La danza nunca será un arte extemporáneo, mucho menos atrasado, sino la expresión de los momentos, por eso quizás me cuesta asumir el deslinde entre las diversas clasificaciones que rigen el sistema artístico. ¿Cómo decir que danzas de antaño, no abordan temáticas actuales?, sin embargo, existen piezas de relativa cercanía en el tiempo que pudieran aplicarse a todas las eras, la compañía Danza Contemporánea de Cuba sabe que en la asunción de dicho adagio ha estado el secreto.
Fundada al fragor revolucionario, como una de las certezas que en la cultura ostentamos, dicha compañía supo nutrirse de coreógrafos, danzantes, idearios contemporáneos, pero siempre con un discurso propio, donde no faltaba la alusión al mundo de las ideas cubano: nuestra mitología. Así, se llevaron a cabo lujosas puestas como “La Rebambaramba”, todo un clásico donde se resume lo cubano (Cintio Vitier diría que en la poesía).
Un gran mérito ha tenido esta labor: la ruptura con el canon clásico y europeo que hasta entonces primaba en nuestros escenarios, donde músicos de la talla de Alejandro García Caturla eran abucheados por su abordaje de los temas africanos y campesinos. Ni hablar de las danzas, de poco calado en un pueblo al que se alejó a exprofeso del gran arte, ya que las élites sabían del poder de la cultura como arma de libertad.
Esa ruptura no es una negación, ya se sabe que en su más reciente gira por el Reino Unido, Danza Contemporánea de Cuba recibió las famosas 4 estrellas que otorga el periódico The Time, y que la crítica vio, en piezas mitológicas de allende el océano, las partituras universales que unen a la humanidad toda. O sea, que se trata del sano crecimiento espiritual a partir de un trabajo y un estudio de raíces originales, propio de todo fenómeno cultural con vida propia.
He escuchado que este tipo de danza, sobre todo en otras compañías cubanas que la cultivan, suele rozar la semántica densa, la nula comunicación y el onanismo discursivo. Puede que sea así en algunos casos, de hecho, yo mismo he visto piezas que ni dicen ni sienten, sino que muestran un virtuosismo vacío, casi de marketing. No es el caso de Danza Contemporánea, empeñada en la comunicación, siempre lejos de toda superficie por muy tentadora hacia el mercado que sea.
En Cuba hemos tenido autores renacentistas, como Alejo Carpentier, de una multifocalidad tal que eran capaces del estudio profundo de cualquier danza, ritmo, instrumento. Hacia esas raíces ha ido la mencionada compañía, siempre bajo el auspicio de maestros cubanos formados en las mismas condiciones de escasez que el resto del pueblo y, quizás por eso y mucho más, cercanos a las inquietudes de la masa.
No se pierda nunca de vista que el arte es ideología, por tanto, hacia verdades comunes debe marchar, lejos de la condescendencia con poderes de diverso color. Una cultura del pueblo y para el pueblo, que no populista, ese es el mérito de Danza Contemporánea de Cuba, un discurso vivo, que deviene en clásico dentro del panorama de las artes, pero sin la petrificación de las obras de antaño. Cuando miro las piezas suelo decir: “me identifico con esto o aquello”, “parece que sucedió ayer”, etc.
Y esa identificación teatral-danzaria es el punto focal que describió Aristóteles en sus estudios acerca de las artes para las masas, hace miles de años. También Bertold Brecht, quien a partir de su teoría del teatro como arma discursiva contra el adormecimiento se internó en la teoría de la tercera luneta, desde la cual puede verse (a distancia) el conflicto sin implicaciones emotivas, que sí racionales. La danza es teatro, es historia (ficcional y factual), por tanto, se debe a un momento, a una terrenalidad.
El éxito de Danza Contemporánea es esa cercanía con los presupuestos más exigentes de un universalismo que parte de la raíz cubana, ello convierte al conjunto en algo muy alejado del onanismo, el marketing, la bobería movible, etc. Una vez le oí decir a cierto artista del centro de Cuba: “mi arte no se entiende, porque es un desafío”, mas, cuando estas cosas suceden, pienso que se debe revisar el discurso (para ver si en primer lugar existe algún discurso).
Y es que pareciera que decir desde lo contemporáneo deviene ejercicio más fácil y preferible que el ballet clásico, por ejemplo, pero no se trata de una danza que cuente chismecitos de barrio ni que se deshaga en movimientos (contorciones) de cuerpos atléticos y semidesnudos, sino de un discurso creíble, teatral. A muchos les viene faltando lo que a Danza Contemporánea le sobra, pareciera mentira que con una escuela de tal tipo en este país, muchos se empeñen en negarla y “trazar su camino” a contrapelo de los inmensos logros que la historia reciente nos trajo.
La Danza Contemporánea de Cuba es respetada gracias a mucho trabajo, consagración, ingratitudes, incomprensiones, pero nunca por lobbies, preferencias artificiales ni arbitrariedad institucional. Se trata de una obra colectiva, que se construyó a contrapelo de prejuicios y en el seno de una sociedad por entonces clasista, excluyente, cargada de ideas baratas acerca del arte y de denigraciones hacia el bailarín.
Que vayamos a su sede en el Teatro Nacional y digamos: “eso parece que sucedió hace unos segundos”, no es otra cosa que el éxito que cabalga a través de muchos tiempos y abordajes atrevidos.
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