Pelota cuadrada en caja redonda

A la actuación de Cuba en el torneo de béisbol de los Juegos Panamericanos no hoy cómo justificarla. Por donde quiera que uno la analice está suspensa. Era oro o nada. Y resulta que apareció algo por debajo de nada.

Estamos hablando del certamen de más baja calidad de cuantos se han celebrado en este deporte desde Buenos Aires-1951. No solo por las ausencias juntas de Estados Unidos, subtitular del Clásico Mundial, y de los dos últimos campeones panamericanos: Canadá y Puerto Rico. Repasemos las nóminas, no las hay con el currículo de la cubana.

La que más se aproxima es la mexicana, que logró incluir a varios atletas de sus circuitos profesionales. Ninguna otra liga invernal del Caribe dio permiso.

Así que no podemos justificar la debacle con la emigración de peloteros o los lesionados que pertenecen a organizaciones japonesas y no pudieron vestir el traje nacional esta vez.

Aun con esas ausencias, Cuba presentó un equipo para oro. Y sucedió, como hace cuatro años, que no pasó de la fase preliminar.

En Lima los victimarios fueron Colombia con un elenco conformado por talentos de ligas menores estadounidenses y el Canadá de mucho oficio que ya va siendo un adversario rocoso para los insulares.

Aquello parecía el fin del mundo. Lo viví en la urbe peruana. Cuatro años después nos damos cuenta de que el fin del mundo quedaba unos kilómetros más allá.

Tras una ajustada victoria sobre Colombia por 4-3 parecía que la suerte sería otra. Al menos habían empezado ganando, y eso no era común en los torneos más recientes. Sucedió entonces lo que nadie predijo.

Venezuela y Brasil, con plantillas modestísimas, les tumbaron la sonrisa del rostro al equipo con la misma frialdad que la WBSC recortó par de innings a los juegos de pelota para dejarlos más cerca del softbol que del béisbol mismo.

De esos juegos perdidos no hay nada nuevo que decir. Errores, ingenuos algunos; el mismo poco bateo de siempre, incapaz de hacer ajustes en la segunda vuelta del lineup, la falta de emergentes capaces de voltear un marcado…

Ante Brasil fue el colmo de lo impensado. Un ilustre desconocido del picheo tuvo a los bateadores comiendo de su mano mansamente. A tal punto que con él en el montículo los jardineros pudieron irse a hacer tertulia en una de las esquinas del campo de juego.

Entre Felipe Marcondes y los jugadores de cuadro sacaron los 14 outs hasta que un batazo de Andrys Pérez lo golpeó, pero fue out también, y entonces el domador entregó la bola al bullpen.

Sus relevos no manejaron igual la situación, pero no permitieron tampoco que los cubanos empataran, y cuando parecía que iba a suceder, el alto mando de los caribeños apostó a un buen contacto que terminó siendo una rolata de doble matanza comodísima porque el bateador, Yadil Mujica, estaba cojo.

Como en río revuelto, las mejores ganancias son de quienes saben pescar bien. Colombia, que se había pasado todo el torneo en último lugar, atacó rápido a Venezuela y lo mordió para conseguir una victoria, la única hasta ahora, que lo lanzó directo a la superronda.

Se fue Cuba. Lo más triste es que no hay conmoción nacional. Las redes sociales digitales no han sido, como otras veces, tribunas de linchamiento, y en las calles se ven muy pocos alarmados por el desenlace. En otros tiempos… Uf, en otros tiempos, cuando nos bañábamos en oro, eso hubiera sido el detonante de un juicio público, con sus respectivas sentencias severísimas…

Algo queda claro: lo sucedido no tiene justificación. Sería como jugar con pelotas cuadradas sacadas de cajas redondas.