El tiempo se lleva cosas, memorias y maneras de sentir. Pero un sonido acompaña desde 1903 a la ciudad de Guantánamo: el cano de martilleos, deslizamientos y cortes de la imprenta La Voz del Pueblo. El diario homónimo y la ciudad tuvieron una imprenta competitiva con las habaneras gracias a gestiones del patricio de la villa, Mayor General Pedro A. Pérez –alcalde entonces de la urbe-, y el decano de la prensa en Oriente, José Vázquez Savón.
Fábricas como la francesa Terrier y la estadounidense Chandler & Price Coyle Kelsy, vendían a la naciente república cubana un taller entero de tinta; y seguro, sin saberlo, invertían para la posteridad en esta galería perfectamente operativa, impresionante al visitante; de las pocas con vida en la isla.
Las vetustas siete maquinarias imprimen y mutilan hoy por miles: documentos, tarjetas de presentación, etiquetas para envases. Decenas de trabajadores dan vida al linotipo, la guillotina y componen con paciencia las frases que el cliente pide. Letra a letra, en un idioma extinto, extraño, este museo viviente demuestra su utilidad. El ingenio de los hombres no deja que escape la savia de esta garganta de fierro.
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