Diferentes órganos de prensa se hicieron eco durante el pasado domingo de comicios: “votación directa y secreta”, “pioneros uniformados custodiando las urnas de los más de 24 600 colegios”, “derecho de elegir y ser elegidos”. Todos vivenciamos ello, al menos el 88, 3 por ciento de los electores registrados.
Los datos ya son oficiales: más de 7 millones 500 mil cubanos (7,877,906 en elecciones del 2013) ejercieron su derecho al voto en las elecciones parciales. Seleccionados 11 mil 425 delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular, mientras 1 164 circunscripciones necesitarán segunda vuelta.
Pero, pasada la euforia mediática de las elecciones, cuando culmine la segunda vuelta, se asienten los ánimos y la infraestructura del proceso descanse hasta próximos sufragios, empieza la carrera de maratón del delegado.
Porque nadie lo dude, es una competencia de fondo, donde más que velocidad se necesita resistencia y mucha, mucha paciencia.
Desde que en 1974, quedara constituida en Matanzas, la primera Asamblea Provincial de delegados procedentes de los 14 municipios de este territorio, inició un sistema que en diferentes niveles, desde el municipal hasta el nacional, perdura hasta la actualidad no sin la necesidad de actualizar encargos y formas de ejecución.
Pero ¿cómo cumple el delegado hoy su función de representante del pueblo? Primero, conociendo a cabalidad las principales cuestiones demográficas, territoriales y, entre otras relaciones, las administrativas y empresariales que caracterizan su entorno de desarrollo. Sin eso, habrá desperdiciado cientos de votos.
La espontaneidad, el empirismo e incluso el carisma, no son garantes de una buena gestión en pos de sus electores, y más cuando algunos mecanismos para solucionar inquietudes se tornan burocráticos, y debe con inteligencia y conocimientos, sortear diversos escollos.
En ese sentido, el trabajo cotidiano puede resultar, por veces, un deja vu, en tanto los problemas se repiten y reciclan. Aunque, el delegado no tiene una varita mágica ni posee la lámpara de Aladino. Resulta más bien un mediador que concilia intereses del pueblo con disponibilidad institucional. Ofrece explicaciones a interrogantes, atiende quejas, asimila sugerencias y críticas…Sobre todo, intenta que la mayoría de las inquietudes posean contestación convincente cuando no se demoran las gestiones administrativas, o la inoperancia haga truncar su encargo.
Cuando esto último ocurre, entonces emerge el descontento y el malestar popular, en tanto pierde autoridad este representante de base: la persona que pone el rostro para el no aun cuando sea ajena la responsabilidad en la resolución del dilema, pero que pocos le agradecen el sí y más si se debe a su servicio altruista y no retribuido.
A pesar de lo distorsionada que todavía resulta su figura en el pensar público, no le toca “repartir” nada, si bien desempeñó el problemático rol de distribuir determinados recursos que por ocasiones conllevaron más angustias que beneficios. En momentos, debido a erróneas prácticas que funcionaron como respuestas emergentes para la racionalización, se les vio asignando televisores, teléfonos, materiales de la construcción, bombillos ahorradores. Le establecieron funciones que correspondían a administrativos y no a su encomienda, y por conveniencia se promovieron cambios en sus atribuciones y se mezclaron sus responsabilidades.
Hay errores que demoran en pagarse. Este es uno de ellos. Porque un delegado no administra ni distribuye nada, solo le compete ejercer el poder estatal en las instancias para las cuales han sido elegidos, representar a su comunidad.
No es su atribución regir unidad alguna sea de servicio, producción, empresarial o de administración pública. Mas, identificar y hacer valer las políticas alejadas de cualquier tipo de corrupción e ilegalidad, integra su inalienable cometido.
No es lo mismo la Asamblea Municipal del Poder Popular que el Consejo de la Administración al mismo nivel. La primera fiscaliza lo que el segundo administra. Artemisa y Mayabeque potencian la iniciativa de la separación de funciones. Y un papel fundamental lo desempeñan los delegados.
La primera fase de las elecciones arrojó los datos preliminares; la segunda, encontrará finalidad en pocas jornadas. Queda entonces, para la carrera que inicia, potenciar el liderazgo y funcionalidad de los delegados, evitar que sean apenas tramitadores de problemas que en no contadas ocasiones quedan en el vacío, o recolectores de insatisfacciones que enmudecen ante la ausencia de soluciones oportunas. Urge facilitar su gestión y respetar su quehacer…Empezó el conteo…
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