Una peregrinación masiva hasta el sepulcro de Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, Benny Moré, es ya una tradición en el pueblo de Santa Isabel de las Lajas cada 24 de agosto, cuando se celebra con vítores y canciones el nacimiento de esta figura que hizo leyenda en la historia musical cubana, no solo por imponerse siendo negro, pobre y descendiente de esclavos, sino por su impecable voz y su particular forma de hacer y sentir la música.
Además de su sentido musical autodidacta, poseía una fluida voz de tenor que fusionaba con su teatralidad sobre el escenario y con su vestimenta elocuente o exagerada, dependiendo de la ocasión.
De los temas compuestos a retazos, las serenatas nocturnas, las canturías en los campos de caña y los más disímiles oficios que desempeñara en La Habana, pasó a integrar en 1935, con solo 16 años, el primer grupo musical serio.
Se presentó en el popular programa radial la Corte Suprema del Arte, patrocinado por la emisora CMQ, y cuentan que al sonar los primeros acordes se escuchó la campana. Regresaría unos años después y el gran premio sería suyo.
Con el conjunto Cauto, dirigido por Mozo Borgellá, encontró su primer trabajo estable. Después vendría el sexteto Fígaro, de Lázaro Cordero, y su aparición en la emisora 1010 con el septeto Cauto. Miguel Matamoros lo contrata como su suplente en la parte vocal y, desde entonces, la historia comenzó a escribirse en positivo.
Con el conjunto Matamoros fue a México y se quedaría allí para iniciar su carrera discográfica como solista. Cantó con el respaldo de la orquesta de Arturo Núñez, de Ángel Flores, en clubes nocturnos. En 1974 lo ficha la RCA-Víctor de México y aparecería en cerca de siete filmes de la llamada época de oro del cine mexicano.
La crítica lo comparaba con artistas de la talla de Kike Mendive, Lalo Montané, Tony Camargo, Toño Jiménez y Bernardo Montesino, y señalaba su peculiar modo de “sonear”.
En 1950 regresa a Cuba y firma un contrato con la Cadena Oriental de Radio. Canta para su pueblo, emprende giras y conquista aplausos hasta que decide fundar su orquesta la Banda Gigante, conformada por 21 músicos.
Benny Moré se regodeó en cada género musical con maestría, pero el son montuno, el mambo y el bolero le fluían de modo natural e insuperable desde el punto de vista de la composición y su amplio registro vocal.
Pensar que dirigió una agrupación sin formación musical, que a golpe de oído dictaba a sus arreglistas lo que deseaba, y que fue capaz de fusionar los ritmos autóctonos con los códigos de orquestación del jazz band norteamericanas, con un sentido estricto de la armonía y el ritmo, lo confirman como un genio del pentagrama.
Su voz, a veces lírica y otras tantas violenta, se realza y acomoda en temas como Desdichado, Amor fugaz, Dolor y perdón, Te quedarás, y Bonito y sabroso. Actuará o no era un espectáculo con su bastón, su sombrero, sus chaquetas largas y los pantalones sujetos por tirantes.
El Bárbaro del Ritmo, el Embajador Cubano del Mambo, o el Sonero Mayor resultan epítetos que nos conducen a la misma persona: el Benny, quien dejó de cantar luego de haber construido una saga que merece, todavía, ser recordada en presente.
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