La primera vez que publiqué en La Jiribilla nadie me preguntó cuánto ganaba, dónde vivía o qué pensaba, simplemente abrieron las puertas de su revista a mis inquietudes individuales, a los deseos que siento de que la cultura sea cada vez más un fenómeno auténtico, vivo, que podamos tocar y no solo imaginarlo a través de terceros. Dicha revista, junto a su director de entonces, el escritor Fernando León Jacomino, es hasta la fecha una de mis casas, a la que llego a cualquier hora y donde siempre me reciben con una sonrisa de asentimiento, un gesto de familia.
Para un joven periodista de provincias (quizás debiera decir de municipios) publicar al lado de figuras de ayer y hoy, a partir de un espacio como La Jiri (como le decimos), significó un listón tan alto, que a veces uno siente que sueña o que no se lo cree, porque no solo se trata de hacer bien el trabajo propio sino de la asunción correcta de una sana competencia donde nos medimos contra el peso de las firmas. Una columna, como la que llevo allí, "A pensar de todo", comparte lecturas con otras de la autoría de Laidi Fernández, Ricardo Riverón, Dazra Novak, Sigfredo Ariel…
Esas firmas no solo avalan a la revista, sino que son el resultado en su mayoría del crecimiento intelectual de un gremio que no oculta su grafómana pasión, o sea, el desborde natural de un momento histórico que tiene sus obvias resonancias. La Jiri surgió para eso, como una pauta en el periodismo de nuevo tipo, distanciado de los titulares informativos, de la nota insulsa, del patrón predecible que nos dice una crónica de teleprónter. Hemos querido ser así y casi lo logramos, fuimos desde la crítica de arte hasta la reseña social, pasando por el costumbrismo y el ensayo.
Hay que agradecerles a editores, web masters, diseñadores, una tarea que reúne la creatividad con lo serio, sin que medien tintas de mediocre ni oportunismos de alguna laya, ya que solo con la pasión ha sido posible cada número.
La Jiribilla publica lo que otros medios callan y eso es una verdad como un monumento, que a algunos molesta, pero que, más allá de la crítica desleal, conviene seguir. Y cuando dicha revista hace notorio algún suceso o fenómeno, nunca es superficial, jamás peca de intrascendente o de carencia de aristas conflictivas. ¿Quién aceptaría una Jiribilla apagada, sin debates, poco propositiva? Nos guía la lógica misma de la creación.
Un espacio de creación y que propicia la creación deviene en dinámica periodística, en interés, en clicks, por eso La Jiri confía en los contenidos, no necesita hacerse de un trabajo de promoción agudo, lo que tiene ella, todos lo quieren. Y sostener tal prestigio no solo atraviesa duras tareas de administración, sino un nexo entre crear y la contemplación, propio de ese ángel de la Jiribilla que describiera Lezama.
Para los escépticos de siempre, de aquí y de allá, la revista no me ha quitado nunca ni una coma de lo que escribo, por respeto al autor y a la libertad de expresión. Y eso que, no solo yo, sino los demás periodistas, hemos atacado desde el juicio propositivo las enormes chapucerías que en el campo de la cultura aún se cometen en Cuba. Por nuestras columnas y dossiers desfilan tanto los monstruos como los héroes, los sucesos como los fracasos, y siempre tratamos de tratar con lo intratable.
En el más reciente panel de periodistas a propósito del aniversario de La Jiribilla, algunos colaboradores iniciales, como Joel del Río, abordaron ese particular que tiene la revista sobre un periodismo realmente abierto, como quisiéramos que fueran los demás medios. Yo mismo confieso que me siento mejor que nunca a partir de los presupuestos inteligentes de un equipo que publica para pensar y no piensa para publicar. Según Del Río, La Jiri cada vez hacía más el periodismo que a él le interesaba, y eso lo llevó a tomar distancia de algunas prácticas quizás habituales en otros espacios.
Y eso, y no el elitismo banal, marcó el paso de los tantos dossiers que hemos hecho en conjunto y con una visión lo más plural posible, desde las aristas más críticas y diversas de los temas. Para un tipo de municipio, mi caso, el espectro resulta atractivo, el espacio funciona como una escuela y una caja de resonancias de hechos y figuras, una tribuna de libertades donde nadie introduce la noción “de farándula” por encima de aseveraciones bien firmes desde el campo de la intelectualidad.
Ese respeto al colaborador, y que le impone a este la misma dinámica, ese pulso con lo más exigente de la cultura, devienen en puntales de una revista hecha por amor, solo con el final de que los lectores hallen la nota oportuna en momentos en que la verdad está en crisis y no se le hace luz a la cultura en casi ningún sitio. La era de la postverdad, del dato falseado, de la opinión sensacional que se traga en impacto a los medios de prensa está en la mirilla de un espacio como La Jiri. Quizás por eso se aluda a ella con rencor en las redes, o con un reproche a quienes allí escribimos.
Un periodismo más allá de lo informativo, desde el análisis de la cultura, una verdad que no solo diga, sino que se pronuncie, que participe, que empodere; así concibo a la revista más allá de loas por aniversarios cerrados o no. El ángel de Lezama, ese que entendía el gobierno de la ciudad de una forma profunda y secreta, el de la aventura sigilosa, tendrá aún sus acólitos entre los grafómanos cubanos.
Se trata, en resumen, del ángel cubano y misterioso que nos acompaña.
ele
15/5/19 17:07
No soy intelectual ni lo pretendo, pero en busca de saciar inquietudes me he encontrado con varios de los artículos publicados en esta revista y los considero extraordinarios, aunque en ocasiones pudieran prescindir de algunos elementos teóricos que los alejan del común de los cubanos. La posibilidad de emitir criterios desde lo personal, independientemente de la temática tratada, beneficia tener otros puntos de vista que no son solo los editoriales, por lo que les invito a mantener esta línea. Puede que en algún momento me decida a colaborar. Coincido con usted en lo del ángel cubano y misterioso que l.os acompaña.
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