Algunos domingos, a las seis de la tarde, los siete reclutas del Comando 5 de bomberos de La Habana veían el filme Brigada 49. La escena podía resultar paradójica: A diferencia de los actores (todos altos y corpulentos), los muchachos, que eran bomberos de verdad, eran casi todos delgados y de baja estatura.
Su realidad también era distinta a la del largometraje: A pesar de su pasión por el oficio estaban pasando el servicio militar y eso significaba hacer guardias nocturnas y pasar tiempo lejos de la familia. No obstante, en las escenas de Brigada… de alguna forma se encontraban a sí mismos. Cuando se trata de incendios la realidad nunca es distinta, ya sea en Chicago o en el Vedado el fuego siempre es el mismo. Ellos se veían allí a pesar de las diferencias: Disfrutaban sentirse estrellas de cine.
La alarma, aguda y persistente como siempre, sonó aquella tarde del año 2010 por primera vez en varios días y el delirio fue general. Los cinco reclutas de servicio corrieron hacia el camión M5 felices con la posibilidad de hacer algo que no fuera limpiar o ver televisión. A ninguno le importó que la emergencia interrumpiera la película. Ya la habían visto más de diez veces.
En menos de un minuto todos tenían puestas las capas y los equipos de respiración cuando el primer teniente Miguel Ángel Veranes, el jefe de la compañía, se acercó al camión muy despacio y por sus ademanes tranquilos supieron que no había llamas, ni desplomes, ni emergencias.
Pensaron entonces que saldrían para reportar algún corto circuito o escape de gas (los servicios más comunes en la ciudad) pero nunca imaginaron que su misión sería esta vez diferente, menos complicada que incendios o derrumbes pero igual de difícil: Los llamaban para rescatar un gato que no podía (o no quería) bajar de un árbol.
La primera reacción fueron unas cuantas carcajadas, todos creyeron que se trataba de una broma: Un carro lleno de mangueras y martillos, cinco jóvenes con cascos y hachas, ¿Todo puesto en función de un gato? Pero Veranes lo dejó claro con su tono desafiante: “Un gato y bien, al que no le guste que coja la posta”.
“Recuerdo que en medio de la película se formó el corre-corre, estábamos sin camisa y teníamos que ponernos el uniforme, las capas y los equipos de seguridad en 45 segundos que es el tiempo establecido para montarse en el camión. La situación no podía ser más dramática” recuerda sonriendo Guillermo Mendoza, estudiante de Sociología de la Universidad de la Habana y entonces bombero 5.
Cuando suena la alarma en el cuartel, los bomberos no saben a qué se van a enfrentar. “Lo mismo puede ser a un incendio de grandes proporciones que a la solicitud de ayuda de una ancianita que dejara por descuido las llaves dentro de la vivienda. Por eso siempre nos apuramos para llegar al autocisterna en el menor tiempo posible, expectantes y dispuestos a lo que sea, y no es hasta que ya estamos montados y forrados que nos dicen cuál es la emergencia”, explica Osmany Cisneros, quien ahora es estudiante de Derecho en la Universidad de la Habana y entonces era el bombero 1 (el más preparado de la dotación).
“En primera instancia pensé que todo era una burla ¿Un gato en un árbol? ¿Cómo nos van a llamar para rescatar a un gato? A quién se le ocurre eso, y más en Cuba donde los bomberos contamos con tan pocos recursos. No lo podía creer, paramos de ver la película para salvar a un gato que sabría Dios por qué motivo no quería bajar”, cuenta Guillermo (el Guille).
“A todos nos molestó mucho, aquello era una pérdida de tiempo y una vergüenza. Éramos los bomberos, no control de animales, éramos los encargados de velar por la seguridad contra incendios y emergencias en el municipio más importante del país, tipos duros, no rescatadores de gatos a domicilio. Al principio no lo creía. Para mí aquella situación ocurría solo en dibujos animados”, añade.
Pero era cierto, cuando llegaron pudieron ver que, en efecto, un gato blanco estaba temblando en un árbol sin poder bajar. La dueña, una señora de unos 40 años a la que acompañaba una amplia comitiva de la cuadra se excusó muy apenada y les rogó que le devolvieran a su mascota.
“La realidad era triste pero cierta, solo me quedaba la esperanza de que alguien llegara de pronto, nos dijera que la broma había acabado, y nos mandara a saludar a la cámara oculta. Pero eso nunca sucedió y no tuvimos más remedio que empezar a buscar una solución para el problema”, recuerda el Guille.
Pero la “misión” no era sencilla. Antes de llamarlos, los vecinos habían intentado devolverlo al suelo con todos los medios que tenían a su alcance y luego de cuatro horas de frustración fue que decidieron marcar el 105.
Ni los propios bomberos la tuvieron fácil: Primero trataron de asustarlo con la sirena y las balizas del carro, pero solo consiguieron los mirara de soslayo. Después sacudieron el árbol todo lo que pudieron pero el animal se aferraba fuertemente al tronco. “Aquel gato nos había sacado del cuartel para hacernos pasar pena ante un grupo de gente que cada vez aumentaba en número y de contra se hacía el difícil”, comenta Osmany.
Veranes que estuvo todo el tiempo tratando de resolver la situación recuerda: “No podíamos desplegar la escalera porque las ramas del pino dificultaban el apoyo, tampoco íbamos a arriesgarnos a subir y poner en riesgo nuestras vidas, no podíamos tirarle unas cuantas piedras a pesar de las ganas que teníamos, en realidad no sabíamos qué hacer”.
Primer teniente Miguel Ángel Veranes, jefe de la compañía, Comando 8 de bomberos de La Habana. (Abel Lescaille Rabell / Cubahora)
Después de media hora analizando posibles variantes, el propio Jefe de Compañía —ya molesto a causa del calor y la presión de la gente— abrió la gaveta de las mangueras y le dijo a Osmany que agarrara dos tramos de mangueras, pues ya sabía cómo iba a bajar a la mascota.
El propio Osmany confiesa que todos quedaron asombrados preguntándose qué iría a hacer con el gato. “Me dijo que cogiera un pitón “B neblinero” y el mismo anilló los tramos al carro y puso la bomba de agua a una potencia más alta de lo acostumbrado. Entonces agarró la manguera, miró al gato con cara de placer y abrió el dispositivo dejando escapar un chorro de agua que mojó a la multitud pero no alcanzó al felino”.
Según el Guille, la dueña lanzó un grito de terror, pero ya era demasiado tarde porque Veranes, con evidente placer, perseguía con el agua al felino que escalaba desesperadamente hacia la copa del árbol. “Ahorita se le acaba”, dicen que dijo sonriendo el jefe de compañía.
Cuando el animal llegó a la cima empezó de nuevo a bajar, pero un golpe de agua lo alcanzó y cayó, de pie como todo un buen gato, encima de un carro para luego perderse de vista. La dueña lo siguió corriendo y les hizo una mirada amenazadora a todos los muchachos. “Ni siquiera nos agradeció lo que hicimos, al final le devolvimos a su animalito, mojado pero vivo”, apunta el jefe de compañía.
Cuando regresaron la brisa de diciembre había refrescado el interior del cuartel. Era una noche en que se sabía que no iba a pasar nada más, de esas donde el silencio y las luces apacibles del Vedado impregnan el paisaje de una densa quietud. Nadie volvió al televisor para terminar por enésima vez Brigada 49, todos fueron a dormir tranquilos.
Para todos los que estuvieron allí el heroísmo adquiere ahora otra dimensión, una magnitud marcada inevitablemente por lo lúdico y lo absurdo: “Después de todo, ser un héroe no tiene sentido si uno no puede divertirse y hacer cosas increíbles. Un bombero debe estar satisfecho si combate algún incendio o rescata personas de un derrumbe, pero también si devuelve al suelo a un gato atrapado en un árbol”, piensa Hansel, quien guarda esta experiencia como una de las más inesperadas y divertidas de su vida.
“A mí hay gente que a veces no me cree esta historia”, dice el Guille. “Cosas como esas son las que quedan para contar y nos sirvieron para reírnos a pesar del trabajo que nos costó resolver el problema. Al final no se olvidan momentos así porque el verde es demasiado aburrido”.
Y el Guille tiene razón. En el Servicio Militar cada tarde parece una reproducción de la anterior. Salvo por cambios inevitables como la humedad o el calor, es casi imposible diferenciar un día de otro. Nadie percibe cuándo el sopor del mediodía se desvanece y empieza a caer la noche. Los días pierden sus nombres y solo son identificables por la cercanía con el próximo pase, con los meses sucede algo parecido, solo que la baja es el punto de referencia. No obstante, de vez en cuando aparece alguna locura como esta para romper la cadencia de los días que se suceden sin que nada ocurra.
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