Que la familia Santucho haya recuperado a uno de sus miembros desaparecidos por la dictadura militar cuando era apenas un recién nacido conmueve hoy a la sociedad argentina, que 40 años después aun llora a millares de personas víctimas de la crueldad de un régimen que no distinguió edades, profesiones e identidades políticas.
La reinserción a sus verdaderos familiares del nieto 133 la pasada semana –y se estima pueden ser 400 más- causó una conmoción en esa nación sumida en el sufrimiento durante siete años (24 marzo1976-10 diciembre 1983) pero que escarba en las historias ocultas mientras recuerda la criminalidad, el odio, el exilio, la persecución, el envío a la guerra, los muertos, los ocultados para siempre. No. Los altos mandos dirigidos por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos (EE.UU.) en el Sur de América Latina y sus macabros planes duelen aun incluso entre quienes entonces eran pequeños testigos.
El apellido Santucho es muy respetado en Argentina por estar marcado por una historia signada por la barbarie represiva contra sus miembros. A 47 años del asesinato de Mario Roberto Santucho, jefe del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo, la recuperación de la identidad de un sobrino es un recordatorio a quienes, desde posiciones conservadoras, invocan un retorno de la nación a manos de los represores que con mañas aprendidas en la Escuela de las Américas imponían maneras poco convincentes para acallar ideas.
El hijo robado a Julio Santucho y su esposa, la militante política desaparecida Cristina Navajas, madre de dos hijos y embarazada del ahora recuperado –cuyo nombre aún se desconoce- es una esperanza pues aún hay centenares de mujeres y hombres sin identidad propia.
La alegría es inmensa, afirmó Estela Carlotto, la presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, quien con sus 82 años sigue en la búsqueda de cómo mínimo, apreció, otros 400 nietos raptados por los asesinos de sus padres o entregados a vinculados con las Fuerzas Armadas. Al lado de esta mujer estaban Julio y Martin Santucho, este último uno de los protagonistas de la recuperación de su hermano menor.
Carlotto, que recuperó a su nieto Guido tras 36 años de búsqueda, describió como “una persona muy dulce y agradable” al hijo de Cristina y Julio. Además, remarcó que su identificación “es un triunfo de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, organización encargada del no olvido.
Durante la etapa dictatorial murieron varios miembros de la familia Santucho. Ana María Villareal, esposa de Mario Roberto, fue acribillada por la Armada en la base Almirante Zar junto con otros militantes de organizaciones revolucionarias, en la llamada Masacre de Trelew.
Óscar Asdrúbal Santucho, uno de los 11 hermanos de Mario Roberto (Roby), murió en una emboscada del Ejército en Monteros, Tucumán.
En 1975, mientras celebraban el cuarto aniversario de Esteban Abdón, hijo del jefe de logística del ERP, Elías Abdón, el Batallón de Inteligencia 601 irrumpió en la casa del festejo y secuestró a Ofelia Ruiz, la viuda de Asdrúbal, junto a nueve niños, ocho de ellos parientes, y el festejado. Trasladados al centro clandestino, los pequeños rehenes del Ejército fueron interrogados para sacarles información sobre el tío Mario Roberto. La noticia voló. El grupo de menores fue trasladado a un hotel para atraer al buscado revolucionario. El PRT los rescató y trasladó a la embajada de Cuba donde permanecieron más de un año hasta que pudieron viajar a la isla caribeña, refugio de centenares de exiliados de las dictaduras del Cono Sur.
Durante el llamado “Proceso de Reorganización Nacional¨ impuesto bajo el entorno de la llamada Guerra Fría contra la Unión Soviética, ya disuelta, fueron torturados Carlos Híber Santucho, Manuela, Cristina, Carlos, Liliana. La valentía caracterizó a esta estirpe de argentinos que pusieron el pecho, mientras otros miraban ese mismo mundo desde la óptica del desgano o la resignación.
El hijo recuperado de Julio Santucho nació en 1977 en el centro clandestino de detención Pozo de Banfiel. Su abuela Nélida Navajas fue una referente de las mujeres que siguen indagando por los hijos de sus hijos. Murió en 2012 con el dolor de no conocerlo.
Ya el nieto 133 se encontró con su papá, sus hermanos, su hermana y una familia enorme atravesada por el terrorismo de Estado y una historia de lucha. Hasta ahora se conoce que fue criado por un integrante de las fuerzas de seguridad y una enfermera, quienes le ocultaron su identidad. Antes de la pandemia de Covid-19 él mismo se acercó a Abuelas, con dudas sobre su origen. “Hizo todo lo posible por recuperar su identidad”, celebró su padre biológico. Mientras, su hermano mayor, reflexionó: “Lo esperé tanto tiempo que me cuesta creer lo que estoy viviendo”.
DESARRAIGO
Miles fueron las familias argentinas destrozadas por los generales que ocuparon el poder pasada la medianoche del 24 de marzo de 1976. La entonces presidenta María Estela Martínez de Perón partía de la Casa Rosada en helicóptero rumbo a la residencia de Olivos. Nunca llegó a su destino. Aterrizaron en Aeroparque, casi una hora después la presidenta, su secretario personal, su edecán y sus custodios. Minutos después, a solas, el general José Rogelio Villarreal le comunicaba el arresto a la viuda de Perón.
Se estima que hay unos 30 000 desaparecidos, aunque según el general golpista Jorge Rafael Videla, podrían ser 45 000 o más. Para que nunca fueran localizados, los militares lanzaban a sus prisioneros desde aviones. El mar era la tumba.
Para justificar las desapariciones forzosas, Videla argumentó en un reportaje de la periodista María Seoane:¨ No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos 5 000. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta 5 000, 10 000, 30 000. No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam. Estuvimos todos de acuerdo. ¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero ¿qué es lo que podíamos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo (…)¨.
Uno de los crímenes más atroces de aquella época ocurrió el 16 de septiembre de 1976 y días posteriores en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, cuando 10 estudiantes de nivel secundario, todos menores de 18 años, fueron raptados y torturados por sicarios. Seis fueron asesinados y desaparecidos.
El carácter inhumano de aquellos jefes militares quedó expuesto en el Plan Cóndor, organizado por la CIA, que permitía el secuestro, tortura y muerte de refugiados o revolucionarios de un país en otro del Cono Sur.
En 2007, la profesora Joan Patrice McSherry, apoyándose en un documento desclasificado de la CIA fechado el 23 de junio de 1976, confirma la retención y tortura de refugiados chilenos y uruguayos en Buenos Aires. El texto explica que ya ¨a principios de 1974, oficiales de seguridad de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia se reunieron en Buenos Aires para preparar acciones coordinadas en contra de blancos subversivos¨.
El Plan Cóndor fue establecido el 25 de noviembre de 1975 en una reunión realizada en Santiago de Chile entre Manuel Contreras, jefe de la policía secreta chilena, conocida como DINA, y los líderes de los servicios de inteligencia militar de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay.
DURA PELEA
El pueblo argentino libró una dura batalla contra la dictadura. Mas de 20 000 personas fueron obligadas al exilio. Cuba, México, Venezuela y Costa Rica, en Latinoamérica, se convirtieron en nuevos hogares de personas desarraigas por la fuerza de su país y sus familias.
La intelectualidad y los artistas formaron parte de aquella pléyade de personas que mantuvieron su cultura y en los países que los acogieron formaron tribunas de denuncias. Sus cantos, sus novelas, formaron parte de la resistencia.
Los dictadores de turno censuraron el arte, los sindicatos, las federaciones estudiantiles. Cualquier voz que llamara a la desobediencia contra los fusiles.
LLEVARLOS A LA MUERTE
A EE.UU. dejó de interesarle la colaboración con regímenes sin futuro. La resistencia interna se consolidó y en Argentina creció la movilización política, social y la guerrilla urbana, entre ellas Montoneros, que se movían entre las alcantarillas de las ciudades, al no existir montañas protectoras.
Para tratar de demostrar su iniciativa, en este caso disparatada, los militares declararon la Guerra de las Malvinas contra el Reino Unido en 1982. Dos eran los objetivos: restituir su legitimidad y cimentar la cohesión interna, tocando la fibra patriótica para recuperar un territorio robado por el lejano Londres. El 10 de abril de ese año, más de 100 000 personas apoyaron la guerra en Plaza de Mayo.
Las Fuerzas Armadas sureñas estaban convencidas de que el Reino Unido no respondería al ataque y, si sucedía, EE.UU. apoyaría a Argentina. No ocurrió así y las tropas invasoras, mal preparadas, sin armamento adecuado, enfrentaron escuadras altamente entrenadas y equipos tecnificados. Más de 600 jóvenes soldados cayeron en desiguales batallas en las islas.
El 14 de junio, Argentina presentó su rendición. El régimen autoritario comenzó su desintegración y comenzó un proceso de transición hacia la democracia participativa que hoy algunos admiradores de aquella pesadilla intentan reeditar mientras luchan por el retorno a la Casa Rosada. Como siempre, con el apoyo o el silencio cómplice de quienes desde la vida política o cultural, en los años del plomo, sobrevivieron a las tempestades.
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