Ni ingenuos abducidos por las nuevas tecnologías, ni desesperados emigrantes potenciales. Los jóvenes cubanos actuales, al igual que pasó con sus padres cuando tenían la misma edad, escapan a cualquier encasillamiento, esté inspirado por buenas o malas intenciones.
Hay quien reduce a frías estadísticas las expectativas y misterios de esta edad. Otros se muestran condescendientes con la “inexperiencia” y prefieren imaginarnos como inocentes que necesitan ayuda para pensar y actuar porque “a veces esa rebeldía puede llevar al libertinaje”.
Veo a mis coetáneos, y a mí mismo, como el resto de quienes en el mundo transitamos por esta época que el poeta Rubén Darío llamó “divino tesoro”. Con las singularidades de nuestro país, pero igual espíritu emprendedor y optimismo infinito.
Me acuerdo de mi amigo Maikel, que hace poco comenzó el hermoso viaje de la paternidad con dos hijas que son su razón de ser. Junto a su esposa, se montan los cuatro en la bicicleta y salen a visitar al resto de la familia el fin de semana. Sus noches son largas, no solo por la intranquilidad de las pequeñas, sino por las cuentas que constantemente está obligado a sacar para estirar lo más posible el salario.
Me viene a la mente Carlitos. Todavía está muy alejado de las preocupaciones económicas de Maikel, a no ser cuando necesita recargar su celular o conectarse a la Wi-Fi. Sus padres piensan que ya tendrá tiempo de arrugar su frente cuando termine la escuela y se incorpore a trabajar. Mientras tanto, que las madrugadas sean largas solo por razones festivas.
También hay gente como Arianna, una amiga que decidió emigrar para La Habana, pero solo como un primer paso para salir del país. Me confesó que a veces tiene la sensación de no pertenecer a algún lugar en específico. Todo le parece demasiado fugaz y momentáneo, como si vivir el futuro fuera más importante que disfrutar el presente.
Buena amiga de Arianna es Liliam, que la extraña mucho, pero no entiende ese afán de su colega por descubrir lo que hay afuera. Liliam es lo que pudiéramos decir el estereotipo de un “joven integrado”. Sus proyectos se circunscriben al trabajo y tendrá hijos cuando haga falta incrementar la tasa de natalidad de la Isla. A veces le resulta frustrante que sus compañeros no confíen lo suficiente en ella, porque todavía es muy joven e inexperta, y constantemente la estén probando.
Pudiera pensar incluso en “el Michel”, que se fue con sus padres cuando todavía estábamos en la secundaria y lo reencontramos en el facebook en la Universidad, con su nostalgia, sus fotos de carro nuevo y cerveza Corona y sus deseos de reunir nuevamente a toda el aula de octavo grado, pero en “Cubita la bella”, como él mismo dice.
Son historias que me he ido encontrando en la escuela, el barrio, la familia, el facebook, el trabajo. Gente común que tiene —quizás sin a veces siquiera quererlo o saberlo— la responsabilidad de asumir el futuro de este país, pero desde el protagonismo que logren en el presente, para que sus proyectos y expectativas personales coincidan con los de la nación que quieren y necesitan.
Gente a la que le tocó vivir aquellos calurosos veranos del 90 con apagones, la escuela al campo, la Revolución Energética, la economía en doble moneda, pero también la muerte de Michael Jackson, los goles de Messi y Cristiano Ronaldo y la invención de Facebook.
Gente que ha presenciado un hecho tan telúrico en la historia nacional como el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el enemigo histórico de la Isla, los Estados Unidos, quien ha declarado abiertamente que este movimiento responde a un cambio en la forma, pero no el contenido, de su política hacia la Mayor de las Antillas. Llegarán nuevas oportunidades, pero también desafíos.
Gente, en fin, que tendrá que vivir en un planeta más caluroso, con menos agua y con modelos económicos que estimulan las desigualdades y el consumismo. Preferirán que se quede en casa lamentándose por no tener las curvas de Kim Kardashian antes de que salga a exigir el respeto a su espacio para la participación social.
Dentro de unos años tendremos que trasmitirles el divino tesoro de la Juventud a otros, que cargarán con los imperativos y la cultura de las circunstancias que les tocará vivir. Quizás tratemos de encasillarlos también, como hacen ahora con nosotros, pero ellos valorarán si el “tesoro” que le estamos entregando creció o se malgastó.
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