Si el excelso escritor Scott Fitzgerald levantara de su tumba su muy alcoholizado organismo le daría un ataque de nervios ver cómo cada dos o tres años surge en Estados Unidos alguien que escribe lo que los críticos no tardan en catalogar como La Gran Novela Americana. En el año 2009 Vicio Propio, la penúltima novela de un escritor norteamericano llamado Thomas Pynchon, logró este azaroso título y llamó con ello la atención del director norteamericano Paul Thomas Anderson, quien se dispuso a adaptar la novela a la pantalla grande.
El talento de Paul Thomas Anderson, uno de los directores de mayor puntería en el cine norteamericano contemporáneo, ha sido ampliamente probado en películas que marcaron un paradigma en cuanto a identidad y esencia creadora como son Boogie nights y Magnolia.
Si con There Will be Blood y The Master, Anderson lograba recrear un mundo de locura, ambición, poder y desolación (tanto el de una época como el universo emocional de sus personajes), con Puro vicio –Inherent Vice su título en inglés- se esperaba una continuación, una línea que confirmara algo la peculiar maestría del realizador. Pero en Puro vicio solo hay desilusión.
La películase desarrolla en Los Ángeles a comienzo de los años setenta. Todos los personajes de la cinta han consumido algún estupefaciente -cocaína, marihuana, metanfetamina, etc.-. El protagonista es un detective que está drogado desde que se levanta hasta que se acuesta. Nada que ver con Spade, Marlowe y Archer, personajes que aunque trabajaban entre maleantes y vagabundos, no lo eran; más bien todo lo contrario: profesionales íntegros y consecuentes, con principios y dignidad a toda prueba.
En Puro Vicio, Doc Sportello, detective interpretado por el siempre correcto Joaquín Phoenix (Her, 2014), se da a la tarea de buscar al novio actual de su exchica, una suerte de femme fatale que es, como Helena a Paris en La Ilíada, la desencadenadora de la suerte del protagonista.
Si bien la trama empieza de manera simple, a medida que se va desgranando cae en la ambición de abarcar y contar tanto y todo, que se pierde en la nada. Los personajes aparecen y desaparecen a diestra y siniestra, e incluso retornan, para luego irse con la certeza de que vuelven con nuevos giros inesperados, provocando un estado de confusión que hace que la historia, en vez de aferrarse a la mesura narrativa, termine cayendo en la confusión más absoluta.
De vez en vez, algún monólogo histriónico de algún actor inspirado como Phoenix (que se apodera de la cinta de manera brutal), Brolin o Benicio del Toro iluminan la cinta, pero rápidamente, uno se da cuenta de que está tan perdido en la historia -y el mismo argumento es una droga de un divague tal- que lo único que se puede hacer es esperar a ver con qué nueva excentricidad Anderson va a sorprender en la próxima escena.
Puro Vicio, sencillamente, no representa lo más fiel e interesante de este director. Es una película pavorosamente confusa, una muy buena historia muy mal contada, que se la da de ejercicio cinematográfico, y ni siquiera llega a explicarse bien en todo el trayecto narrativo. Difícil, compleja y errante. Puro vicio de egocentrismo.
tito
28/9/15 16:13
que cultura niña
Vilas
22/9/15 11:53
me gusta esto
A aquella muchacha le gustaba acostarse soñando imposibles, hasta que despertó una mañana segura que, durante la noche, había dormido apoyando su cabeza sobre el ombligo de Adán.
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