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jueves, 3 de octubre de 2024

Un teatro para niños de 0 a 100 años

Las artes escénicas, desde la civilización griega, sirven para formar los arquetipos de pensamiento y conducta...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 08/08/2018
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Teatro para niños
No se debe extirpar de la sociedad cubana el derecho a soñar y ese se cultiva en todas las edades.

Hacer teatro ha sido la manera que tienen los pueblos de llevar a catarsis aquellos temas más recurrentes en la arena cotidiana, de manera que cuando se trata de una obra dirigida a los niños no escapamos al mismo fenómeno. En Cuba, ciertamente, se cuenta con una importante carga teatral, tradición que se fortaleció y amplió su horizonte para llegar hasta los más pequeños.

Grupos como el Teatro de las Estaciones llevan a las tablas problemáticas como la exclusión de los criterios del niño, la poca atención a sus sueños, la constante superación que conlleva para un entorno social mantener una infancia sana. Otros, como el Guiñol de Remedios, cuentan con una larga dramaturgia de autor, cuya semilla está en los valores humanos y los grandes conflictos del arte más universal.

Ahora bien, desde el llamado periodo especial de la década de los noventa se generó una especie de teatro alternativo en Cuba que podía hacer una obra con un palo y una sábana. La apuesta, arriesgada, tuvo sus frutos, pero a la larga devino en una especie de cliché que estandarizó a no pocos grupos teatrales.

Hacer arte lleva recursos y el Consejo Nacional de Artes Escénicas lo sabe. Muchas veces presencié, en el caso del Guiñol de Remedios, cómo los actores y la familia del director, Fidel Galbán Ramírez, zurcían los telones o hacían muñecos de la nada. Para que se lleve adelante un sueño tiene que existir el recurso, no todo se genera a base de imaginación. Los niños son el público más exigente que existe. 

Hay una seriedad en el arte para la infancia que a veces no se entiende en determinados predios, de hecho, aprendí de Galbán que el teatro para los niños no es un ratoncito en una media diciendo ñoñerías. Varias de las obras que leí, suyas, ocultaban una profundidad de altos quilates. Eran proyectos ambiciosos en cuestión de recursos, no obstante, se llevaron a las tablas.

La creatividad de los artistas cubanos se tornó infinita en medio de las limitaciones materiales. He visto muchas soluciones inteligentes a partir del uso de sombras chinescas, de magistrales manipulaciones de títeres, etc.; pero apostar siempre por esa consagración pudiera ser peligroso. En un medio cada vez más mercantilizado como la cultura, lo banal puede desplazar al teatro en los gustos de una infancia que ya baila reguetón y sabe de mil y unas discotecas.

Que se mantengan los recursos para los mejores grupos, aquellos que no paran de montar y de soñar, vendría siendo una solución; que las escuelas de arte formen personas con un alto nivel de sensibilidad e información es esencial. No se hace un reino de la nada, jamás se recoge cosecha en terreno baldío.

Además, el teatro se convierte a veces en una cuestión de élites de ciudad y no más en un fenómeno de masas. Basta analizar el estado en que se encuentran muchos inmuebles de provincia para darnos cuenta de que hay generaciones de niños que nunca vieron un títere. Los salarios, las subvenciones, la apertura a que broten maneras de motivar al artista deben ser vías para que resurja el movimiento.

No basta con un Mayo Teatral en La Habana si en Remedios, fuerte plaza, no se tiene disponible la emblemática sala Rabindranath Tagore, que tanta historia ha hecho. Mantener un espacio para películas y obras de teatro se ha transformado para los municipios en una heroicidad, toda vez que las capitales de provincia captan la atención institucional. Ni hablar de las zonas rurales, las cuales dependen de la buena dádiva de las programaciones locales o de algún talento perdido.

La cultura es ese espacio de sensibilidad donde habitaremos los adultos de hoy en la ancianidad. Si los niños no aprenden que una rosa es bella y que la vida nos pertenece a todos por igual, tendremos un mañana excluyente y duro. Las artes escénicas, desde la civilización griega, sirven para formar los arquetipos de pensamiento y conducta, tienen un impacto movilizador.

Crear niños de ciudad elitistas y dejarles a los del campo la dureza de la vida son caminos que conducen a la división clasista y el odio futuros. Se estaría copiando el mismo modelo que el mundo reproduce a escala macro, donde una masa inmensa vive en la desesperanza y la agresividad hacia el que come, ve televisión o va al teatro.

La división solo genera mediocridad, cretinismo en las élites, ceguera en la periferia. Para el teatro, fenómeno de pensamiento, el acceso masivo es vital. Recuerdo una obra de Galbán llamada “El viaje de Tin” que versaba precisamente sobre la necesidad de que todos, sin excepción, tuvieran ojos para ver el mundo.

Comprender el teatro, desde pequeño, marca los valores, los usos del lenguaje, la relación con la cotidianidad. En ese campo de batalla que es la cultura hoy, la mejor forma de combatir la apatía y la vulgaridad del consumo está en mejorar los contextos de creación y acceso. Si no se quiere que el niño vea el paquete, ¿por qué no disponerle una buena obra llena de luces y sueños y canciones?

No se debe extirpar de la sociedad cubana el derecho a soñar y ese se cultiva en todas las edades. Un teatro para niños de 0 a 100 años tiene que existir.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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