La primera vez que vi la cinta Una pelea cubana contra los demonios, esperaba que el director, Tomás Gutiérrez Alea, situara con detalle la historia en su escenario real: el San Juan de los Remedios del siglo XVII y su pugna por existir como ciudad, frente a las ambiciones de un cura que usaba el poder de la ideología eclesial a su favor. Pero la metáfora del oportunismo disfrazado se tornó universal, el autor de la cinta apenas hizo referencias vagas y prefirió dejar sueltos algunos cabos.
Se sabe que la historia en el arte sirve de pretexto para abordar temáticas aún presentes, de forma que el relato real es un instrumento en las manos de los artífices. La relectura crítica de los hechos, que no la reproducción documental, caracteriza al cine cubano. Por ello el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC) fungió durante toda la política cultural como una especie de laboratorio, del que cada año el público esperaba algún experimento atrevido y no una mera fórmula.
Hay que deberles a los cineastas cubanos ese apego al arte de vanguardia, cuando se quería a veces de forma insensata ponderar el realismo ramplón. Y es que la verdad a secas apenas existe, porque no hay hechos sino interpretaciones, ello no quiere decir que la sensatez deba violarse. En la reciente cinta histórica Inocencia se aborda una relectura sobre el crimen contra los estudiantes de Medicina, durante la colonia, que nos arroja metáforas perennes sobre la justicia y su naturaleza.
Ni el documental ni la ficción son espejos de una verdad que en sí misma encarna una polifonía caleidoscópica, porque, queramos o no, convivimos en medio de relatos que deben leerse una y otra vez, ya que no serán nunca iguales. Se quiso petrificar la historia académica, desde cierta escuela, pero el punto está en interpretar para la transformación, ya que cuando Marx habló del cambio como praxis no obviaba el pensamiento como momento simultáneo y sine qua non.
Por eso Una pelea cubana contra los demonios es una ponderación del pensamiento crítico y la interpretación, contra la escolástica y el fanatismo. Hay que situar la película en medio de un contexto donde la praxis se abría paso con trabajo a través de un entramado ideológico, la iglesia dominaba la filosofía y por ende las interpretaciones oficiales, siendo delito cualquier desviación. Alea se sirve de aquel pasaje de lo que Fernando Ortiz llamó “nuestra Edad Media”, para criticar todas las ideologías represivas posibles.
Pero si Alea era la razón cartesiana que corta como cuchillo la mantequilla, Humberto Solás fue la pasión, el phatos por la libertad y los ideales nobles. En El siglo de las luces, versión para cine del clásico de Alejo Carpentier, la revolución francesa y su vibración caribeña nos traen la metáfora del hombre y la historia. ¿Es posible un ser nuevo, alejado del egoísmo, comprometido con causas que lo sobrepasen? Las preguntas resultan más elocuentes que un documento oficial. La posibilidad de la utopía, del optimismo, como una constante, es quizás la contracara de la cinta mentada de Alea. Estos grandes directores se abocan al cuestionamiento, la búsqueda introspectiva.
A nuestro juicio, tales ganancias en el cine histórico cubano vienen de la voluntad libérrima de los autores, que no acataron jamás una línea por encargo (cosa que, aunque se haya pretendido, tampoco fue política de Estado). Si miramos hacia el Martí de El ojo del canario, Fernando Pérez nos entrega al muchacho que existió, pero en la relectura vuelven metáforas eternas, en este caso el hombre y el destino histórico. Alguien que impusiera una rigidez documental a la cinta, quizás quitase al muchacho, pero entonces no tendríamos al hombre, mucho menos la lectura de su destino.
Han sido éxitos de taquilla todas esas cintas no por el fragmento documental que contienen, sino por su relectura, su interpretación.
Madagascar, una cinta compleja, pero que recoge la etapa del “periodo especial cubano en tiempos de paz” de los años 90 del siglo pasado, propone resituar nuestros ideales a partir de una realidad dinámica. De ahí la alusión a la exótica y lejana isla del Océano Índico, quizás metáfora de la relocalización de un socialismo que, perdido su modelo europeo, debía reinventarse. Eso también es cine histórico.
Sustraerse de la historia, en el contexto cubano, cae casi siempre en clichés costumbristas cuya valía ya muestra un desgaste evidente. No se trata de una camisa de fuerza, pero el propio público busca en cada cinta la escudriña, la reconstruye a partir de su práctica diaria. Por eso ha fracasado el cine cubano escapista. El lado flaco ha estado, a nuestro juicio, en las cintas de epopeya, donde la verdad se torna discursiva y se pierde la naturaleza metafórica de la propuesta estética.
El esfuerzo por ofrecernos interpretaciones y no hechos dio mejores frutos que el asirnos con fuerza a un único relato épico, pues recordemos que ni siquiera las grandes epopeyas de la literatura ofrecen una sola línea interpretativa. Como mismo El Quijote fue una relectura inteligente de lo épico, lo cubano en el cine aborda lo histórico desde la crítica y la vigencia, no al servicio de ninguna agenda específica.
La metáfora y no el discurso llano, la pregunta y no la respuesta en forma de consigna, el diálogo y no el monólogo; tales herramientas hacen nuestro cine.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.