No menos de dos mil 700 millones de personas en el mundo viven en la pobreza. Reconoce la ONU que 836 millones sobreviven en la pobreza extrema; 1 de cada 5 personas de las regiones en desarrollo vive con menos de 1,25 dólares diarios, la mayoría de ellas pertenece a dos regiones: Asia Meridional y África Subsahariana; 1 de cada 7 niños menores de 5 años no tiene una altura adecuada para su edad; solo en 2014, cada día, 42.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares en busca de protección debido a un conflicto…
Los datos terribles llueven. Tras cifras así es difícil escribir sobre una jornada como esta, declarada desde 1993 como Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, con el fin de concientizar sobre la urgencia de acabar definitivamente con la indigencia. Para este año la ONU ha escogido como tema: “Construir un futuro sostenible: unirnos para poner fin a la pobreza y la discriminación”. Y si no fuera por los acontecimientos recientes, la letanía de 365 días más sin resultados alentadores quitaría todo buen ánimo para escribir.
Resulta que en la ciudad de Nueva York, justo en la icónica sede azul de las Naciones Unidas, los líderes de sus 193 Estados Miembros aprobaron una nueva Agenda de Desarrollo hasta el 2030, reconocida como la más ambiciosa acordada hasta ahora, que reconoce a la pobreza como el mayor desafío global. Tiene 17 objetivos y 169 metas que se crecen sobre lo no logrado con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, firmados en el 2000, e incluyen novedades como la reducción de la desigualdad, la promoción de modalidades de consumo y de producción sostenibles o la garantía en el acceso a energía asequible, segura, y moderna.
Su primer objetivo ─ cuál si no─ es precisamente poner fin a la pobreza en todas sus formas en el mundo. Dice la ONU que “la pobreza va más allá de la falta de ingresos y recursos para garantizar medios de vida sostenibles. Entre sus manifestaciones se incluyen el hambre y la malnutrición, el acceso limitado a la educación y a otros servicios básicos, la discriminación y la exclusión sociales, y la falta de participación en la adopción de decisiones. El crecimiento económico debe ser inclusivo con el fin de crear empleos sostenibles y promover igualdad”.
Entonces, el hecho de que tantos líderes mundiales hayan recorrido el camino hasta la ONU, entre los días 25 y 26 de septiembre, para firmar un documento donde expresan textualmente que “estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030”, es motivo para celebrar este día con mejores augurios. Al parecer crece el compromiso político con el destino de millones de personas signadas por la exclusión.
Lo dijo el Papa Francisco frente a la Asamblea General de la ONU: “la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad de espíritu y educación”.
Con esa voz en calma y un dejo argentino delatador, puso de nuevo su palabra donde más falta hacían: “La loable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones... puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Y lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común”.
Lo había aclarado días antes en La Habana: “Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo”. Y eso lo dijo en esta Isla que, aún con todas sus heridas, sus imperfecciones, sus olvidos, sus fuertes y sus débiles, ha hecho tanto por la fragilidad de sus hijos.
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