La psicología y la literatura son sus dos grandes pasiones. Asegura que la primera le proporciona una suerte de esqueleto lógico para la construcción de los personajes, de quienes suele crear una especie de estructura clínica. El Centro Nacional Onelio Jorge Cardoso, donde se graduó del curso de técnicas narrativas en 2011 y actualmente se desempeña como especialista de Relaciones Públicas, es fuente de buenas sensaciones, sueños y compromiso creativo y profesional.
Ganadora de reconocimientos como los primeros premios en el IV Certamen Poético Internacional Alonso Quijano (España, 2011) y el Concurso de Relato Corto Ciudad de Torrevieja (España, 2012), la joven escritora Maylín Arencibia Gómez, radicada en La Habana, hace poco sonrío otra vez con la satisfacción del éxito al obtener la beca Frónesis, que entrega la Asociación Hermanos Saíz, por su proyecto de novela Un Dios Estéril.
Con entusiasmo, expresa que esa obra constituye una deuda personal con sus memorias familiares. “Lo que comenzó en un repaso intencional por mi genealogía, devino en una labor de recuperación de tradiciones orales familiares sobre la emigración española en la Cuba de finales del siglo XIX y principios del XX.
”Mientras más hurgaba, más testimonios impresionantes surgían: gente pobre con nombres de reyes, mujeres que levitaban, fortunas enterradas en los traspatios, hijos ilegítimos, empresarios analfabetos, niños muertos, niños vivos… Los encuentros filosóficos de un caballero católico con un jefe santero, la coronación de una reina de Galicia en una tintorería. Un pescador mujeriego con una mujer tuerta. La hija de un rey casada con un camionero.
”Ahí está la materia prima, pero Un Dios Estéril ya no es una recopilación de historias. Esta novela en construcción es una pregunta: ¿Son ellos la mitad de lo que somos? Ahí aparece Adalberto, el cubano que quiere ser ciudadano español. Personaje que empieza su búsqueda con otra pregunta, acaso más simple, acaso más profunda ¿Y si me aparece una herencia? Intento ahora saldar la deuda con el presente. Y de paso descubrir cuál es en realidad ese Dios estéril”, dice esta carismática muchacha, licenciada en Psicología, guionista de televisión y ganadora del segundo lugar en cuento en XVIII Premio Farraluque de Literatura Erótica (2014).
—¿Cómo enfrentas el proceso creativo, es un acto serio que te exiges como autora, o lúdico y espontáneo?
—Es todo eso y más. No puede haber nada más serio que aquello que involucra un receptor. Ni nada más espontáneo que esa vocecita que te saca de la realidad inmediata para recordarte las ideas pendientes, a veces a gritos. Lo que sí puedo responder es que en mi caso se trata de un proceso lento, una gestación de elefante, cargada de manías y algoritmos. Pero una vez sobre el teclado, la masa va cogiendo forma. Y fluye.
—¿Cuánto de ti hay en tus historias? ¿Cuán favorable o no es que los lectores perciban tu voz en cada relato o novela?
—La mayoría de mis historias son sobre mí sin serlo. Reconozco la incapacidad para retratarme objetivamente, pero sí escribo de lo que observo en el mundo y me duele, o me conmueve, que es en definitiva otra forma de dolor. Y ya en ese punto son mías. Soy yo quien las vive, cada vez.
Con respecto a la segunda pregunta hay algo interesante. Durante mucho tiempo me inquietaba la necesidad de definir un estilo, de encontrar, como dices: esa voz. Esa marca con la que pudiera identificarme, y mejor aún, que otros pudieran notar. Eso fue y es aún un fracaso total. Mis relatos y novelas nacen ya con voz propia. Cada historia me dice lo que necesita. A veces me apego más al lirismo, en otras ocasiones a una prosa descarnada y dura. Hay momentos en que necesito recurrir a un narrador clásico, neutral, y en otros no sé explicar lo que quiero si no empleo el absurdo o la introspección. Uso tantos tonos como sea posible, según lo que me interese transmitir. Mi literatura es como la esquizofrenia, un todo fragmentado en millones de voces y discursos. Aprendí a aceptarla, y ella, en cambio, me agradece.
—¿Cuán favorables son tus conocimientos de Psicología para la literatura en aspectos como la construcción de los personajes y el desarrollo total de las historias?
—Esta es la pregunta que más voy a disfrutar en responder, porque me hablas de mis dos grandes pasiones. Me acerqué a ambas bajo una misma vocación: entender. Y las dos me han abierto las puertas a un universo de posibilidades en la creación… y en la comprensión.
La psicología, (en mi caso el psicoanálisis lacaniano) me proporciona una suerte de esqueleto lógico para la construcción de los personajes. Te confieso que no puedo diseñarlos sin saber de antemano la estructura clínica, esbozar algo del deseo y conocer fundamentalmente la relación, casi siempre mortífera, con su propio goce, que es en definitiva para mí la esencia de cada personaje e incluso de las historias. Aun cuando no utilice estos elementos en la escritura; tengo que saberlos, conocerlo todo. La literatura, como la concibo, no se trata de contar historias, sino de contar a alguien.
—¿Todavía se puede aspirar a lo verdaderamente nuevo en la literatura o los autores deben conformarse con dominios de técnicas y abordajes de historias de alguna manera reflejadas por otros?
—Es probable que ya se hayan tocado todos los temas y que se hayan usado todas las técnicas y formas posibles, pero desde el mismo momento en que un escritor toma algo de la realidad, lo procesa, lo amolda, lo reinventa y lo escupe sobre el papel, ya es nuevo. Mejor o peor logradas se podrán repetir muchas cosas, pero la visión de cada cual es lo que hace una obra única. Cabría entonces procurar que las hazañas estilísticas ayuden. Creo que sería hora de concentrarnos más en la sinceridad de lo que se expresa. Es posible que ahí, sin darnos cuenta, aparezca lo nuevo. O no. Pero esa labor crítica ya corresponde a otros.
—Algunos consideran que la literatura cubana no vive un buen momento. ¿Comparan a los autores actuales con otras generaciones? ¿Qué piensas?
—Es una vieja práctica aquella de comparar lo actual con lo anterior. Y no siempre sale bien parado el presente. Casi nunca. Es algo que está en el imaginario colectivo. Me viene a la mente el refrán “Todo tiempo pasado fue mejor”, pero me gusta más la filosa reflexión de Ernesto Sábato en El Túnel: “…ni el diablo sabe qué es lo que recordará la gente, ni por qué…”. Y a riesgo de caer en la ironía de usar como máxima para mi respuesta una frase de más de 70 años; te contesto: Creo que aún está viva, la literatura cubana. Late en muchísimas voces, bien sonoras y definidas. Las anteriores nos dejaron ese legado. No me creo que un estado de salud se defina por una época. Hay mucho más en juego. La literatura cubana existe y resiste en el discurso de cada tiempo. ¿Mejor o peor? No voy a ser yo quien lo juzgue.
—¿Qué importancia le concedes al curso de técnicas narrativas del centro Onelio Jorge Cardoso?
—Otra pregunta que me agrada. Imagínate, pasé por el Centro Onelio entre 2010 y 2011, y ahora trabajo como especialista en Relaciones Públicas de ese lugar. Para mí es el destino y sus antojos. Un ciclo que se cierra y se abre con perspectivas cada vez más interesantes. El Centro Onelio marca mi vida desde todas las maneras posibles. Fue mi entrada verdaderamente seria en la literatura y hoy por hoy mi mayor compromiso profesional.
Podría aprovechar este apartado para, cumpliendo con mi trabajo y respondiendo a tu pregunta, hacer una especie de promoción solapada del curso de técnicas narrativas, pero en cambio voy a emplear el suspenso. A ver si continuamos conquistando cada año más solicitudes al curso, que ya sobrepasa los mil egresados. Esos, los que ya han estado, saben de lo que hablo.
—¿Cuán difícil o fácil es publicar hoy en Cuba para una escritora joven?
—No es fácil y tampoco difícil. Creo que es natural. Es algo que está ocurriendo orgánicamente. Los sistemas están creados. Las editoriales de la AHS hacen un trabajo encomiable con la difusión de la literatura joven (crisis y dificultades aparte…). Los premios han resultado una vía expedita para alcanzar la letra impresa y algo de promoción. Pero olvidamos, quizás, que existen otras posibilidades. Conozco varios escritores publicados por la vía tradicional, que desde las redes están logrando resultados interesantísimos, y cuyos textos llevan entonces un carácter más inmediato y más íntimo. El escritor se adapta a los tiempos. El escritor cubano, adapta el tiempo a sí mismo y a su realidad. Y eso me encanta.
—Si pudieras promover autores jóvenes o libros específicos de la literatura cubana más reciente, ¿cuáles serían?
—Esta es una de esas preguntas trampas. Exige una respuesta imposible de conseguir, al menos para mí. En primer lugar, porque quizás los autores que me impactan no quepan en el reducido espacio de esta entrevista, o porque en la premura de la respuesta olvide algún nombre, pero básicamente porque no puedo afirmar algo sabiendo que aún me faltan textos y autores por conocer.
“Asignatura pendiente. Sin embargo, sí me comprometo con algo. Y no solo es mi criterio, sino también de la institución que represento: Apostamos por esa voz que más allá de las técnicas, o gracias a ellas, se hace escuchar, porque lo que tiene para decir da igual si es sucio, complaciente, incómodo o blando, mientras sea honesto”.
—¿Cómo te defines como escritora y persona?
—Definirse como persona nombraría todo lo demás. Sin embargo, es ardua la tarea. Es preferible verse en los ojos del mundo. Bueno, malo o regular. Hay algo de verdad en la concepción de los otros sobre uno mismo que a veces, casi siempre, no se desea saber o no se reconoce como propia. Como acá tenemos la imposibilidad de que puedas hacer semejante encuesta, trataré de elaborar algo cercano a lo que soy.
Y te confieso, me siento incómoda cuando me llaman “escritora”. Respeto el título y quizás por eso lo postergo. Te pongo un ejemplo del psicoanálisis: Lacan dijo que la función final de un análisis es la producción de un analista. Quizás la producción final de mi literatura sea mi nacimiento como escritora. Por ahora no lo soy. Y no sé si algún día me autorice a llamarme así. De momento, soy una psicóloga que escribe.
—¿Qué referentes tienes en la literatura, cubanos y extranjeros? ¿Por qué?
—Partiendo de que mi acercamiento a la literatura ha devenido de alguna manera en un interés y rigor prácticamente científicos; te diré que siento predilección por aquellos autores complicados. Los que han muerto por sus propias manos, los que sufrieron y los que aún sufren. Los rotos, los esquizofrénicos, los sucios. Me atraen sus fantasmas y por eso necesito sus letras: Joyce, Poe, Cortázar, Proust, Virginia Woolf, Bukowski, Artaud, Hemingway, Pessoa, Kafka, Alejandra Pizarnik, Pavese…
Menciono otros quizás no tan rotos pero que me han impactado: Saramago, Piglia, Kundera, Rulfo, Clarice Lispector… Y de los autores cubanos, me es difícil elegir. Con Virgilio Piñera creo que en algún momento llegué al punto del fetiche. Me han marcado también las búsquedas de Padura, la objetividad de Pedro Juan, el dolor de Carlos Montenegro, la magia de Carpentier. Sin olvidar a Wichy, Juan Carlos Flores, Ariel Ribeaux… No voy a seguir.
—¿Cuáles son tus principales sueños en el mundo creativo?
—Que me alcance el tiempo, que fluyan las ideas y que me siga conmoviendo lo suficiente el mundo para que merezca la pena contarlo.
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