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martes, 24 de diciembre de 2024

La ruptura del silencio

Hay décimas que nos cuentan de los dolores y del amor, del odio, de las enfermedades, de los buenos y los malos tiempos…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 17/05/2023
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Tres-instrumento musical
La décima no muere, sino que reencarna, muta, pero siempre conserva lo que una vez fue

Siempre que se va a los campos de Cuba hay un ser que nos acompaña. Lo escuchamos a la vera de un camino o en el bohío durante las tertulias a la luz de un quinqué. Salta por los accidentes de la tierra y se vuelve riachuelo, corriente de aire, batir de alas y naturaleza. Esa poesía posee los más ilustres orígenes, pero ha preferido la sencillez de una tonada campesina, el dicho popular y el retozo elocuente de las personas más humildes.

 

Se trata de la décima, la composición en la cual no solo hay métrica y lirismo, sino la crónica de todo un país que se ha construido en torno a los mitos, los sucedidos, el anecdotario de quienes viven en los más verdes rincones de la geografía cubana. Se trata de un ser en sí mismo, con existencia propia, porque no depende de nadie en particular y florece en las inteligencias más silvestres. Hay guajiros capaces de hablar todo el día en décima improvisada y ello determina un hacer bien especifico, una obra trascendente de narración oral que se queda en el éter.

 

La verdadera cultura no es la que se detiene en los estudios de la academia, ni la que ha quedado en los archivos bajo montañas de polvo. Hay una Historia más allá de ese universo sacro y en ocasiones acartonado. La décima es el vehículo de un pensamiento vivo, que se trasmite ancestralmente y que nos trae aquello que más amamos. Su comportamiento ritual reactualiza los significantes de una comunidad y es capaz de ofrecernos un marco para la existencia en el cual no quedemos cosificados como país. Habría que hacer los documentos oficiales en este dialecto de los campos que posee giros propios y que se parece tanto a la universalidad que hemos acogido en el seno de la nación. La décima posee la entraña de los hispanos que vinieron a sangre y fuego y la mansedumbre de aquellos que ya estaban aquí y que fueron testigos de su desasimiento como civilización.

 

En tal sentido, se trata de un fenómeno antropológico que explica la decadencia y el auge de las épocas y que registra los elementos más autóctonos. Además, las palabras fundacionales de la cubanidad también son atravesadas por el ser que salta entre los ríos y los campos y se trasmuta en arriero, en agricultor, en hombre de la tierra. Hay un mundo culto y misterioso que se devela en las sesiones de improvisación. Pero es que la décima posee la potencia de lo natural y la elaboración de lo profundo.

 

Hay rincones de Cuba en los cuales se vive de manera detenida. Sitios como los campos de Cabaiguán, Remedios, Yaguajay, en los cuales pareciera que la herencia canaria se ha convertido en un fantasma que se mueve y que les da entidad a los vivos. Allí, en las alas de un sombrero de guano, anidan los versos de cualquier poeta. Cuando se arma el guateque, se convocan los campesinos y se pone la mesa; todo está listo para la quimera, la mitología y de las ocurrencias.

 

Hay décimas que nos hablan sobre aparecidos, cuyo terror ritual establece pautas morales de convivencia en el seno de la comunidad. Allí se narra sobre sitios en los cuales no es prudente andar de noche o de acciones por las cuales se paga un castigo determinado. Hay décimas que nos cuentan de los dolores y del amor, del odio, de las enfermedades, de los buenos y los malos tiempos. Pareciera que, a falta de una editorial, los que viven en lo más apartado de Cuba sostienen esta oralidad perfecta que los ayuda a recordar y que los hace detenerse en un recodo de la vida. Lo contemplativo va de la mano con la memoria histórica y casi se puede decir que el campesino hace una especie de búsqueda existencial a partir del uso de la musicalidad de la décima. Como decía Platón, se trata de una anagnórisis en la cual se viaja y se halla el ser que se creyó perdido y denostado.

 

Esta composición criolla dignifica a los creadores, los hace brillar en lo más alto y posee el encanto de un amanecer en la campiña. Solo en Cuba veremos cómo un hombre sin estudios es capaz de las más elaboradas imágenes a partir del entrenamiento exigente de la vida rural. Onelio Jorge Cardoso refleja en sus cuentos este universo y pone en solfa aquellos elementos en los cuales se observa un papel activo de la poesía campesina en la conformación de la vida común y sus pautas identitarias. Recientemente estuve en un evento en el poblado de Calabazar, la tierra del Cuentero Mayor, y pude ver cómo doctores de la universidad aplaudían y admiraban la poesía de un improvisador. El hallazgo del hombre natural, ese que no se contamina con la vida moderna, se produce en los recodos de los campos. Calabazar posee además la resonancia de una de las obras narrativas más trascendentes de Cuba.

 

Pareciera que a cada paso nos vamos a tropezar con Moñigűeso, la Tía Visia, Francisca, el Zonzo… Allí también habitan por demás las musicalidades de la décima, siempre como telón de fondo de todo el drama existencial de la sociedad rural apartada de las complejidades de las urbes, pero repleta de sus propios códigos con los cuales se dibuja el encanto de la vida.

 

La décima provoca reflexiones, cambios de parecer, es una forma de la opinión pública. Su paso de un sujeto a otro se da de manera oral y ello contribuye al enriquecimiento paulatino de las diversas piezas y giros de la lengua. Existe una tendencia mal establecida en las academias que ve en estos fenómenos solo la cuestión gregaria, popular. Se mira de afuera, como si fuera posible conocer algo sin sacar su esencia. Por eso se sigue subestimando a la décima y aunque está extendida, hay quien cree que su cultivo demerita a los poetas profesionales que se dedican a acciones literarias más ambiciosas. Nada de eso, el retorno a lo oral y a las narrativas de la gente nos actualizar en torno a los dolores y las aspiraciones de nuestro imaginario colectivo y por ende constituye una manera de conocimiento.

 

Hay décima incluso en esos autores que en su registro culto no la usan y que eligen otro camino más cercano a corrientes universales. Somos los hijos de una tradición que nos precede y a la cual estamos arrojados al nacer. La abrazamos o la rechazamos, pero nos hace siempre habitantes existenciales de su marco histórico.

Entonces no cabe negar nunca lo que somos y lo que hemos sido, sino hacer un acto de reafirmación en el cual quepamos todos los que sentimos por la identidad, ya sea porque la asumimos la refractamos. En ese accionar, la décima no solo es como el formato en que se escriben nuestros cantos nacionales –a la manera de la obra de Homero– sino la voz de un pueblo que no se apaga, sino que traslada hasta el presente aquellos símbolos que nos dan entidad y sostienen la vivencia. Esa y no otra es la verdad detrás de la construcción de este fenómeno que trasciende y que existe en sí mismo, que camina y que posee los recodos y los gestos más humanos. La décima no muere, sino que reencarna, muta, pero siempre conserva lo que una vez fue: la ruptura del silencio en una isla llena de misterios por develar.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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