En estos tiempos de supervivencia, de literatura comercial y alta literatura comerciable (también), nos habíamos resignado a pensar que nadie ya moría por su arte, que la literatura posmoderna había encontrado la forma de engordar el cerdito de la alcancía salpicándose lo menos posible del lodo del mercado. Nos convencimos de que el escritor renegado, que paga el honor con su hambre y la de su familia, se había extinguido con los dinosaurios o incluso con cualquier otra criatura prehistórica que los antecedieran.
Entonces apareció Roberto Bolaño en nuestro mapa. Hizo una pequeña pero significativa aparición en los 90 y terminó largándose para siempre en los 2000, justo cuando el circo de las ganancias (que le debe más a Mercurio que a las musas) estaba por comenzar. Desde julio de 2003 hasta el julio que corre, se han traducido sus obras a 37 lenguas, se han adaptado al teatro, las valoran en Hollywood para películas, el The New York Times declaró su póstuma 2666 como La Novela del Año, y OprahWinfrey terminó recomendándola a esos pocos con un gusto tan amplio como para verla y consumir buena literatura.
Bajo esa cortina de profits, todos reverencian el mito de Bolaño, pero no logran escucharlo como un ser humano más de nuestro tiempo cuando reconoce: “Soy la típica imagen del poeta latinoamericano: mi esposa con tisis arrullando a la bebé recién nacida que llora, mi hijo con problemas de adolescencia y yo encerrado en el baño intentando acabar un poema”. De cierta forma, Roberto Bolaño pasó en ese baño los primeros 40 años de su corta vida, escribiendo poesía, de espaldas a lo que la vida pudiera tener de prosaico. Por ella fue basurero y lavaplatos.
Y solo en su esposa española y sus dos hijos encontró la verdadera patria. Solo entonces, al borde de los 90, se decidió a publicar las novelas que lo llevaron a la fama (en este mundo renuente a la poesía). No es que Roberto Bolaño, chileno de nacimiento, viviera al margen de los acontecimientos que arañaron la historia latinoamericana después de los 50. Se fue con su familia a Ciudad de México cuando tenía 14 años, pero en los 70, bajo la promesa de un futuro mejor que traía Salvador Allende, regresa a Santiago para construir el socialismo. Estuvo preso incluso durante las revueltas del golpe de Pinochet, algo que contó en algunas de sus historias.
También en ellas aparecen las experiencias de su espíritu trotamundo, que lo hizo hijo de Chile, México, El Salvador, Francia y España. Su estilo es de por sí un amasijo de todas estas vocaciones patrias, que da al traste con el realismo mágico, el barroquismo, el localismo y otros pocos ismos que parecen dominio por excelencia de la literatura latinoamericana.
El universo de Bolaño no está poblado de campesinos o indios o negros o mestizos. Sí, todos ellos están en sus novelas —latinoamericanas a su forma—, pero cumplen con el requisito esencial de ser escritores. En Los detectives salvajes, por ejemplo, hay poetas de todos tipos: famosos, aspirantes, iconoclastas, camareros, locos, militares y militantes… No existe diálogo ni encuentro digno de relatarse que no gire alrededor de la literatura, y con ella se atraviesa por las heridas de nuestro pasado reciente.
Pero qué era a fin de cuentas la literatura para Roberto Bolaño, que vivió para ella hasta que una cirrosis hepática rompió para siempre su compromiso. Precisamente los personajes de Los detectives salvajes salen a su caza: la poesía encarnada en Cesárea Tinajero, una escritora que apenas han leído, pero alrededor de la cual orbita todo el sentido de su literatura.
No todos somos Juan García Madero ni tenemos 17 años para salir en busca de Cesárea, parto antinatural de nuestra alma, poesía. Pero como este personaje de Detectives…, aprendemos que el arte va más allá de ensartar palabras, es una aventura sin propósito ni gratificaciones, un descubrimiento de absurdos. En esa ruta del tesoro, y no en los mil y un elogios que ahora lanzan las grandes editoriales (nuestro escritor aconsejaba siempre robarse los libros en lugar de pagarlos), podremos encontrar el camino cierto hacia Roberto Bolaño.
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