Aleida casi roza los 80 años, vive en un barrio de la capital cubana, y no imagina otra rutina diaria que despertar y recoger del suelo todas las frutas que durante la madrugada cayeron sobre la superficie del patio. En un terreno de apenas 16 metros cuando pequeña sembró matas de mango y aguacate y ahora cada verano ambas la bendicen con meriendas y ensaladas tan abundantes, que no puede evitar compartirlas con el resto del vecindario.
Similar es el testimonio de Katia, de 28 años de edad, también habanera, quien ha heredado de su fallecida abuela una mata de naranja agria en la parte trasera de su casa. Su poco tiempo en el hogar la lleva a dedicar no pocas horas desde que llega del trabajo a discutir con los muchachos de la cuadra, quienes muchas veces le llevan las naranjas y le impiden disfrutar del regalo de su abuela.
Las historias de Aleida, Katia y las de los miles de campesinos cubanos dedicados a la agricultura en el territorio nacional emergen con fuerza en un panorama donde el país está llamado a incrementar la productividad como única alternativa para sustituir importaciones y llevar a la mesa de todos los cubanos los diversos alimentos que necesita una dieta balanceada.
En torno a los árboles en Cuba, son varias las cuartillas que se podrían llenar si de alegrías y preocupaciones se trata. No solo las asociadas con la seguridad alimentaria, si pensamos en el campesino que es feliz por compartir con el resto el fruto de la tierra, sino también las del carpintero que debe vender su producto final caro por no contar con un mercado donde abastecerse de madera, las de la familia que camina cuadras y cuadras en la ciudad sin encontrar una buena sombra, o los disímiles comentarios que despierta una pregunta como la recientemente retomada por nuestro bloguero Arturo Chang en su artículo: ¿Por qué son tan caras las frutas cubanas?
De acuerdo con datos de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONEI), más de tres millones de hectáreas componen el patrimonio forestal del país. De esta cifra, los bosques naturales ocupan el 83,38 por ciento. Lo anterior representa un índice boscoso equivalente a alrededor del 30 por ciento del área cultivable del archipiélago, lo que ha permitido que en los últimos años se produzcan aproximadamente 150 000 metros cúbicos de madera anuales, cifra que no satisface la demanda real del país.
Datos ofrecidos por el periodista Ciro Bianchi Ross ilustran que cuando Colón arribó a Cuba, el 95% del territorio estaba cubierto de bosques. En 1889 había descendido a 89% la superficie boscosa, y a inicios del siglo XX solo quedaba el 54%. En menos de 200 años Cuba perdió ocho millones de hectáreas de bosques, con una alta diversidad de especies preciosas.
Hoy el desafío es mayor, cuando más allá de la pérdida de la tradición de tener o no árboles frutales, medios nacionales dan cuenta con frecuencia de que la tala y poda ilegal de árboles, así como también la tenencia de productos forestales madereros, se encuentran entre los principales delitos detectados en las más de 18 mil acciones de enfrentamiento realizadas por el Cuerpo de Guardabosques de Cuba.
Según denuncia un artículo de Granma al cierre del 2014, como resultado del enfrentamiento a las ilegalidades e indisciplinas, asociadas a la protección de los recursos forestales fueron decomisados en el país mil 573 metros cúbicos de madera en bolo, aserrada y rolliza, así como impuestas más de 21 mil 400 multas.
En Cuba existe un programa integral de lucha contra manifestaciones delictivas, que comprende la realización de acciones de cooperación entre el Servicio Estatal Forestal (SEF), el Grupo Empresarial de Agricultura de Montaña (GEAM) y el Cuerpo de Guardabosques (CGB), pero muchas veces los incumplimientos van más allá de lo establecido. Prueba de ello es que la tala ilegal de árboles aumentó en Cuba y se ha convertido en un negocio muy lucrativo, en tanto el 85 por ciento de los incendios forestales ocurren por negligencias de las personas.
Entre las principales causas de este fenómeno se encuentran la inexistencia de un mercado que provea de madera a
artesanos, leñadores, carpinteros y aserradores.
No obstante, según Juan José Blanco Romero, director forestal del Grupo Empresarial de Agricultura de Montaña, en Cuba se planta el doble de lo que se tala, el desafío está en proteger y lograr que los nuevos árboles de plantación lleguen a conformar bosques sin ser destruidos o dañados en ese largo camino.
No se puede hablar de los árboles entonces sin pensar en la relación del hombre con la naturaleza, en cómo un país interviene para establecer un orden en el cuidado de sus recursos indispensables. ¿Qué regula Cuba para el cuidado de sus bosques? ¿En qué principales direcciones avanza la estrategia nacional?
En la siguiente imagen, les ofrecemos una panorámica:
Decía Martin Luther King que quien “antes de su muerte ha plantado un árbol, no ha vivido inútilmente". Para las poblaciones indígenas de América Latina, el valor de un árbol se iguala a la vida y es por ello que cuando un niño nace es plantada la placenta de la madre junto a la semilla del árbol que representará su vida.
En nuestra tierra, famosa por el sabor del mango, el plátano, y donde existen árboles de infinito valor como caoba, cedro, majagua, mangle, sabicú, la ubilla, cuidar los recursos forestales y hacer del amor por los árboles un sentido de vida debería ser una pasión. Tan solo basta recurrir a la sabiduría de Aleida o de la abuelita de Katia: un árbol es un regalo para toda la familia.
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