“Todas las mujeres son brujas”, es la frase que repite sin cesar Transilvania, el imperio prohibido, una de las películas rusas más taquilleras de este año.
Superproducción basada en una historia de Nikolái Gógol, escritor del siglo XIX cuya obra literaria hizo sátira a los aspectos negativos de la sociedad rusa de la época. Muchos intelectuales lo han considerado una figura reaccionaria y patética, que agredía constantemente el fanatismo religioso.
Y de fanatismo religioso está llena Transilvania, el imperio perdido. Precisamente en este hecho, una de las variantes del miedo que más critica Gógol en su obra, es en lo que se centra la película del Oleg Stepchenko.
A principios del siglo XVIII, el cartógrafo Jonathan Green emprende un viaje científico por Europa hacia el este. Por el camino se pierde en un bosque y descubre un pueblo que vive absolutamente atemorizado por la religión y las creencias paganas. Demonios, brujas, fantasmas, magos y hechiceros, con iglesias embrujadas y tradiciones milenarias tienen espacio en el filme, cuyo título original es Viy 3D.
La clave de la popularidad que tiene Gógol, considerado el creador de la novela rusa contemporánea, está en la mezcla de humor con realismo social y elementos fantásticos, hecho que se refleja con creces en el filme, así como el elemento crítico al fanatismo religioso y la manipulación que ofrecía la iglesia en el feudalismo sobre sus fieles.
Aunque en la obra de Gógol nunca queda claro si las reformas que él quería para Rusia eran de tipo político o moral, sí queda explícito que él consideraba la religión como una forma de sojuzgar a las personas.
Conociendo el escritor a partir del cual nace Transilnavia, el imperio prohibido, es de esperar que detrás de tanto temor a brujas y fantasmas demoníacos se encuentre la manipulación burda de entes que en nombre de Dios y la religión hacían valer sus ansias de poder. La mano del hombre es presentada en la cinta como un mecanismo ejecutor, eternamente deseoso de poder.
La intención de Stepchenko, como en otra época la de Gógol, es la de llevar el absurdo de la sumisión ante la exacerbación religiosa de ciertos oportunistas en el poder a tal extremo que hostigue a la mente moderna. Por eso hunde amarrada en una cruz a la muchacha de cabellos rubios de rostro más dulce del cine ruso contemporáneo; por eso golpea y casi mata al protagonista, único personaje del filme que tiene, dado sus estudios, una dosis de raciocinio que combate las creencias paganas del pueblo.
Transilvania, el imperio probibidotiene buenas intenciones. Pero ya sabemos qué camino está empedrado con ellas. Aunque el presupuesto del filme es generoso; los efectos especiales constantes y decorosos y la banda sonora, aventurera, con toques épicos hechos con filarmónica, la edición de la película es tan alocada y azarosa que hasta la primera mitad del filme no se entienden apenas los hechos que se narran.
La cinta se desaprovecha en un montaje caótico que hace perder el hilo del argumento con facilidad. Eso sin contar que a la historia principal se solapan varias escenas de flashback sin ningún tipo de transición entre tomas, sin que ni siquiera se explique ni se entienda demasiado qué aporta al argumento de la película.
Los efectos especiales y las panorámicas del paisaje, si bien novedosos, están demasiado digitalizados, lo que va en detrimento de la credibilidad, y crea secuencias que se parecen más a la animación que a cualquier otra cosa. Por si fuera poco, la estructura argumental del filme está llena de lagunas, y aunque en su recta final intenta explicar un poco todo lo acontecido, no logra salvar la película entera.
Los actores de la cinta —Jason Flemyng (Lock & Stock, Stardust) y Charles Dance (Juego de tronos) en los protagónicos— son otro de los puntos que tiene Transilvania… en su contra, ya que ninguno de ellos realiza una labor destacable; más bien dejan a sus personajes caer en la misma deriva en la que incurre el guión, lo que provoca que los 127 minutos de la cinta se eternicen.
“Mírame profundo a los ojos, mientras te quemas por toda la eternidad”, dice el mítico Viy, el monstruo más temido —muy loablemente imaginado, por cierto— mientras reafirma uno de los conceptos que Gógol primero y luego Stepchenko no se cansan de revalidar en su obra: el miedo es un aliado poderoso para la manipulación de las masas.
Lástima que para subrayar tamaña verdad al director se le hayan pasado en su adaptación tonterías tales como compartir las monedas de oro que se tienen con un caballo, o preguntar cuando se está siendo torturado —obligado a sentarse sobre una silla llena de clavos puntiagudos— para qué es la silla. (Obvio que es para la tortura y no para la decoración, ¿no?).
Transilvania, el imperio prohibidoes, en definitiva, una película entretenida, con deficiencias en la edición y argumentales, pero con grandes efectos especiales y con un mensaje contundente detrás: el miedo es un arma.
juanjose
14/1/16 19:04
Siiii la 2 parte seria bien una nueva aventura
juanjose
14/1/16 19:02
Es super la película quisiera la 2 parte una nueva aventura
tito el bambino
13/10/15 10:10
pero algunas son mas brujas que otras
SergioR
7/10/15 8:56
las prefiero brujas...
d
6/10/15 12:24
todsas la mujeres son brujas y bien
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