Hace poco tiempo hablaba con un amigo editor acerca de la seriedad de su trabajo. Después de todo, él no termina nunca de promover la cultura, su función está más allá de la simple revisión lingüística o gramatical. Como agentes de la creatividad, quienes se dedican al diseño y la rectificación de libros y revistas, merecen toda la consideración, a la vez que protegerlos del intrusismo profesional.
Suele creerse que cualquier humanista está preparado para el trabajo editorial, para el diseño, pero no es así. Recientemente un artículo mío fue tomado de La Jiribilla, sin que mediara el más mínimo resquemor. Lo triste del caso reside en que el plagiario, un editor web, no solo se atribuyó el crédito personal, sino que no tuvo en cuenta que el mismo artículo plagiado versaba sobre el decreto 349 de la cultura, que prohíbe entre otras cosas las violaciones al derecho de autor.
En otra ocasión, cuando hice la cobertura para Juventud Rebelde (JR) sobre el accidente con explosivos en las parrandas de Remedios del 2017, mi investigación íntegra en forma de reportaje fue copiada por el periódico Escambray, sin que se me mencionaseen el sitio web de dicho medio. Resulta entonces difícil hablar de diseño editorial en un país donde normas elementales del derecho de autor en esas ocasiones se ignoran, a pesar de estar reguladas legalmente.
Si el editor, el diseñador editorial, no comienzan por respetar las normas legales y asumen una postura totalitaria ante el autor, entonces no vamos hacia ninguna parte. Cierto amigo que dirigió la emblemática Editorial Capiro de Santa Clara se quejaba hace poco de la salida de libros poco elaborados, casi crudos, muchos ni si quiera llevan el sello editorial o cumplen con sus normas elementales.
Un volumen llamado Pensamiento se diseñó en Villa Clara a partir de una cubierta casi inexistente, sin la pátina del editor. Dicho volumen, además, no es más que una burda recopilación de frases que van desde Nostradamus hasta Lázaro Expósito. A pesar de la enorme tirada del libro, solo se le colocó el sello de “Villa Clara con todos”, sin darle el crédito a la editorial del territorio.
En ocasión del aniversario 500 de la ciudad de Remedios, el director municipal de Cultura, Fidel Ernesto Tejeda, tuvo la gentileza de solicitarle a Capiro la tirada de una colección de libros de autores locales de cierta trascendencia. Un grupo de jóvenes que estábamos activos como escritores en el municipio desde hacía años, con premios y publicaciones, todos graduados del Centro Onelio que lidera Eduardo Heras León, fuimos llamados a conformar la antología “Jóvenes Narradores de San Juan de los Remedios”.
Además de nuestras reservas por el diseño de las cubiertas, que no reflejaban los contenidos de los textos, uno de nuestros colegas, Yoanqui Jiménez, aparecía en los créditos como ingeniero y a la vez como sicóloga. A todos los demás autores, menos a los jóvenes, se les quería pagar el derecho en metálico, porque en palabras de la editora jefa: “publicar en Cuba es difícil y nosotros les dimos esa oportunidad”. Finalmente, desde el primer día de ventas nuestra antología, se agotó con rapidez en las librerías…
Que el diseño, el buen gusto, las normas elementales de respeto hacia la obra del autor y la legalidad sean letra muerta para muchos editores, solo demuestra el intrusismo profesional en un país donde el oficio de hacedor de libros le ha tocado a cualquiera. Con la ampliación de la editorial provincial mediante las máquinas de nuevo tipo, se pensó suplir el déficit, pero se ha generado otro déficit de respeto y cordura.
Existen excelentes excepciones, por ejemplo, en Matanzas suelen hacerse elecciones y cubiertas de lujo; también en Holguín, las casas editoras se muestras orgullosas, que no arrogantes, de su obra publicada.
Una opción para crear en espacios alternativos son los sitios independientes como Islíada, del escritor Rafael Grillo, y Claustrofobias, del también escritor Yunier Riquenes. Ambas revistas web se especializan en literatura y crítica y han alcanzado un diapasón de lectores dentro y fuera de Cuba, a la vez que trabajan con profesionalidad los textos y los diseños. No obstante, nuestro público lector dispone de poco Internet para acceder a esos contenidos.
Desterrar las malas prácticas y el intrusismo profesional en este oficio de diseño y edición de textos será una prioridad, pero a la vez una tarea contra molinos de viento, que muelen a la literatura hasta transformarla en bagazo. No se logra una cultura sostenible y de respeto desde la improvisación, la chapucería y la presunción ante la ley de autor.
Habrá que pensar que editores y diseñadores creen en la posmoderna muerte del autor, una teoría que, por original, no deja de ser refutable y que no debe servir de justificación para pasarnos por encima sin miramientos.
Escambray
2/12/18 7:54
Ciertamente, el pasado 30 de de enero de 2018 Escambray reprodujo "Fuego intruso en las parrandas remedianas" sin mencionar a su autor. Nunca se atribuyó como suyo el material porque en dos momentos diferentes especificó que fue tomado del colega Juventud Rebelde, pero la falta está ahí, verificable en http://www.escambray.cu/2018/fuego-intruso-en-las-parrandas-remedianas-fotos/ . Escambray ofrece sus disculpas por este error en el proceso de edición que viola sus propias normas editoriales y que aquí también hemos padecido. Gracias a Cubahora.
Naskicet
28/11/18 11:08
Muy bueno que en Cuba se comience a hablar de estos temas. Como dice Susel, hoy cualquiera se considera PROFESIONAL por el solo hecho de escribir una oración en un blog. Me leere el artículo para dar mis detalles.
Susel
28/11/18 7:06
¿Intrusismo profesional? Si vamos a hablar de ese tema acércate a la prensa, muchos de nuestros periodistas no se graduaron de dicha carrera, algunos lo hace muy bien, otros no tanto y algunos, fatal, pero no considero el intrusismo en sí el principal problema, sino cierta desidia a trabajar bien y aprender fuera de la academia.
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