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martes, 19 de noviembre de 2024

En claves: 11 de septiembre en Chile

El asesinato de Salvador Allende, el desmontaje del proyecto de la Unidad Popular (UP) y el ascenso del régimen de Augusto Pinochet fueron los puntos de inflexión que marcaron a Chile tras el fatídico 11 de septiembre...

Marisleidys Concepción Pérez en Exclusivo 11/09/2021
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Salvador Allende-Aniversario-Muerte
Los cambios en Chile se detuvieron con el asesinato de Salvador Allende en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, hace hoy 48 años.

Si nos referimos a la historia contemporánea de Chile, el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 no puede dejar de mencionarse. A casi cinco décadas de este acontecimiento volvemos a rememorarlo por la importancia que tiene no solo para el Cono Sur sino por los giros que implicó tanto en la izquierda latinoamericana como al interior de este país. El asesinato de Salvador Allende, el desmontaje del proyecto de la Unidad Popular (UP) y el ascenso del régimen de Augusto Pinochet fueron los puntos de inflexión que marcaron a Chile tras el fatídico 11 de septiembre.

Para entender dicho acontecimiento debemos remontarnos al triunfo de la Revolución Cubana. Proceso que condujo a un cambio de sistema político que, si bien era repudiado por varios sectores, imponía un nuevo modelo de democracia que alentaba a los movimientos insurreccionales. Sin embargo, su radicalidad le provocó una oposición directa dentro del área en un contexto de Guerra Fría marcado por la lucha contra el comunismo y el miedo a su difusión. Por ello, desde las alianzas con la Isla hasta las apuestas por reformas se consideraban un peligro para la seguridad latinoamericana y a su vez de Estados Unidos. Ni la política de Alianza para el Progreso pudo contener ese “miedo al comunismo”. Estas cuestiones nos permiten entender cómo durante la década del sesenta e inicios del setenta, la intencionalidad de Washington no solo estuvo en quebrar el proceso cubano sino en evitar que se replicara. Por ello, el respaldo que le dio tanto a regímenes autoritarios anquilosados como a los emergentes, en detrimento de los movimientos progresistas del área.

Desde finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta se produjo en América Latina el ascenso de gobiernos de corte militarista, pero al mismo tiempo nacionalistas. A diferencia de las estructuras precedentes, tenían una orientación manifiesta por las problemáticas al interior de sus países como evidenció el reformismo militar en Perú con Juan Velasco Alvarado y Omar Torrijos en Panamá. Experiencia que también se hizo extensiva a Ecuador con Guillermo Rodríguez Lara, a Bolivia con Juan José Torres y Osvaldo López Arellano en el caso de Honduras. A pesar de las diferencias que se puedan determinar en cada caso, lo cierto es que hay elementos de homogeneidad desde el interés creciente por lo nacional que se observa a partir de la expropiación de las empresas transnacionales hasta proyectar una política soberana e independiente. A pesar de las reformas, lo que se pretendía era reorientar la política estatal en cuanto al capital privado y extranjero. Asimismo, declarar las nacionalizaciones de varios recursos económicos no implicaba un abandono de los compromisos internacionales que se habían suscrito previamente.

Dentro de estos cambios también se insertaba Chile tras el ascenso de Salvador Allende a la presidencia en 1970. Su discurso tuvo desde los inicios un enfoque populista que se constató en las apuestas de la Unidad Popular (UP) por un proyecto político de inspiración socialista. Sin embargo, como mismo podemos identificar a Allende como un exponente del populismo latinoamericano, es importante apuntar que su discurso tuvo en ocasiones un tono moderado pues se enfrentaba a una sociedad tradicionalista y ultraconservadora. Ciertamente este posicionamiento le trajo conflictos al líder chileno. Inclusive para el orden institucional, Allende representaba no una ruptura sino una alternativa ante la crisis derivada de las administraciones precedentes, desde Jorge Alessandri (1959-1962) hasta Eduardo Frei (1964-1969).

Dicha alternativa tenía como estrategia incentivar la industrialización con la mediación creciente del estado. Cuestión de primer orden si tenemos en cuenta que sectores como la minería estaban bajo el control de empresas foráneas. Un recurso como el cobre que representaba el 75% de las exportaciones de Chile, tenía el 59% en manos de tres empresas norteamericanas, lo cual explica como su nacionalización era necesaria y Allende la viabilizó sin indemnización. No solo el cobre pasó al control estatal, sino que recursos como el petróleo, el salitre, el carbón y el hierro tuvieron igual suerte. Asimismo, se declaró una cruzada contra el latifundio, la oligarquía bancaria y los intereses norteamericanos. Disminuir la incidencia del capital privado en los sectores estratégicos de la economía era la intencionalidad de Allende. Lugar que sería ocupado por el Estado que se encargaría de una mayor redistribución de los ingresos. No obstante, fue con la nacionalización del cobre que se produjo un enfrentamiento directo a Washington.

A lo que se unió la democratización de la sociedad, donde se buscaba no solo legitimar el sistema político sino la incorporación de los diferentes sectores sociales al programa de la Unidad Popular. Proyección que vendría a favorecer a un grupo más amplio de la población posibilitando nuevas capacidades de empleo e incrementando el presupuesto estatal que tenía como destino el área social. Al mismo tiempo, en 1971 se reducía la inflación y subían los salarios, ello debido a los reajustes en la economía chilena. Esta situación varió para 1972 produciéndose una crisis como respuesta a la disminución de los índices productivos que devino en un aumento inflacionario y al alza en la balanza de importación. Mientras se asistía a un descenso en los precios del cobre en el mercado internacional. Lo anterior motivaba a la oposición, así como a sus campañas contra el “desabastecimiento” y la “degradación de la democracia”.

Gobierno que tuvo una proyección exterior independiente, que lo llevó hasta el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, cuya Revolución era admirada por Allende. Al mismo tiempo, declaraba abiertamente su consagración al marxismo-leninismo y su oposición al imperialismo norteamericano. De noviembre de 1972 a marzo de 1973 no solo se fortalecía su orientación externa como evidenció su visita a Cuba y a la Unión Soviética, la oposición directa a los Estados Unidos en la Organización de Naciones Unidas, sino que en lo interno su gobierno se radicalizaba. El “miedo al comunismo” que venía desde los cuarenta y que se consolidó tras el triunfo de la Revolución Cubana convertía a Chile en un blanco perfecto.

Con la victoria electoral de marzo de 1973, la agudización de la crisis económica y el aumento de la oposición, parecía inevitable un golpe de estado que se concretó 6 meses después. Los cambios en Chile se detuvieron con el asesinato de Salvador Allende en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, hace hoy 48 años. Golpe de estado que no solo implicaba el desmontaje de un gobierno democrático sino la emergencia de Augusto Pinochet – Jefe del Ejército- hasta 1990.  Acción que fue secundada por Washington a pesar de su negativa de participación. Inclusive previo al golpe hay toda una campaña de descrédito al régimen de Allende que derivó en un desgaste de su imagen internacional, poniendo como trasfondo que era el segundo Estado comunista en el hemisferio occidental.

Régimen que se inscribiría dentro de la matriz de regímenes fascistas que emergieron en los setenta por medio de golpes de Estado, dígase Hugo Banzer en Bolivia en 1971. Mientras en 1973 asistimos al autogolpe de Juan María Bordaberry en Uruguay, quien pasó a dirigir respaldado por las Fuerzas Armadas tras la disolución del Parlamento. Tres años después, en 1976, se replicó en Argentina un golpe de Estado a María Estela Martínez de Perón, llevando a la presidencia a Rafael Videla.

Se dejaban atrás las nacionalizaciones, la lucha por la soberanía y la proyección independiente en cuanto a la política externa de Chile. En su lugar, se les abría paso a las políticas de estabilización monetaria propuestas por el Fondo Monetario Internacional y se favorecía al capital foráneo, preferentemente el norteamericano. Unido a ello encontramos el aumento del costo de los servicios básicos a expensas de la reducción de los salarios. Con Pinochet no solo observamos el giro hacia la derecha sino también el recrudecimiento del anticomunismo. Persecución, asesinato de los opositores a su gobierno serán algunos de los rasgos que definirán al territorio por casi dos décadas. Asimismo, el 11 de septiembre implicaba para Chile un cambio de régimen político, que vendría a desmontar el proyecto político de la Unidad Popular y terminaría con uno de los exponentes del populismo latinoamericano.


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Marisleidys Concepción Pérez

Profesora del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana


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