La Navidad se ha convertido en un privilegio de los ricos, acá y acullá los elementos que le son consustanciales se han resignificado desde paradigmas distantes de la fiesta cristiana que conmemora el nacimiento de una ideología de esperanza para los pobres, la que proclamara Jesús el Nazareno.
Ya no solo el nacimiento del hijo de María y José pareciera acontecer en un pesebre repleto de lujos (contrario a lo que señala la tradición). Además, está el Papá Noel opulento que recompensa a los niños de padres acomodados, pero olvida a esa gran masa de desposeídos que desde que vinieron al mundo les fue negada toda fantasía.
Es una fiesta sana, de reunión familiar, que en Cuba reviste tonos diferentes (el puerco asado, la cerveza y el reencuentro de amistades), pero que cada vez recibe más embates de la industria cultural que uniforma los gustos y las conductas de acuerdo a un canon de estudios del marketing. La artificiosidad se adueña de las tiendas, define las ropas, las frases de moda, los sitios donde consumir.
En la novela Fahrenheit 451, Ray Bradbury describe un futuro donde sujetos irreales acompañan a las familias desde inmensas pantallas por toda la casa. Se trata de un show que impone una alegría constante, por decreto, donde está prohibido pensar, ser serio, leer (451 grados es la temperatura a la que arde el papel).
Cada año, una vez que sobreviene Navidad, recuerdo las escenas de esa novela icónica, donde el final reúne un grupo de exiliados intelectuales que aprenden de memoria las grandes obras de la literatura, las cuales ya desaparecieron en su formato físico. En el mundo de la alegría por decreto, muy similar a Un mundo feliz de Aldous Huxley, la efusividad inducida oculta sentimientos de inconformidad muy peligrosos para el poder oficial. Marx decía que había que hacer la indignación más indignante y en ello señalaba el papel crucial del periodismo.
La bobería cool no solo es signo de hombres y mujeres de éxito (el darwinismo social inherente a la derecha, que mira la desigualdad como natural), sino que excluye en su propio discurso al multiculturalismo y permite que sobreviva de la tradición solo aquello que conviene, lo complaciente.
A Cuba se le ha criticado el celebrar, además de la Navidad como una cuestión cultural (el Estado es laico), el triunfo del 1.o de enero. Lo que no se quiere admitir con esa invectiva es el carácter único de un suceso que conmocionó el paradigma gubernativo del siglo XX, demostrando que la imaginación podía ir hacia el poder. Historiadores de toda índole reconocen el traspaso de era que 1959 implicó, ello en estudiosos de todos los colores ideológicos del espectro.
La Navidad de los pobres, esa que se celebra en los países cristianos de África, en las comunidades aisladas de América Latina, en las chabolas y los cerros; la Navidad donde no hay ni paja para simular un pesebre, desconoce el origen de tanto arbolito, guirnaldas, trineos, luces de oro. Para ellos el único brillo fueron siglos de opresión mediante el filo de la guadaña de la muerte.
No es malo celebrar la Navidad, siempre que se recuerde el advenimiento de un cristianismo sincero y comprometido con los dolores de la humanidad y no, como por desgracia está ocurriendo en algunas comunidades fundamentalistas, la prédica del evangelio de la prosperidad que llega a justificar las desgracias o las riquezas como designios del Señor. Esto último sancionaría como aceptable la condena a la indigencia de la mayor parte de la población de la Tierra, que sobrevive con un dólar o dos al día, cifra que no es mayor gracias al socialismo chino (ese sistema le garantiza a sus habitantes un modelo de vida alternativo más llevadero).
Vale la pena celebrar la Navidad desde una teología de la liberación, que no sancione los males terrenales, sino que los denuncie, haciéndolos visibles y provocando el rechazo de la anestesiada opinión pública. No en balde el propio Vaticano llegó a condenar al capitalismo como un sistema criminal que, desde su hegemonía hace ya 200 años, ha significado un fracaso para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres.
La izquierda no ve con recelo ni a la religión ni a la Navidad, sino que comparte con el cristianismo primigenio el énfasis en la dignidad de la vida humana, el valor de la persona como ente inviolable y de naturaleza única. Ya lo dijo Mark Twain: “…es más fácil engañar que convencer a alguien de que fue engañado”, por eso hay tantos que prefieren ese sucedáneo de Navidad, donde poco importan ni el Cristo, ni los mártires de la Iglesia, siendo una fiesta paganizada por el mercado y la borrachera.
Válida la Navidad en que nació un hombre revolucionario que desafió los estamentos clasistas de la tierra judía y al imperio romano, predicó la pobreza (más no la abstinencia de goce) como ética frente a la corrupción de los acaparadores y monopolistas. No se está en cambio con la Navidad donde Papá Noel, cuyo origen se pierde en vericuetos culturales, pudiera ser Jair Bolsonaro disfrazado y con una bolsa de regalos (paquetazos neoliberales) que vendría, según la derecha fundamentalista pentecostal, a establecer un reinado del orden (ya sabemos el orden de quien y para quién).
Vale pues la Navidad no para anestesiarnos, sino para celebrar junto a las raíces reales de la fiesta, recordando al que dijo: “Bienaventurados los pobres de corazón…”.
senelio ceballos
6/1/19 3:50
Saludos MAURICIO..perdonadme...me he leido dos veces vuestro articulo y poco intendi!!!.....Lo que les puedo decir de la navidad por los pueblos de CODIGO KIRILOS!! [ ORTODOXOS, ESLAVIANES ]....Aqui se festejan hoy del 6-7 de enero de cada anno..... Mas o menos a las 11 de la noche se reunen en las iglesias, xram, en sus casas y resamos por el anno nuevo, por nuevas esperanzas, por nueva vida y a eso de la 01 de la madrugada, se retiran y el dia 7 ponen mesas lllenas de frutas, carne sobre todo de gallinas, sopas y vinos tintos.....Renacimiento de cristo........Compartir con vecinos y amigos!!!! No importa si eres rico a pobre!!!!
Maria
31/12/18 7:17
Cierto mi cuba bella muy feliz ,seguiremos fiel
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