“Luis y Pedro, estoy listo. No sé qué preguntas me harán, pero sí sabré cuáles no responder. Soy un individuo transparente, no tengo misterio”, así inicia Monseñor Carlos Manuel se confiesa, compendio de once entrevistas que los periodistas Luis Báez y Pedro de la Oz realizaran a quien fuera una de las personalidades de mayor visibilidad y prestigio de la Iglesia Católica en Cuba y a la vez una de las figuras más notables en la vida intelectual y social cubana durante la segunda mitad del siglo XX.
Con semejante preámbulo, y desde el proverbial sentido del humor del entrevistado, comienza un viaje que introduce al lector a la atrayente personalidad e incuestionable agudeza de Monseñor. En cada respuesta se descubre no solo al eclesiástico, sino al gran cubano que fue. Ya lo resumía él mismo: “Me animan dos grandes pasiones: Cuba y la Iglesia. Quien pretenda entenderme siempre debería tenerlo en cuenta”.
Báez y De la Hoz en esta propuesta, publicada por la Editora Abril, entablan con Carlos Manuel un intercambio interesante que no escatima en preguntas asediadoras y respuestas agudas. Unos y el otro ceden, tensan, especifican, rectifican. Los periodistas lanzan desde la curiosidad e indagación profunda, y De Céspedes, con ese ingenio multicultural, se defiende con firmeza, argumenta sus puntos- aún en contradicción con los propios entrevistadores- o deslinda las líneas que no se pueden cruzar.
Confesiones son estas que, entre lo personal y lo religioso, dibujan la compleja panorámica de los últimos 50 años de relaciones Iglesias-Estado, en tanto ilustran la biografía de un hombre que, en constante lección de humildad, trasciende sus propios paradigmas.
EL PESO DE UN APELLIDO
Un cuestionario minucioso de los periodistas abre las puertas a su entorno familiar. De ilustres antecesores cubanos proviene su nombre: su tatarabuelo paterno Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, y su tío abuelo materno Mario García Menocal, tercer presidente de la República. Y confiesa la irrefutable responsabilidad. “Cuando niño me creaba mucha confusión. Dondequiera que llegaba decían: «Se llama igual que el Padre de la Patria». Recuerdo la primera vez que fui a Santiago de Cuba; yo tenía once años, me llevaron a visitar el Museo Bacardí y me hicieron firmar el libro de los visitantes ilustres. ¡Ilustre un niño de once años! (…) Esa carga tuve que llevarla yo solo…pero me siento sanamente orgulloso. Céspedes fue un gran hombre y he hecho lo posible por mantener en alto su honor”.
Pero está también el joven…el hombre. Se descubre, entonces, al Carlos Manuel que fue un buen bailador en su juventud, antes de ingresar con solo 20 años al seminario.
Es el volumen, en ese sentido, una madeja de anécdotas, un libro de Historia de Cuba lleno de pasajes privilegiados contados de primera mano, como aquel que relata su relación con José Antonio Echeverría. “Lo conocí, era católico practicante, muy ligado a los franciscanos; más de una vez se escondió en un convento de esa orden. La mañana del asalto al Palacio fue a misa temprano, se confesó y comulgó. Tiempo después me contó un sacerdote que Echeverría le dijo: «Si me pasa algo hoy, dígale a mamá que asistí a la misa y comulgué»”.
A la par, en estas enjundiosas páginas, los entrevistadores escudriñan y revelan su vocación sacerdotal. Ante la interrogante de si fue su mejor elección, no hubo mejor respuesta: “¿Quién se atreve a asegurar que una opción de su vida pasada fue la mejor? Considero que fue una buena decisión de la que no me arrepiento. He sido un sacerdote sereno y suficientemente feliz. Y he sido útil a algunas personas. Pude haber sido abogado, sociólogo, economista, padre de familia. Si fue una buena decisión o no, les diré en lenguaje muy religioso que a la hora del juicio final, cuando estemos ante el Señor preguntaré si fue la mejor opción. Al menos sé que fue buena”.
TENDER PUENTES
Monseñor Carlos Manuel se confiesa, resulta en una visión global del panorama de la Iglesia católica cubana en tiempo de Revolución. El protagonista conversa de hechos puntuales, personalidades, documentos, influencias, contextos. Resalta en ello el papel de la publicación de Fidel y la religión. “Gracias a ese texto se comenzó a hablar de religión en la sociedad cubana con naturalidad. Rompió un obstáculo que ya iba siendo hora de eliminar”.
Gracias a sus declaraciones, ilustra una relación Iglesia-Estado que ha ido cicatrizando muchos sinsabores, y recapitula sobre su historia y su papel en la nueva sociedad. Mostró cual fue y debe ser siempre la filosofía. “Todavía en medio de la confrontación debemos comenzar a pensar cómo se podría resolver y qué lecciones positivas podríamos sacar de la misma. Y en la primera oportunidad, comenzar a tender puentes”.
Fue entonces un hombre-puente.
Ya en la actualidad religiosa de la Isla, dialogó, a este tenor, sobre la crisis de espiritualidad genuina y la de vocación sacerdotal; habló sobre el pueblo cubano y sus creencias. Aunque, alertó: “lo que contaría para reconocer la religiosidad de un pueblo no se puede medir (…) Todo escapa a la frialdad de los números. No podemos determinar cuántos católicos hay por quienes van a misa los domingos, ni siquiera por los que se bautizan, los cuales son más; ni siquiera por los responsos que se dicen en el cementerio, que son más todavía”:
Igualmente recordó la no muy lejana peregrinación nacional de la imagen histórica de la Virgen de la Caridad del Cobre: “Esa es la experiencia más masiva que hemos tenido en la historia de la Iglesia en Cuba. Nunca había ocurrido nada igual”.
Es que variopintos temas aparecen una y otra vez en las interrogantes de Báez y De la Hoz. Clonación, Los Cinco, el bloqueo, el grupo Orígenes, el buen magisterio…la humanidad pecadora. Sugerentes fueron, de suprema forma, las réplicas. “Por naturaleza Dios no hizo pecadora a la humanidad, pero hizo libre al hombre y hacemos uso para bien o para mal de esa libertad. La persona humana es tan libre, según cualquier antropología de inspiración cristiana, que es capaz de decirle «no» al mismo Dios. (…) El problema radica en asumir la libertad con responsabilidad”.
No dejó fuera tampoco el polémico tópico de la emigración. “Vivir fuera de la patria es una desgracia. Si no hubiera podido regresar a Cuba, creo que me habría secado de tristeza”.
Y es que el libro se bebe como agua, se transita naturalmente, en tanto enseña, obliga a pensar, y hasta disentir. Porque, a pesar de su don de gentes, Monseñor defendía la defensa de las ideas, aun cuando sean disconformes: “expresar discrepancias es normal, hasta sano (…) Discrepar fraternalmente no significa romper una relación amistosa”.
Apenas son estos algunos bosquejos de una entrevista soberbia, si bien por la calidad de los investigadores, más por la audacia de un interlocutor intrépido, astuto.
Este gran diálogo, como pronostica el escritor Aurelio Alonso en el prólogo, merece convertirse en uno de los más leídos del variado repertorio testimonial de Monseñor. Alonso la define como la única entrevista “en que responde con tal alcance la diversidad de planos de su vida como eclesiástico, intelectual y patriota”, mientras que “dejará una huella indeleble en los lectores para el catolicismo cubano del último medio siglo”.
Pero no quisiera monseñor Carlos Manuel tamañas pretensiones. “No he sido un hombre de grandes éxitos sacerdotales ni de logros portentosos. No me gustan ni el ruido ni las multitudes. Mi principal éxito-si se puede llamar así, yo le llamaría gracia divina- después de cincuenta años es seguir siendo sacerdote, contento de serlo y de hacer las cosas humildes que hago aquí en mi país.
“Quiero que me recuerden como un sacerdote trabajador que ha tratado de ser fiel, que ha querido mucho al pueblo cubano, a todo el pueblo. Cubano por encima de todo. Leal a la Iglesia y a mi Patria”.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.