//

miércoles, 2 de octubre de 2024

A los maestros de la montaña

La historia de Zenaida Viera Fernández es también la de los primeros maestros de la Revolución, los maestros voluntarios...

Giselle Vichot Castillo en Exclusivo 22/12/2016
0 comentarios
Zenaida Viera Fernández, alfabetizadora
Zenaida recuerda a su compañero Alfredo Gómez Gendra, miembro también del I Contingente de Maestros Voluntarios, quien perdió la vida debido a la crecida del Río Los Cocos por un fuerte temporal. (Giselle Vichot Castillo / Cubahora)

Cuando restaban pocos días para arribar al 55 aniversario de la Campaña de Alfabetización, aquella proeza que puso el nombre de un país y el de Fidel en lo más alto de las contiendas sociales, me dispuse a encontrar una historia que fuera capaz de revivir, como solo saben hacer los verdaderos protagonistas, aquellos días en que Cuba fue cartilla, fue manual.

A Zenaida Viera Fernández la había conocido tiempo atrás. Ella peina canas. Y en su mirada trae la historia de la juventud rebelde que acompañó a aquella Revolución que se estrenaba en enero de 1959.

Las historias de esta mujer dan para escribir en libro. Con temor a parecer presumida, en la conversación me confiesa que a veces cree que por las cosas que ha hecho debería tener más edad. Pero, a sus 74 años una cosa sí reconoce: integrar las filas del I Contingente de Maestros Voluntarios marcó el inicio de una larga y dedicada vida a la obra de la Revolución.

Las teorías en torno a la Campaña de Alfabetización están muy ligadas al haber de los primeros maestros. Fueron los maestros voluntarios quienes guiados por las ideas de Fidel sentaron las bases para llevar más tarde la letra a toda Cuba. “Sin una atención merecida a la educación del pueblo era difícil que se cumplieran los propósitos revolucionarios”, reconocía el Doctor Armando Hart Dávalos en su mensaje educacional al pueblo de Cuba, el 30 de noviembre de 1959.

EL INICIO DE TODO

El 22 de abril de 1960, el líder histórico de la Revolución cubana puso en práctica la idea de llevar la luz de la enseñanza a cada rincón del territorio nacional y encomendó la primera gran obra de choque a la joven generación.

“Cuando se hace el llamado me encontraba cursando el segundo año en la Escuela Normal de La Habana”, nos cuenta Zenaida. “Puedo decirte que fue un tanto difícil que me aceptaran debido a mi edad. En su mayoría, los jóvenes que se presentaban habían terminado el tercer año del bachillerato; pero después de algunos días de angustia, finalmente, el 12 de mayo de 1960, junto a otros compañeros que integraron el I Contingente de Maestros Voluntarios, partimos hacia Minas del Frío, una Comunidad del Plan Turquino, en el macizo montañoso de la Sierra Maestra”.

En la introducción del libro Tiempo de cambios y esperanza: Maestros Voluntarios, las autoras, Nora M. Rojas y Magali García Moré, cuentan de la rápida respuesta de los jóvenes al llamado de Fidel. La mayoría procedían de ciudades y pueblos, muchos no conocían casi el campo, (…), mucho menos conocían de montes intricados por donde solo andaban animales, de altas montañas, de ríos crecidos. (…) Eran convicciones precisas las que movían a aquellos pies a dar el paso al frente.

Siento que Zenaida vibra cuando revive la historia. Me cuenta que durante la preparación en la Sierra recibieron algunas técnicas para poder impartir clases y aprehender, en definitiva, lo que significaba ser un maestro de montaña. Aparejado a ello nunca dejó de estar la preparación física, bastante fuerte, pero que se hacía indispensable ante las condiciones del entorno.

Con el triunfo de enero de 1959 y los objetivos que se trazaba la Revolución naciente, la necesidad de maestros se hizo más apremiante, muy especialmente en las áreas rurales donde, lógicamente, era más agudo el problema educacional heredado de los gobiernos antecesores.

Según otros datos que ofreciera el Doctor Hart Dávalos en su mensaje educacional, en 1959 la cifra de la población rural en edad escolar, de 5 a 15 años, ascendía a 817 000. De esa población escolar, en enero de ese mismo año solo estaban atendidos en las escuelas primarias elementales y superiores unos 227 000 niños, es decir, el 28 % de esta población. El 72 % restante se refería a los 590 000 niños de las áreas rurales, totalmente desprovistos de asistencia educativa.

“El 25 de agosto de 1960, concluyó la preparación en la Sierra, y regresamos a La Habana. La graduación tuvo lugar en el entonces Teatro Auditórium, hoy Amadeo Roldán. Allí Fidel nos habló a todos los presentes con esa convicción y entereza que lo caracterizaba, reafirmando el valor de la obra que debíamos continuar”. Esta vez sus ojos develan la imagen del líder como faro encendido.

EL AULA

“A los pocos días regresamos a la Sierra y fui ubicada en el barrio de Saturnino y Aguada. Mientras se construía la escuela, una obra donde participó también el campesinado de la zona, comenzamos a impartir clases a los niños por la mañana, en la casa del campesino, y por la noche empezamos a alfabetizar.

”En este lugar solo estuve algunos meses. Por problemas de salud tuve que regresar a La Habana. Cuando vuelvo a incorporarme al proceso me ubican en un lugar nombrado Magueyal, en Mayarí Arriba. Allí las clases se impartían en un local que había servido de refugio a los rebeldes durante la lucha armada, aunque era también prioridad la construcción de una escuela. El itinerario, en esta ocasión, fue similar al que llevamos a cabo en el poblado anterior”.

Entra las cosas que trae a su mente destaca como en aquel entonces, como lo es hoy, el quehacer del maestro estuvo ligado al trabajo social, volcado en las visitas a los hogares o en la atención a las organizaciones que ya venían surgiendo.

Así, entre sus anécdotas no podían faltar aquellas relacionadas con el alumno rebelde. “Todo joven maestro tiene un alumno que lo marca para toda la vida”, me dice. Para Zenaida lo fue Pedro, un niño que traía hasta el aula su carácter irreverente, consecuencias de vivir bajo el yugo de un padre maltratador y una madre despreocupada. Pedro fue el primer acercamiento de aquella maestra en ciernes a lo que hoy los catedráticos nombran psicopedagogía, un concepto bastante avanzado para la Sierra, pero presente.

“Solo en una ocasión tuve que hablar con él. Desde ese día se volvió mi sombra. Recibía las clases que le correspondían a su grupo y las que no, porque siempre me acompañaba hasta la hora de dormir y en la mañana cuando salía al portal Pedro ya estaba listo para comenzar la jornada.

”Un día, algunos años después, tocó a la puerta de mi casa, en La Habana, un joven apuesto. Era él, convertido en todo un profesional. Había llegado hasta aquí para recibir una preparación en un ministerio que ahora no recuerdo. Lo cierto es que, tantos años después, recibía mi mayor gratificación como maestra voluntaria. Lo abracé en un mar de llantos y supe que había cumplido con mi misión”.

LLEGÓ LA CAMPAÑA

El tercer año de la Revolución, 1961, fue decisivo para la historia del pueblo cubano. A la proclamación del carácter socialista de la Revolución, la victoria de Playa Girón y otros importantes acontecimientos se le sumó la Campaña de Alfabetización. El 22 de diciembre de 1961, Cuba fue proclamada Territorio Libre de Analfabetismo.

“Estando en Magueyal, comenzó la campaña de Alfabetización. Entonces, a las tareas de los maestros voluntarios se unieron otras. En primer lugar, tuvimos a nuestro encargo la organización de los lugares donde iban a ser ubicados los brigadistas. Más tarde, en la medida en que estos llegaban, proseguimos a prepararlos, orientarlos, como mismo había sucedido con nosotros tiempo atrás. Es decir, el trabajo fundamental se concentró en asesorar y controlar el trabajo de los alfabetizadores, en ayudarlos, teniendo en cuenta que en su mayoría eran muy jóvenes, más que nosotros. En este tiempo fue fundamental la ayuda del Ejército Rebelde, que asumió la tarea que llevaba a cabo a la Revolución con sobrado compromiso. Con todos los esfuerzos mezclados se logró organizar bien la campaña y que tuviera el resultado esperado.

”En medio de la Campaña, pasé un curso de capacitación en La Habana para preparar maestros voluntarios. O sea, se hacía importante continuar con la formación de este personal. Al terminar el curso ya no me ubicaron en Mayarí Arriba, sino en Yateras, Guantánamo, para continuar con el asesoramiento de los maestros y los brigadistas. Cuando terminó la Campaña continué con mi trabajo de orientadora y maestra hasta el año 1965. Entonces iban surgiendo otros maestros como fueron los provenientes de la Brigada de Maestros de Vanguardia Frank País, los Maestros Populares o las reconocidas Makarenko”.

Es tanto lo que puede contar esta mujer, que con un par de horas de conversación no se resuelve. Pero pude apreciar que las manías de pedagoga que hoy ostenta Zenaida no se quedaron paralizadas en la década del sesenta. Así lo descubre el andar profesional que vino más tarde y que no le permitió separarse de la docencia. Como funcionaria del Partido Comunista de Cuba —me cuenta— tuvo que impartir clases en varias ocasiones; y ahora en el barrio o con sus sobrinos de vez en cuando baja de la sierra al llano.

La historia de Zenaida es la historia de un país, de miles de jóvenes que dieron el paso un día y que ayudaron a forjar el futuro de una sociedad, decidida a vivir una eterna avanzada hacia la educación de todos los cubanos.

 


Compartir

Giselle Vichot Castillo

La mamá de Amelia y editora de la Revista Cubahora


Deja tu comentario

Condición de protección de datos