Guáimaro, escribió José Martí, nunca estuvo más hermosa que en los días en que iba a entrar en la gloria y el sacrificio. “Era que el Oriente y las Villas y el Centro, de las almas locales perniciosas componían espontánea el alma nacional y entraba la revolución en la república”.
Ni Cuba ni la historia olvidarán jamás — profetizó entonces el Apóstol— que el que llegó a ser el primero en la guerra, comenzó siendo el primero en exigir el respeto de la ley. Por ese respeto, 150 años después de que aquel pueblecito, “donde los hombres, al despertar cada mañana, ponen la frente al yugo”, se convirtiera en nido fértil del nacimiento del constitucionalismo mambí y de la investidura de la República en Armas, los cubanos vuelven a marcar la historia patria con la proclamación de su nueva Carta Magna.
“Por nuestro voto libre y secreto, mediante referendo popular, a ciento cincuenta años de nuestra primera Constitución mambisa, aprobada en Guáimaro, el 10 de abril de 1869”, se adopta la nueva Constitución refrendada con un Sí — en otro glorioso 24 de febrero — por seis millones 816 mil 169 cubanos. Esas páginas sagradas, dibujadas a mano por el pueblo de Martí, serán proclamadas en sesión solemne de la Asamblea Nacional del Poder Popular y de inmediato entrará vigor a partir de su publicación en la Gaceta Oficial.
Lo que puede parecer un estricto acto protocolar significa el punto más alto de un camino que comenzó hace algunos años con el estudio de procesos constitucionales de todo el mundo; luego la conformación de una comisión integrada por 33 diputados y comandada por el General de Ejército Raúl Castro Ruz; un amplísimo proceso de consulta popular durante tres meses que recorrió la Isla, que convocó a casi nueve millones de cubanos en unas 133 mil reuniones y que generó más de 780 mil propuestas; y finalmente un Referendo Constitucional que preguntó: ¿Ratifica usted la nueva Constitución de la República?
La cruz marcada en la casilla del Sí por la amplia mayoría del pueblo cubano devino en lo que sucederá está mañana de primavera en el Palacio de la Convenciones, allí donde presiden siempre las dos banderas cubanas, la de Carlos Manuel de Céspedes y la de Narciso López, como muestra de una historia querida y respetada también en su Constitución.
Quienes tengan el inmenso privilegio de respirar la tremenda emoción que volverá a nacer, de seguro, en el plenario que más hechos extraordinarios atesora en este país, estarán viviendo además el momento único de proclamar una Constitución hecha a la medida de Cuba, nación a la que declara como “un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciudadanos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”.
Es el colofón del esfuerzo de todos para hacerle nacer al país la Constitución que ahora necesita; la que mira al futuro sin dejar atrás la historia que nos ha traído hasta aquí; la que consagra derechos universales y apunta deberes inviolables; la que protege a la mujer, a los niños, a las personas especiales, a los abuelos, a las embarazadas; la que apuesta por una nación próspera y obliga a los órganos del Estado, sus directivos, funcionarios y empleados, a respetar y atender al pueblo; la que promulga el derecho internacional y a la multipolaridad entre los Estados; la que respeta la libertad de profesar o no creencias religiosas…y otras tantas definiciones trascendentales de sus 229 artículos.
La Constitución del 2019 sabe a victoria y, como tal, habrá que celebrar su acto de proclamación, sin pasar por alto la altísima responsabilidad con toda la legislación complementaria que necesita nuestra Ley de leyes para tomar cuerpo y también alma. Ese amplio proceso legislativo también deberá exigirse por el pueblo cubano para que las aspiraciones que en sus páginas pusimos no queden a merced del tiempo y el olvido.
Cuba, abrazada ahora en su nueva Constitución, continúa su camino, martiano y luminoso, con todos y para el bien de todos.
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