este marzo, dejando bien atrás al inicial candidato del tradicionalismo, el exvicepresidente Joe Biden, y a otras figuras más novedosas, como el joven alcalde Peter Buttigieg, el multimillonario Michael Bloomberg, o su colega en el senado Elizabeth Warren, entre otras.
De todas formas, para el congresista por Vermont el camino es todavía largo y trabajoso, sobre todo por la persistencia de dos factores claves. El primero tiene que ver con el alto número de aspirantes a la investidura demócrata para enfrentarse a Donald Trump, lo que tiende a promover divisiones en cuanto a preferencias a partir de la diversidad de propuestas y de no pocos intereses encontrados entre quienes han manejado por muchos años las riendas del partido azul. El segundo elemento, y justo en esta última cuerda, apunta a las presiones que, a no dudar, los segmentos partidistas tradicionales seguirán haciendo en las filas de esa agrupación política con el propósito de favorecer a los aspirantes menos progresistas.
Vale recordar en este sentido que hace cuatro años Sanders fue impulsado a ceder espacio a favor de la nominación de Hillary Clinton, la candidata de la cúpula demócrata, finalmente derrotada por Trump. No obstante, según algunos analistas, aun cuando esta puja intestina sigue vigente, el potente arranque de Bernie Sanders y la innegable aceptación que tiene entre grandes masas de electores podría obligar a la máxima dirección partidista a considerar al menos si sede en sus reservas y se juega la carta con el aspirante más votado hasta ahora, o asume la segura bancarrota de optar por otro representante con menos arraigo que solo comporte un cisma interno de orden fatal en la carrera hacia el control de la presidencia, frente a un Donald Trump capaz de todo por lograr un doblete en la Casa Blanca.
En consecuencia, queda mucho por recorrer y por ver en ese circo cuatrienal que constituyen las elecciones presidenciales norteamericanas, para nada exentas de los más escandalosos traspiés, encontronazos, golpes bajos y manejos dilatorios e indecentes, todos encaminados a que los que hoy mangonean lo sigan haciendo, no importa a que bando digan representar.
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