Desde que me acostaba en su pecho en mis primeros años de vida, todavía con muy poca conciencia del mundo real, sentía una paz idílica. Los brazos de papá eran el lugar donde podía quedarme a vivir por siempre.
Ante su mirada los temores desparecían, nunca entendí cómo no le temía a los monstruos que estaban debajo de la cama, incluso yo les perdía el miedo cuando él estaba junto a mí.
A su lado quise ser astronauta, bailarina, me animaba en mis “serias investigaciones” sobre las plantas del patio; y todo lo sabía, nunca me quedó una duda tras hablar con mi papá: música, historia, novelas policiacas, muñequitos, nada escapaba a sus conocimientos.
¡Era tan perfecto! Su capa de superhéroe siempre me deslumbraba, así como también su capacidad para llegar al infinito y más allá en la admiración que le profesaba. Por eso no entendía por qué no podía verlo, si siempre estaba en su casa, yo solo debía ir hasta allí al menos un ratico en las tardes para conversar con él.
Nunca le oí gritar; y jamás me regañó con severidad, yo entendía muy bien cuando me explicaba con razonamientos; y aunque todos decían que era alcohólico, en mis primeros años de vida no tuve más evidencia que el vaso pequeño que siempre lo acompañaba, para mí era una simpleza pero, al parecer, esa dosis continua era suficiente para acabar con sus súper poderes.
Como tantas cosas, su muerte no fue justa para mí, lo necesito. Tampoco fue justa su vida, lo sé, pero tenemos que sufrir los hijos las consecuencias de una enfermedad que se vuelve crónica y nos arrebata sin retorno a nuestros superhéroes.
Mi padre era el mejor, eso lo demostró en su hidalguía frente a su padecimiento, y en las decenas de tratamientos que intentó para desintoxicarse, hasta el final me entregó la mejor versión de sí mismo. Pero eso no fue suficiente, mi superhéroe perdió de a poco la fuerza… y los colores.
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K es una niña con rostro de muñeca, y con un padre que parece rey en las mañanas. Pero solo en las mañanas, a medida que el día avanza y los problemas comienzan a pesar sobre la espalda, ella ve como el cálido rostro se torna agreste.
Quien regresa en la noche a casa no es el mismo a quien ella adoraba besar cuando pequeña, no, ahora es el ogro de los cuentos, el que arruina la vida de las princesas.
Cada cosa le molesta, grita y amenaza constantemente a su madre, a veces levanta la mano y K quisiera desaparecer, viajar como Alicia al mundo de las maravillas, o mudarse con Peter Pan a la tierra de Nunca Jamás.
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El hogar es ese espacio que construimos para sentirnos plenos, junto a la persona que pensamos nos haría felices. Alguien que nos seguiría en nuestros proyectos, pondría límites a lo mal hecho, sería un apoyo en las buenas y en las malas, y la persona perfecta para criar a nuestros hijos.
Sin embargo, muchas familias cubanas sufren las consecuencias del alcoholismo, enfermedad crónica, pero totalmente prevenible.
¿Alguna vez ha imaginado cuánto le duele a un hijo ver transformarse en un ogro a su padre? O vivir con la preocupación constante porque en casa no saben discutir y, debido a los tragos, todo termina a gritos.
Quien ha sido víctima de la violencia provocada por ese vicio en sus seres queridos sabe cuánto dañan la estabilidad emocional, el silencio, la humillación, los malos tratos y las ofensas.
Intenté hacer algunas entrevistas a niños, adolescentes y jóvenes en cuyas familias existen casos de alcoholismo, y la única pregunta fue: ¿Cómo te sientes cuando tu padre llega borracho a casa?
En todos los casos, con ambos sexos y diversas edades, ocurrió exactamente lo mismo: Primero un silencio terrible y luego una transformación en el rostro, donde la disposición inicial a contestar se convirtió en lágrimas que todos los entrevistados intentaron ocultar. Para mí esa respuesta fue suficiente.
Por eso ya basta. El carácter se educa, si una relación no funciona se termina, pero todo puede resolverse en armonía.
Ninguna familia es perfecta, los hijos no siempre son como los soñamos, pero hagamos del mundo un lugar mejor.
La violencia duele dentro, en el corazón, incluso limita nuestro desarrollo pleno, nos hace infelices. ¿Dejaremos que más niños aprendan a resolver los problemas a gritos y que teman a sus padres?
Muchas madres se ven obligadas a resistir las circunstancias asociadas al alcoholismo por la carencia de recursos materiales, los problemas de vivienda, un salario fijo, o por no dejar a los hijos sin una familia, ¿y nadie nota que los hijos sufren mucho más conviviendo con el alcoholismo de sus padres?
No podemos permitir que este ciclo continúe, y esa es una labor de todos. Aunque el primer paso es de la familia. Cada padre debería detenerse a pensar por un momento si esta era la vida que soñaron para sus hijos.
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