Aducen analistas de puntería que, aferrados a los viejos cánones militaristas y de injerencia violenta, buena parte de los tanques pensantes oficiales en Estados Unidos no parecen advertidos de los tintes adversos que para la primera potencia capitalista reserva el desarrollo de la actual geopolítica global.
A juicio de tales fuentes, y utilizando algunos de los más rancios enunciados intervencionistas, el tiempo de las cañoneras va quedando en segundo plano como eje principal de dominio “en la división del orbe en zonas de influencia”, al tiempo que factores como la economía van ocupando lugares mucho más destacados e influyentes.
Así, mientras algunos voceros norteños siguen invocando el papel de gobernantes “rudos y decididos” o el “tamaño y extensión de las fuerzas armadas” como garantías de un sólido control internacional, no pocos estudiosos colocan, cada vez con más fuerza, el peso realmente eficaz en un tejido creciente de lazos productivos, comerciales y financieros, que al final crea las bases para abrir brechas efectivas en el cuadro militar.
En esa corriente, expertos como Alfred W. Mc Coy y Tom Dispatch, por ejemplo, recuerdan que desde inicios del siglo pasado los “padres de la geopolítica” designaron como "heartland", o corazón geoestratégico global, el extenso territorio euroasiático (ruso-chino), en razón de su ubicación, recursos y potencialidades.
Si bien diferentes imperios, desde el británico y el norteamericano, planificaron siempre acordonar y acomodar esa zona a sus intereses, lo cierto es que hoy son los dos grandes Estados de la región, Rusia y preferencialmente China, los que llevan la batuta y la iniciativa en tan extensa y codiciada área.
El "heartland", según los ya citados analistas, comienza a empujar decisivamente de adentro hacia fuera de sus fronteras, con un vigor que pone en crisis las cercas y atalayas castrenses de las potencias occidentales, con Washington a la cabeza.
El reverdecimiento de la milenaria “Ruta de la Seda”, ahora sobre rieles de alta velocidad, y una profusa imbricación de gasoductos y oleoductos, propiciados por la pujanza económica de Beijing y la sumatoria de Moscú y de decenas de otras naciones desde Asia Central y el Sudeste Asiático hasta la propia Europa Occidental, proyectan un activo tejido de lazos económicos al que nadie puede sustraerse.
Trenes de alta velocidad de reciente factura reducen sensiblemente los tiempos en el movimiento de mercancías y personas a todos los confines de la extensa explanada continental, mientras que combustibles y gas van en forma creciente desde los productores hasta los consumidores con elevada eficacia y seguridad.
Como complementariedad financiera, explican textualmente McCoy y Tom Dispatch, “en 2014 Beijing anunció la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Las autoridades chinas ven esta institución como una futura alternativa regional y, a la larga, euroasiática, al Banco Mundial controlado por Estados Unidos.
Hasta ahora, a pesar de la presión de Washington para que no se unieran, catorce países claves, incluyendo aliados cercanos de EE.UU., como Alemania, Gran Bretaña, Australia y Corea del Sur, han firmado como socios fundadores. Simultáneamente, China ha empezado a establecer relaciones comerciales a largo plazo con zonas de África ricas en recursos, con Australia y con el Sudeste Asiático…”
Mientras, en enero de este año, Rusia concretó, junto a Bielorrusia y Kazajstán, el surgimiento de la Unión Económica Euroasiática, que fortalece y compromete aún más la participación de las tres naciones en el avance de la potente nueva Ruta de la Seda.
En pocas palabras, rememorando las centenarias percepciones de Sir Halford Mackinder, uno de los impulsores de la geopolítica imperial británica a inicios del pasado siglo, que “si China logra vincular su emergente industria con los enormes recursos naturales del restante espacio euroasiático”, entonces, con toda seguridad “un imperio de alcance mundial estaría a la vista".
Poderosa fuerza, esta que va surgiendo sin compartir las políticas de brutal expansionismo e imposición que invariablemente preceden la irrupción del hegemonismo de factura Made in USA, y que, por el contrario, sienta sus reales en la cooperación, la complementariedad, el no uso de la fuerza, el respeto y beneficio mutuos, y el multilateralismo global como pilares de la convivencia internacional.
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