La música de masas es un concepto que prefiero detestar, ya que cualquier obra debiera aspirar al gran público. Algo que se hace, digamos para “retar” como me dijeron en algún momento en un teatro de Santa Clara, ha perdido toda motivación, solo puede esperarse entonces el vacío conceptual. Tantas veces hemos visto que el rey va desnudo, y otras tantas hemos callado cuando debiéramos pararnos en los balcones a gritarlo.
En tal sentido hemos visto que existen músicas creadas para movilizar a las masas, sin que el autor se pregunte ni por un instante qué es lo que significa o a quién va dirigido ese ritmo, así por ejemplo ha proliferado el trap entre nosotros, con autores como Bad Bunny, que hacen alarde de un léxico disléxico.
Los que en el pasado hicieron música no se preguntaban si su producto era o no selecto, ya que producían compulsados por un imperativo artístico. Aun así, en la Italia del resurgimiento y la ópera, los autores se enorgullecían de que el público saliera de los teatros tarareando las arias. Tal fue la popularidad de Nabucco y su famoso canto de los judíos: “Ve pensamiento en alas doradas”.
Fueron las masas quienes hicieron popular a Farinelli, y nadie osa decir que la música compuesta para el arte de los castrados es popular o masiva. De manera que las etiquetas pasan, la obra tiene una vida propia, que trasciende esos estancos en que la industria de todas las eras intenta encerrar al hombre creador.
He ponderado, en varios espacios, a un ser nuevo, una versión de la utopía tantas veces propuesta: el renacentista, quizás visto con fuerza en los siglos XIV y XV, pero que ha vivido en todo momento entre nosotros. El arte cobra en manos de tal ente vida, y eso es lo que habla para las eras posteriores.
A nadie se le ocurre decir que una melodía como Lascia Ch'io Pianga de Handel, está hecha “para públicos selectos” ya que al oír los acordes muy pocos son los que no se conmueven con ese poema sin palabras, usado como banda sonora en una de las últimas películas de Fernando Pérez. Es, por tanto, música de masas.
En el otro lado del round industrial están temas como Bajanda o Mi amiguito el pipi, supuestamente situados al “nivel” del gran público. Lo que nos lleva a pensar que quienes dirigen las disqueras y los circuitos de promoción tienen el peor de los conceptos acerca de sus seguidores. Muchas veces hemos visto, incluso en concursos musicales cubanos como el Lucas, como se sigue a pie juntillas esta manera de denigrar.
¿Y eventos como los festivales organizados en torno a la figura de Wagner en Alemania, que son fenómenos masivos, no merecen consideraciones aparte? ¿O es que acaso la etiqueta es solo una de tantas en un mundo poco auténtico? El pueblo tiene la sabiduría suficiente para determinar sus gustos, sin embargo, el mercado ha secuestrado ese poder y lo usa en la promoción de líneas de mensajes donde se mezcla la alusión al poder hegemónico y su acatamiento alegre.
Por solo poner un ejemplo, hace poco salió una campaña de reguetoneros cubanos “en el exilio” (ese concepto de exiliado, tan auténtico en Heredia y tan vacío en otros), quienes pretendían levantar la economía de un municipio en Cuba sin que interviniera el gobierno. Como supuesto adicional, el video de promoción aludía a la mortandad “absoluta” de la capital cubana, y a una cifra falsa de fallecidos tras el tornado que devastara sus barrios del sur.
El empaquetamiento, todo fake, no dejaba lugar a dudas de “las buenas intenciones” de figuras como Baby Lores, quien antes se tatuó a Fidel Castro y luego salió pidiendo en las redes sociales votar no a la Constitución. Y es que pareciera que se usa la etiqueta de “masivo” como sinónimo de tontería, olvido, manipulación.
Las piezas “clásicas” han quedado en este mundo para los timbres de los celulares, si es que quedaron para el uso de algo masivo, y eso también es propio de los mecanismos de la industria, que como buen ente activo genera una caída de paradigmas. Así, mientras a los compositores alemanes, Papito Yanqui (Daddy Yanquee) les echa en cara cierta conexión (no sé cómo él demostró eso) con el nazismo, a Baby Lores le perdonamos sus traspasos de tienda sin que eso extrañe.
Lo que el mercado ha de decirnos es que en su voz todopoderosa todo vale y que nosotros somos los pasivos del asunto, no ya los que salimos de la ópera tarareando una melodía, sino los que vamos a hacer de la campaña de Lores un éxito económico y una plataforma más para el relanzamiento de su reguetón mustio.
En el caso cubano, para nadie es un secreto la politización de las disqueras en Miami, en manos de los clanes al estilo Estefan. Y allí, o eres lo que ellos dicen o no eres, así de “masivo” actúa el mecanismo de promoción de la música “para las masas”. Nada es más elitista que tal visión del pueblo ni lo desprecia más.
Si Lores quiere levantar un municipio cubano, no tiene otra cosa que hacer que enviar su ayuda, no decirlo por Facebook en una directa que le traerá el beneficio de quienes manejan los hilos, los clanes de la música, los dueños de lo “masivo”. Pero ya sabemos que lo que se dice ni tiene que ser verdad ni tiene que ocurrir, ¿o acaso no tenemos allí un escuadrón de influencers encabezados por Ota Ola?
Voy a citar otra vez a Heidegger, porque considero que el pensamiento es parte de un mismo patrimonio que nos habla a todos, ricos y pobres, desde su luz auténtica: “Todo lo grande está en medio de la tempestad”, porque lo calmo, lo que progresa sin tropiezos, lo fácil, lo light, lo fake, son fórmulas creadas, no nacen en ningún recodo del alma del hombre renacentista.
El que odia a las masas intenta validarse en ellas, en un mundo que necesita más que nunca de seres que se descubran ellos mismos y descubran al mundo, para que les lleven a otros la verdad de Prometeo. Lo masivo, a fin de cuentas, no se puede generar, sino que somos nosotros mismos: personas auténticas e históricas.
Firefly
23/4/19 9:04
Maravilloso artículo. Personalmente no escucho esta clase de musica, y trato d eno salir sin audifonos para no verme forzada a escucharla en la calle. En mi celular, la musica clasica no está restringida a un tono de telefono. Creo que está proliferando desde ya hace tiempo la ¨musica mediocre¨. Lo malo es que se puede volver peor. Yo pensé que habiamos alcanzado la cuspide de lo horrendo hace unos años, y entonces apareció Bad Bunny.
No quiero ni imaginar que pasará en 5 años mas.
Que cada quien escuche lo que desee... pero no lo impongan a quien no quiere oirlo.
Henry
17/4/19 11:08
...todavía no tenemos capacidad defensiva en el plano cultural,...se habla de símbolos nacionales, pero en ese concepto no incluimos a nuestra música, deporte y cultura,....ese debe ser el primer paso,..., categorizar a nuestros símbolos, porque son muchos, pero defenderlos a todos como si fuera nuestra bandera. Ayer nuestra juventud se convertió en la víctima, mañana serán nuestros niños,...poco después le toca a nuestro sistema...¿Existe el Ministerio de Cultura?
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