//

domingo, 24 de noviembre de 2024

“Baby Shark”, infantilización para tiburones (I) (+Video)

La omnipresente cancioncilla no reproduce adicciones solo en los niños…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 06/11/2020
0 comentarios
Baby shark
Baby shark

Fue noticia en las secciones de Entretenimiento que antes identificaban como Culturales: “El video viral de ‘Baby Shark’ oficialmente ha destronado a ‘Despacito’ de Luis Fonsi, convirtiéndose en el más reproducido de Youtube”. Un videoclip infantil de tarareo y baile supera a otro de baile y canto, para un público meta más amplio. Y no porque la población infantil superó a las de los mayores, tampoco porque todos los padres prestaron sus móviles a sus hijos para entretenerlos en medio de la pandemia, sino por una interesada y creciente infantilización de la sociedad, de los consumidores y ciudadanos, para beneficios de los más poderosos escualos.

Lo confirmó el pasado lunes 2, Kim Min-seok presidente de SmartStudy, empresa surcoreana de educación, creadora de la pegadiza y adictiva canción y propietaria de la marca Pinkfong. La empresa se formó en Seúl, en junio de 2010 y es propiedad de Samsung Publishing. En 2016 abrió una sucursal en Los Ángeles y tiene otra en Shanghái. El CEO de la sucursal de Estados Unidos, Bin Jeong, dijo que el nombre fue creado a partir del personaje del zorro rosa y el divertido sonido de “fong” que sonaba similar a “teléfono”. Su canal de YouTube, Pinkfong! Kids Songs & Stories, se lanzó el 13 de diciembre de 2011 y tiene más de 20 millones de suscriptores, con una programación colorida de historias, canciones y bailes, bajo la distintiva marca del zorro rosado. Todos sus productos son, como el mismo K-Pop y sus marcas, copias hipercromáticas de patrones occidentales. Para el CEO Lee, Pinkfong podría describirse “en algún lugar entre Disney y Sesame Street”.

“Baby Shark”, con su “educativo” mensaje: “Baby Shark, doo, doo, doo, doo, doo, doo”, fue lanzada en junio de 2016 como parte de una serie de canciones infantiles de Pinkfong. El hipnótico y colorido videoclip fue protagonizado por la niña coreana estadounidense Hope Segoine, de 10 años. Un año más tarde, para relanzarla se publicó “El baile de Baby Shark”, en el que dos niños hacían la rutina de baile, un challenge con la etiqueta #BabySharkChallenge que también se convirtió en viral, con miles replicando los pasos del tiburoncito.

Primero, se volvieron populares en Corea del Sur, donde famosas bandas como Red Velvet, Girl's Generation y Blackbird comenzaron a incorporarlos en sus conciertos. Luego devino en un fenómeno global; llegó a estar en los listados de música internacionales, situándose en el 32º lugar de la lista Hot 100 de Billboard y en el 6º puesto del top 10 del conteo del Reino Unido. Con tal éxito comercial, en septiembre de 2018, las acciones de Samsung Publishing se dispararon en más del 76 %. Se estima que Pinkfong ha acumulado unos $5,2 millones de dólares solo con el video en YouTube.

La de Pinkfong es una versión de otra versión de una canción estadounidense. La melodía original de “Baby Shark” era una canción de guarderías y de campamentos de verano en los años 70, ampliamente conocida en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Algunos sostienen que fue inventada en 1975, cuando en las grandes pantallas del mundo impresionaba el filme Tiburón de Steven Spielberg. Otros, afirman que fue escrita en los años 90 por dos educadores americanos, Shawnee Lamb y Robin Davies. La tonadilla cuenta la historia de un tiburón bebé que vive con su familia en el fondo del mar. Poco a poco van presentando a cada uno de los parientes del pequeño espécimen: la madre, el padre, la abuela y finalmente el abuelo. Todos juntos deciden ir de caza. Aquella versión, aun siendo infantil, tenía un final trágico, pero más cercano a lo real, el nadador en pánico es comido por los tiburones; en la de Pinkfong los tiburones son amigos, agradables y coloridos.

Pinkfong compró los derechos de la primera versión de “Baby Shark” que se hizo popular en Youtube. Iniciativa de la chica alemana Alexandra Müller, a quien le pareció gracioso grabar la coreografía de una de las canciones que había aprendido desde su infancia “Kleiner Hai” (Tiburón pequeño). Fue en el 2007, y lo subió en su canal Alemuel. De súbito se convirtió en uno de los más visitados en Youtube ese año. Visualizando una posible ganancia, una disquera contactó con la Müller para pedirle permiso y convertir la canción en un single, que luego adquirió la compañía surcoreana para producir su golosina, golosina para los cerebros. Con aplicación de las “fórmulas mágicas” que también funcionaron con “Despacito”.

Explotar el apetito por lo repetitivo es parte de esas fórmulas. Para empalagarnos, los de Pinkfong usaron el canto tradicional, y sobre una triada de acordes montaron sus repetitivos versos, donde se mencionan a los miembros de la familia. El compositor Jin Jin dijo que la canción logró el objetivo de la simplicidad que los compositores profesionales buscan: “Una canción pop definitivamente necesita un gran gancho. Eso es lo más importante "y" tiene la repetición y el 'do do do do do' es un lenguaje global e internacional. Cualquier país o idioma puede relacionarse con eso”.

Por demás, los acordes de “Baby Shark” solo cambian ligeramente sus notas. Y como los experimentos han demostrado, cuando la música tiene un beat o compás fácil de seguir, aumenta la actividad de la zona del cerebro asociada al movimiento el sonido y las emociones. Según la doctora Jessica Grahn, neurocientífica que estudia la música en la Universidad del Oeste de Ontario, funciona como una recompensa para el cerebro, pues nos resulta agradable que la canción se desarrolle justo de la forma en que creemos que lo hará. Como resultado, estas melodías pegajosas actúan sobre el sistema dopaminérgico del cerebro, donde generan placer y satisfacción. En esa zona se almacenan todos los sonidos previos que se han escuchado, y si una canción es notablemente mejor que estos sonidos anteriores se genera una gran descarga de dopamina.

La sorpresa es otro ingrediente de esa melcocha, algún elemento que rompa con lo predecible. “Es llevar ese beat pero hacerlo más interesante con un detalle novedoso que rompa la regla”, dice Grahn. “Se trata de hacerlo interesante, pero sin alejarlo tanto de lo que creemos que va a ocurrir”. En el caso de “Despacito”, según el productor de música español Nahúm García, es la ruptura del ritmo antes del estribillo, al minuto 1:23 de la canción, la melodía se detiene y por primera vez Fonsi dice “Des-pa-ci-to”, fraseo que se desfasa del tempo precedente, se retrasa respecto a la métrica que lleva el ritmo. En “Baby Shark” se recurre a la aceleración del ritmo al final del tema y a ligeros cambios de las notas de los acordes. Estas variaciones estimulan el sistema dopaminérgico del cerebro donde generan placer y satisfacción.

Como opina Lauren Stewart, psicólogo especializado en música de la Universidad de Londres, estas estructuras simples, a las que nuestro cerebro se aferra con más facilidad, son comunes en las canciones infantiles, como “Baby Shark” y “Estrellita, ¿dónde estás?”, pero también las encontramos en muchas canciones pop. Son parte de interesadas operatorias para reproducir a los kidult (de kid, chico, y adult) o adultescentes; para maximizar las ganancias de los tiburones del mercado. Como seguiremos profundizando en la próxima entrada.


Compartir

José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


Deja tu comentario

Condición de protección de datos