No había días más felices para mí, salvo, quizá, los de reuniones familiares. Apenas se desperezaba la mañana y allá íbamos el grupo de niños de la cuadra, impulsando la carretilla y recibiendo de cada vecino lo que podía dar: dos cabecitas de ajo, un plátano burro, medio boniato, ¡una papa!...
Luego, el día se nos iba detrás de los que se llegaban a la bodega para recoger el cake asignado al CDR, estorbando a quienes pelaban las viandas, vigilando la pericia del maestro caldosero…
Esa era la fiesta, la algarabía común que desembocaba en una actividad nocturna, con caldosa picante, pudines y panes con pasta. Ese era mi barrio los días de conmemoraciones patrias.
No hacían falta muchos recursos, de hecho, eran crudos tiempos de Periodo Especial, pero con los aportes comunes, los adultos construían días especiales, donde también se eliminaban las hierbas malas, pintaba los contenes y desaparecía la basura.
No en todas las calles de la Isla se ha mantenido ese entusiasmo transformador pasados los años. ¿Qué ha cambiado: las organizaciones, la gente, el ritmo de la vida? Sobra decir que el análisis resulta complejo y multifactorial, pero sentarse a ver si la apatía retrocede no puede ser la actitud, más cuando se sabe que movilizar es siempre posible si hay voluntad, creación y buenos resortes.
En el reciente foro de Cubahora: ¿Te involucras en las decisiones y proyectos de tu comunidad? , los usuarios hablaron no solo de movilizar el barrio y sus circunstancias, sino también de lo que se puede hacerse desde allí para impactar las dinámicas nacionales.
A fin de cuentas, un país es un mapa de comunidades que, juntas, forman algo superior. Para lograr esa sinergias que garanticen la unidad y las transformaciones, se trata de asumir —en ese inicio de todo que hemos dado en llamar “la base”— concepciones más horizontales.
No hay que andar siempre pendientes de las indicaciones “de arriba”, pues mucho depende de tomar la iniciativa y emprender caminos. Para ello, los gobiernos locales, en las personas de sus dirigentes, deben hacer a la comunidad partícipe, llegarse a ella para darse a conocer (y conocerla) y a la vez consultar qué quiere el pueblo, cuáles son sus ideas, con qué sueña… esos son senderos de la representatividad.
Sin información ni comunicación no puede haber participación real. Deben socializarse los presupuestos a todos los niveles, desagregarse y ejecutarse. En espacios como las rendiciones de cuentas, no solo rendir cuentas, sino también preguntar —por ejemplo— cómo quiere la gente recrearse.
Además, los pobladores deben ser parte integrante de las soluciones: si hay que reparar un bache, ¿por qué no pueden los vecinos trabajar junto a los obreros designados?
No se trata solo de enaltecer y empoderar al delegado y restar trabas burocráticas, la participación no funciona en un solo sentido, así como es derecho es también deber.
Desaprovechar múltiples espacios naturales para opinar, que existen como parte del sistema político cubano, es un lujo que no podemos darnos quienes de veras aspiramos a una sociedad siempre revolucionaria, socialista y próspera.
Cada ciudadano es un granito de arena que aporta al presente y al futuro de la nación, a sus cimientos y sus horizontes, por eso, involucrarse es hacerla perdurar.
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