El dolor de muela no me impidió soltar esa palabrota, alto, bien alto para que todos la oigan. ¿Acaso la puedo catalogar así? Aquello fue más que una mala palabra: un grito de desahogo que suelta toda la impotencia de los años anteriores y la convierte en gloria. Como yo, de seguro millones más celebran de la misma forma que Industriales haya vuelto a una final tras una década de espera.
Con la atrapada de Calderón en el jardín central, una idea permanece más latente que nunca: la 13 es posible. Para que vean las cosas de este deporte al cual catalogo como una fusión entre el atletismo (rey), y el fútbol (el más hermoso), ese equipo que anoche celebraba su pase a la final, hace unos meses estaba en el último lugar de la tabla clasificatoria.
¿Quién lo imaginaría meses atrás?, ¿y quién lo haría sin ser tildado de loco ante una fanaticada herida? A esto es a lo que se llama magia: ese acto que no tiene lógica alguna en la mente humana, que no vale la pena intentarla descifrar, solo disfrutarlo todo. Y, aunque el mago saque 100 veces su conejo del sombrero, igual número de veces vamos a aplaudir.
Industriales llegó a la final. El Rey de la pelota cubana está a solo cuatro victorias de estar en donde le corresponde y ha sido desterrado por diversas razones: el trono. Como todo propósito grande, el camino no ha sido fácil: 14 partidos, cerrados todos. Los play off para los capitalinos nunca han sido fáciles de ganar. No recuerdo alguno así en mis 21 años.
De seguro el estimado lector se hace estas preguntas: ¿Acaso no son los azules uno de los favoritos pre-competencia todas las temporadas? De ser así, ¿por qué no ganan con holgura, demostrando su categoría? Si así lo hicieran, no tendría su sádico toque de gracia. Además, ¿cómo se podría presumir de historia si no se ganan batallas? ¿O qué casta relucir en ocasiones importantes como la de anoche?
Cuando Santiago ganaba el lunes ese sexto juego en el Guillermón, los fantasmas del 2014 salieron a relucir. Ya me lo decía un amigo cuando la semifinal estuvo 3-1: no te confíes Ignacio. Recuerda lo que pasó contra Pinar del Río. Por un momento, llegué a darle la razón, y de seguro muchos nos acordamos cuando los pativerdes remontaron aquel Play Off, encadenando tres victorias al hilo.
Por suerte no pasó: Raymond Figueredo, Frank Herrera y Juan Xavier Peñalver, desde el box, se encargaron de impedirlo, y acallaron a los bates indómitos, así como la conga y el bullicio del graderío.
La historia de La Habana y su gente, no sería la misma sin el béisbol y su presencia sostenida en él desde hace décadas. El orgullo está intrínsecamente ligado. En la memoria del aficionado se guardan las historias de Almendares, Occidentales, Adolfo Luque, Manuel Hurtado, el jonrón de Marquetti en aquella serie final de 1986. Son tantas las hazañas, y ahora esta generación (a veces colmada en glorias como un Domingo de Ramos, otras crucificada cual Viernes Santo), se ha ganado su espacio en la memoria por hacer soñar a su gente con el milagro.
El León está de regreso, y quiere salir del celibato de glorias. Ahora le tocará medirse, a partir del sábado, con un hueso duro de roer que responde a La pesadilla oriental, llamado Las Tunas. Dicen que el número 13 es maldito, pero para los capitalinos, tales augurios no importan cuando hay hambre y ganas de comer.
Mientras tanto, este escritor se persigna a Dios con la esperanza de que sea azul, y me acojo, parafraseando con aquel discurso de Marthin Luther King: Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la victoria…y ojalá ya no tuviera la necesidad de soñarla.
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