El Ejército de Burkina Faso anunció la decisión del entierro —aún sin fecha precisa— de los restos de Thomas Sankara, que para muchos africanos resulta un acto de justicia coincidente con el aniversario 60 de la independencia.
Esa acción forma parte de un proceso iniciado en 2015 con las exhumaciones hechas para someter los restos a pruebas de ADN y se conjuga con los resultados del juicio realizado en 2021 contra los implicados en el magnicidio, un reclamo al que accedieron las actuales autoridades militares.
La efemérides del 5 de agosto se inscribe en un ámbito político complejo, cuando cobra fuerza la junta militar del teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, se debate acerca del retorno al país del expresidente Blaise Compaorè, principal implicado en el asesinato de Sankara, y ocurre una ofensiva terrorista.
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Sin embargo, pese a los avatares enfrentados, el “país de hombres dignos”, como lo concibió el mártir panafricano, se impone a las adversidades políticas de su difícil contexto saheliano y sobrevive más allá del infortunio, a la vez que procura encarar con optimismo su presente.
Alto Volta, colonia francesa fundada oficialmente en 1919, pasó a identificarse como Burkina Faso en 1984 durante el gobierno de Thomas Isidore Noël Sankara, conocido en la historia continental como el Che Guevara africano por su pensamiento y actuación progresista.
En la trayectoria del país hay poca alternancia política: de 1960 a 1966 gobernó un civil, Maurice Yaméogo, derrocado por el coronel Sangoulé Lamizana, quien se mantuvo en el poder hasta 1980, cuando le depuso el coronel Saye Zerbo, destituido en 1982 por el mayor Jean-Baptiste Ouédraogo.
Meses después, en medio de una escalada de pugnas entre diversas tendencias, Sankara asumió la jefatura del gobierno al frente del Consejo Nacional para la Revolución (CNR), hasta el magnicidio de 1987 perpetrado por conspiradores aliados a Blaise Compaorè, quien ocupó la presidencia hasta el 2014.
Derrocado por masivas protestas populares, Compaorè se exilió en Costa de Marfil, de donde retornó recientemente para reunirse con el nuevo hombre fuerte del país, el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, quien llegó a la cúpula con un golpe de Estado en enero que desplazó al civil Roch Marc Christian Kaborè.
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Los 60 años de independencia están profundamente marcados por la incursión castrense en los asuntos del Estado, que pese a eso no escapa de ser objeto de amenaza del insurgente extremismo de cariz confesional, cuyas katibas (destacamentos) golpean a Burkina Faso.
El norte es la región más afectada del país y donde en 2021 ocurrió la peor masacre terrorista de su historia, cuando un ataque a la aldea minera de Solhan, perpetrado mayormente por niños-soldados, causó más de 160 muertos, lo cual mostró la necesidad de frenar la violencia fundamentalista en todo el Sahel.
Hasta el 2015 Burkina Faso no estaba amenazado por el radicalismo armado, al contrario que sus vecinos Malí y Níger, objetos de agresiones en el oeste de la subregión, donde el fundamentalismo crece exponencialmente, a criterio de expertos.
Hoy la situación es distinta, se multiplica el terror, en julio 31 personas murieron en dos atentados, 22 de ellas en la comuna rural de Bourasso, región occidental burkinesa, actos que incentivaron también los enfrentamientos entre comunidades y el aumento de milicias de autodefensa, un paliativo para la inseguridad.
Así es como el “país de hombres dignos” se inserta en una dinámica subregional impensable hace seis décadas y a la cual deberá vencer para continuar haciendo historia.
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