Habrá alguna escuela con olor a pintura o un “ala” a medias, un laboratorio sin matrícula para sus repuestos o una pizarra gastada, puede, incluso, que haya un libro para dos, un maestro nervioso por primerizo y uno improvisado al magisterio… pero invariablemente el noveno mes del año le abre las puertas a los estudiantes. Y más que cuestionarle los tropiezos uno termina agradeciéndole el camino, todos los caminos que se inventan atajos, remiendos y zigzagueantes, y gratuitos, conducen siempre a septiembre uniformado.
Ese ha sido el destino “obligado”, aun cuando la leche en polvo compita con los materiales de estudio y alguien deba decidir entre desayunar a bajo precio después de los 13 años y aprender toda la vida. Imagino otras disyuntivas, aunque desconozco todo el artilugio que se esconde detrás de un curso escolar y sus más de 10 mil escuelas abiertas, donde las ganas derrotan las ausencias.
Pues sí, las vencen. Que no haya papel para imprimir 11 títulos es todavía una noticia sosa ante el bulto de textos que viajarán sobre los hombros. Que haya que mover maestros de una provincia a otra o formarlos de manera emergente dice más de la voluntad de mantener aulas que de renunciar a ellas porque, obviamente, el bloqueo y la flaqueza económica de nuestro país no nos ha impedido el lujo de esta educación gratuita e inclusiva, pero lo ha resentido. Aun así, lo insólito continúa distinguiéndonos: es más accesible la escuela que la telefonía móvil, y que otro montón de beneficios que puede costearse la gente sin escuelas.
A veces se le pide tanto a septiembre que una espera que sus hijos obvien el reguetón vulgar, no quieran formalizar sus noviazgos a los 13 años e ignoren la superficialidad que se recrea en algún recreo. Se culpa a la escuela, como si la sociedad actual _ que en cambio reconocemos devaluada en valores_ fuera todo lo demás, excepto ella, o como si fuera la responsable mayor de nuestra descendencia. Y ni siquiera esa liviandad de criterio le ultraja al mes la esperanza de un mañana mejor. Septiembre sigue siendo el camino.
Trae, además, una lluvia de dudas con el primer día y en su bendita suerte de fecha inicial dispone de nueve meses para amainarla, de un futuro que deja atrás la última semana de agosto con sus cordeles de uniformes colgados y los ahorros desmoronados en una mochila, tres pares de media y un par de zapatos.
Si algo de magia le faltara a este mes y a su sonrisa escolar ahí está la consecución de un septiembre tras otro, para que se superen entre sí.
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