En los mapas del Medio Oriente editados antes de 1940 la palabra Israel no aparece. Tampoco Jordania, Irak o Kuwait, países que emergen de las divisiones poscoloniales del mundo árabe. Nombres como Egipto, Siria y Líbano sí estarían en el papel, como lo han estado en la cartografía y en los libros de historia desde hace un buen tiempo. En el lugar donde ahora Israel tiene sus coordenadas, entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán, en esa época se mostraba otra denominación: Mandato de Palestina, o simplemente Palestina, un territorio controlado por el gobierno británico desde 1920. Ahí se localizaba lo que los cristianos denominaban Tierra Santa: los sitios donde transcurrió la vida de Jesús de Nazaret, según los evangelios. Dentro de ese espacio geográfico se ubica la ciudad de Jerusalén, sagrada también para musulmanes y judíos.
La Segunda Guerra Mundial y la descolonización del Medio Oriente le dieron nuevas líneas y nombres al mapamundi. La palabra Israel se incorpora a la geografía política a partir de 14 de mayo de 1948. Surge un estado judío, gobernado por migrantes judíos y pensado para ellos; reaparece una vez más entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, casi dos mil años después, en el sitio de donde salieron sus antepasados. Pero nace tras un par de milenios y en un territorio habitado fundamentalmente por árabes nativos.
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Históricamente, el último vestigio de un algo similar al reino independiente "hebreo" en esa parte del mundo había sido el reino de Judea, que en vida de Jesús de Nazaret ya era un protectorado romano con cierto grado de autonomía, una relativa libertad que desaparece por completo cuando el futuro emperador Tito arrasa Jerusalén en el año 70 de nuestra era, en respuesta a una rebelión local, completando una campaña de represión iniciada por su padre, el entonces emperador Vespasiano.
¿Cómo se llegó entonces a los hechos de 1948? La clave para el surgimiento del Israel moderno se encuentra en la repartición, entre poderes europeos, de las provincias árabes del derrotado Imperio Otomano (antecesor de Turquía), después de la Primera Guerra Mundial. Sin la ocupación de Palestina por los británicos, en 1917, no hubiesen podido dinamizar, a través de la migración, un aumento considerable de la comunidad judía que ya estaba asentada allí desde hacía milenios. Para entender la magnitud de ese flujo migratorio, y su impacto en las posibilidades de la fundación de un estado hebreo, puede mencionarse que, hasta 1995, la mayoría de los primeros ministros israelíes eran inmigrantes procedentes de algún sitio del antiguo Imperio Ruso, como el gobernante fundador, Ben Gurion, nacido en lo que hoy en día es Polonia, o Golda Meir, natural de Kiev, actual capital de Ucrania.
Al quedar los británicos en el lado de los vencedores, en 1918, dieron viabilidad a la aspiración de una parte de la comunidad judía residente fuera de Palestina, nucleada alrededor del movimiento sionista: primero, hacer vida en el espacio geográfico que su tradición religiosa consideraba el sitio de donde procedían sus ancestros, la tierra prometida por Dios; y luego formar un estado nacional propio. La Organización Sionista Mundial apoya este esfuerzo migratorio. Uno de sus líderes, el banquero y parlamentario judío-británico Walter Rothschild, recibe en noviembre de 1917 una carta el ministro de Exteriores de su país, Arthur James Balfour, donde se comunica el apoyo oficial del gobierno de Londres para el establecimiento de un hogar nacional judío en el territorio arrebatado a los otomanos. En ese mes, las tropas británicas toman Jerusalén.
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La Declaración de Balfour y la referencia a una nación judía marcan un antes y después que repercute hasta el día de hoy, abriendo una transformación demográfica y la promesa de asentamiento en un sitio donde la población árabe era mayoría desde hacía siglos. Cientos de miles de judíos emigran en las décadas posteriores. En Londres se calculó que una población eminentemente europea protegería sus intereses en el Canal de Suez y eso exactamente ocurrió en 1956, cuando Egipto nacionalizó esa estratégica vía marítima. La Declaración de Balfour es mencionada en la declaración de independencia de Israel como una de sus bases fundacionales.
El genocidio cometido por el fascismo contra los judíos en Europa en los años cuarenta del pasado siglo da un motivo más a la necesidad de un estado para ese pueblo. Al interior de la recién creada Organización de Naciones Unidas (ONU) se debaten opciones y finalmente, en 1947, se aprueba un Plan de Participación de Palestina para la creación de dos países, uno judío y otro árabe, sin nombres todavía, con un cronograma, una propuesta de Unión Económica y una independencia programada para el 1ro de octubre de 1948. La ciudad de Jerusalén debía quedar bajo supervisión internacional de la ONU. Nada de lo anterior ocurrió.
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Lo que en realidad sucedió fue que grupos armados judíos, génesis del ejército israelita, iniciaron una guerra interna para desalojar a la población local de sus ciudades y aldeas. Ocurre la Nakba, que en árabe significa “catástrofe”, con una campaña de terror contra los habitantes autóctonos no hebreos, que son forzados de desplazarse fuera de sus zonas de residencia. Al proclamarse la fundación, el 14 de mayo de 1948, los países árabes vecinos de Palestina intervienen, pero son derrotados militarmente. Será la primera de varias guerras. Tras esa conflagración inicial, Egipto ocupa la ciudad de Gaza. Los jordanos toman posesión lo que hoy se denomina Cisjordania, incluyendo Jerusalén Oriental, hasta 1967, cuando la pierden en la Guerra de los Seis Días. Gaza entonces también pasa a manos israelís. Son en esas dos porciones de territorio donde aún se concentra la mayor parte de la población palestina.
La fecha y los límites de 1967 son claves porque el pedido de una solución para los dos estados y el reclamo territorial del actual Estado de Palestina, reconocido formalmente por 139 gobiernos del mundo, parte de las fronteras anteriores a ese año. El paso del tiempo ha distanciado el conflicto de sus orígenes, aunque las consecuencias no cicatrizan y supuran. Tras 75 años de enfrentamientos de todo tipo, la histórica política de agresión y expansionismo de Israel persiste en negar el derecho de los palestinos a tener su propio Estado.
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