Primero que todo, dejemos algo bien establecido: la telenovela cubana no se parece a ninguna telenovela latinoamericana. De la misma manera que Cuba no se parece, en muchos aspectos, a sus vecinos del continente. La telenovela cubana se distingue por cuestiones que trascienden los aspectos meramente formales, las cuestiones puramente estéticas, las estrategias de producción.
Hay, a estas alturas, una manera cubana de hacer telenovelas, signada por procesos que van más allá del ámbito creativo de sus hacedores. Ahora no vamos a decir que esa singularidad es mejor o peor. Sencillamente dejemos claro que este país produce teleseries que ningún otro sistema de televisión regional pudiera crear.
Ahora intentemos definir qué cosa es una telenovela. En buena parte del mundo es una serie folletinesca, melodramática por esencia, centrada en los vaivenes del amor, sustentada en la lucha un tanto esquemática entre las fuerzas del bien y del mal… En Cuba es eso, pero no puede ser solo eso. Los realizadores ni siquiera se lo plantean. El público no lo espera. Aquí una telenovela casi siempre tiene pretensiones que no caben en el celebérrimo triángulo pasional, armazón de tanto culebrón latinoamericano.
Por último, hagamos notar algo: Cuba fue pionera del género en América Latina. Las radionovelas que transmitía la radio nacional se exportaron a casi todos los países del continente. La manera de concebir estas historias —que tenía mucho que ver con el folletín literario del siglo XIX— hizo escuela. Con la llegada de la televisión —a Cuba antes que al resto de las naciones de la región— los libretos fueron adaptados al nuevo medio, hasta que por fin se consolidó un estilo. A esas alturas, paradójicamente, en la Isla se abandonó en buena medida la gran tradición folletinesca. Se comenzó a fraguar lo que en definitiva se asume hoy como telenovela cubana. Es una historia larga, llena de accidentes; no la haremos ahora. Pero lo cierto es que ya sea por declaradas intenciones o por el imperio de las circunstancias nos ha tocado seguir un camino distinto.
Lo tenemos perfectamente asumido.
UN PÚBLICO DIFÍCIL, UN FORMATO ARDUO
El público cubano, lo sabe cualquiera que se ha dedicado a estudiarlo o complacerlo, es particularmente complejo. Es difícil meter a todo el mundo en el mismo saco: alguien ha bromeado con la idea de que no tenemos en definitiva un público… en Cuba hay 11 millones de públicos. Lo que sí parece evidente es que a buena parte de la teleaudiencia le interesan las telenovelas.
¿Qué buscan los espectadores en este producto? Ahí está el problema principal: la gente suele esperar cosas distintas, a veces excluyentes. Una parte de la audiencia espera una historia romántica, llena de peripecias, con personajes enfáticos en sus sentimientos… Otra quiere un acercamiento más realista, bien contextualizado, que no esquematice y respete los perfiles psicológicos. Para algunos la clave está en el mensaje educativo, didáctico si se quiere, en la promoción de valores y buenas conductas. Los hay que se inclinan por una vocación patriótica, tomando como eje central la epopeya nacional. Otros prefieren una visión crítica del contexto, una reflexión que puede llegar a ser una denuncia, una zambullida —más o menos objetiva, más o menos subjetiva— en las contradicciones, satisfacciones y retos de la sociedad. Y también está el que quiere todo eso al mismo tiempo…
La cuestión es que desde hace un buen tiempo los mecanismos de producción no pueden satisfacer tantas demandas. El resultado es que en pocas oportunidades la gente se pone de acuerdo a la hora de evaluar un producto. En otros países todo es un poco más sencillo: las telenovelas son consumidas, fundamentalmente, por un público más homogéneo. La lógica que se impone a la hora de producirlas es básicamente comercial, está estrechamente ligada al mercado. Los sectores más “intelectualizados” no suelen ver telenovelas; acceden a otros productos y manifestaciones.
Pero en Cuba la televisión es demasiado popular, marca en buena medida los hábitos de consumo cultural de la población. Para muchos cubanos, de hecho, es la principal fuente de información y entretenimiento. El nivel de instrucción es en sentido general elevado, las expectativas son mayores. La televisión cubana tiene el reto inmenso de cubrirlas. Pero tiene que atender también otras demandas: políticas, formativas, culturales… La producción de dramatizados está mediatizada no solo por las necesidades expresivas de los creadores, sino también por un empeño más institucional.
Lo cierto es que en algún momento se perdió de vista una premisa fundamental: la telenovela es sobre todo entretenimiento. Lo demás tiene que ser necesariamente secundario. El género, que deviene también formato, tiene que encantar, “amarrar”, cautivar, implicar, intrigar… Su razón de ser es vender (venderse), asumiendo el término en su más amplio espectro. Los públicos son entonces ilimitados. Hay que respetar y, de alguna manera, responder a los intereses de cada uno: desde los adolescentes hasta los ancianos; hombres y mujeres heterosexuales y homosexuales; grupos culturales, segmentos raciales… Pero el reto principal es nuclear a todo el abanico. Por eso temas como la religión y la política tienen que ser tratados con mucha sutileza, pues en ese sentido las tendencias son disímiles. Una telenovela no tiene por qué —de hecho, no debería— tomar partido a rajatabla. No se puede alejar a públicos potenciales.
Teniendo esto en cuenta, salvando su esencia, en la telenovela cabe casi todo. El formato admite casi cualquier género dramático, exceptuando quizás la pieza. El melodrama, por supuesto, es fundamental. Pero también pueden integrarse la comedia, la tragedia, la tragicomedia (genero que convoya la aventura, el espionaje, el policiaco) la farsa… Muchas veces, incluso, combinándolos, marcando personajes y tramas.
Pero, ojo, las peripecias del amor, la emoción sentimental, tienen que ser el pollo del arroz con pollo. De lo contrario, se desvirtúa el género.
Hasta este momento no hemos ofrecido juicios de valor sobre la telenovela. Partimos de la convicción de que ningún género es bueno o malo en sí mismo. Hay telenovelas malas y hay telenovelas buenas, como hay tragedias buenas y otras que no lo son tanto. Uno congenia o no con el género. Pero lo que sí resulta problemático es pretender cambiarlo, llevados muchas veces por los prejuicios. El hecho indudable de que gran parte de la producción de telenovelas sea, desde el punto de vista estético o ideológico, discutible o francamente rechazable, no significa que haya que combatir al género, al formato.
Hemos sufrido mucha tontería y mucha reacción, pero de cuando en cuando un producto determinado demuestra que, sin violentar las fronteras, se puede armar una obra honesta, interesante, convincente. Lo bueno es que la telenovela no es el único formato del dramatizado televisivo. Se pueden cubrir todas las expectativas si no falta talento, creatividad e inteligencia.
En Cuba, durante mucho tiempo —y ahora mismo, incluso— se intentó hacer telenovelas que más bien encajaban en otros formatos. Se trató —algunos tratan todavía— de otorgarle a las puestas dimensiones historicistas, orientativas, hasta propagandísticas que poco o nada tenían que ver con el género. Se llegó incluso a “intelectualizar” algunos productos. No discutiremos ahora la pertinencia de hacer una cosa o la otra, solo repetiremos que es posible hacerlo siempre y cuando se respeten las reglas fundamentales del formato. De lo contrario, es mejor asumir otro camino.
La depresión de la capacidad de producción a partir de la crisis económica ocasionó otro problema: la disminución de espacios, que trajo como consecuencia la concentración de intereses disímiles y propuestas de diferentes niveles y pretensiones. Por eso se han transmitido, en el espacio concebido para telenovelas, series de otra naturaleza, con el consiguiente estupor de parte del público.
Y sucede algo también inusitado en otros contextos: ante la evidente insuficiencia del periodismo nacional para captar con todos los matices la complejidad del entramado social, político y económico; parte de la audiencia espera, o incluso hasta exige, que las teleseries aborden temas polémicos, insuficientemente visibilizados o francamente escabrosos. En definitiva, le piden a la telenovela lo que tendrían que pedirle al Noticiero Nacional de Televisión.
Lo paradójico es que de las telenovelas extranjeras no se espera eso.
Todas estas circunstancias son solo una parte de las preocupaciones de escritores y realizadores de telenovelas en Cuba. Los problemas de la producción merecerían otro artículo; y eso sin hablar de la creciente desprofesionalización de parte del personal.
La buena noticia es que, con todo, se siguen haciendo telenovelas cubanas de calidad. Ocasionalmente, dirán algunos. Con muchos tropiezos, dirán otros. Pero algunos títulos de las últimas décadas lo demuestran. Lo ideal sería que los espacios se diversificaran, de manera que cada formato pudiera aspirar a una consolidación. Afortunadamente, parece que algunos prejuicios van quedando atrás. Hacer telenovelas es perfectamente legítimo. Telenovelas auténticamente cubanas, comprometidas con nuestras circunstancias, y al mismo tiempo, universales. Los creadores lo saben, las instituciones comienzan a comprenderlo. Habría que ver en qué terreno se queda la pelota.
Aurora
25/2/13 11:59
Si hay 11 millones de públicos en Cuba, quisiera saber cuántos de ellos concuerdan con su buena noticia. Es cierto que el género se ha desvirtuado, tanto para realizadores como para espectadores en general. Con todo el respeto, las telenovelas cubanas son cada vez peores. Quisiera que no pusieran más ninguna en TV! Saludos.
Irma Campoamor desde Fb
23/2/13 12:41
Me gustan las telenovelas cubanas
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.