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lunes, 25 de noviembre de 2024

Celebrar la Democracia: ¿cuál y para quiénes?

Lo que debe celebrarse es la participación real en las decisiones políticas, de una mayoría cada vez más libre de decisiones arbitrarias, de las corporaciones y/o las burocracias…

José Ángel Téllez Villalón en Exclusivo 15/09/2022
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Fidel Castro Ruz19
Fidel “El Partido debe tener autoridad ante las masas por su trabajo, por su vinculación a esas mismas masas, por sus relaciones con las masas”.

Cada 15 de septiembre, desde el 2008, la ONU invita a  celebrar el Día Internacional de la Democracia. La fecha escogida, tiene que ver con la Declaración Universal de Democracia, el 15 de septiembre de 1997, después de las sucesivas Conferencias Internacionales sobre Democracias Nuevas y Restauradas, iniciadas en 1988 por iniciativa de la presidenta  filipina Corazón Aquino, proclamada  como tal después de la hasta ahora “incumplida” Revolución EDSA de 1986,  la  Revolución del Poder del Pueblo, que puso fin a más de 20 años de dictadura de Ferdinand Marcos.

Ese es el mito manejado en estos fórums y promovido por los medios occidentales . La realidad es más complicada. Detrás de la destitución de Marcos hubo un golpe militar, las maquinaciones políticas de un destacado clérigo y la tardía intervención del gobierno yanqui. Aquella revuelta “no violenta” tumbó un régimen autoritario, “restauró la democracia”- según la predominante concepción liberal-, pero no puso en manos de la mayoría el poder de decidir en su propio beneficio. La  burguesía nacional, de la que era parte Corazón "Cory" Aquino, decidió favorecer los intereses de EE.UU., en lugar de los intereses del pueblo filipino; traicionó al “poder popular” y la  ilusión de que el retorno a la democracia aseguraría la prosperidad y la seguridad para todos. Lo que hizo fue “blanquearse” con la “democracia post-EDSA” para hacerse más rica. Incluida la familia  de Marcos, que regresó del exilio en 1991 y que reconquistó recientemente el Palacio Presidencial de Malacañang , con la victoria electoral de Ferdinand Marcos Jr.

Resulta que ni con los hitos “democráticos”, ni con su definición, nos hemos puesto de acuerdo. Así ha sido  desde la antigua Grecia. Para Platón, la  democracia es el gobierno “de la multitud” y para Aristóteles, “de los más”;  a partir  de la clasificación de las formas de gobierno que la incluía, junto la  monarquía  y la aristocracia. Según Plutarco significaría textualmente el “gobierno de los artesanos y campesinos”.  El vocablo dḗmos ha sido interpretado  como “pueblo”, “mayoría”, “ciudadanos”… Y estamos hablando solo del significante, ¿qué esperar de su  valoración en la práctica social?

Tampoco existe una sola representación o un único procedimiento  práctico para ponderarla.  Tal como se reconoció  en 2006, en la Sexta Conferencia Internacional de las Democracias Nuevas o Restauradas, auspiciada por Qatar y  en la que decidió promover un día internacional para la democracia, “no existe un modelo único de democracia” y  ésta definición “no pertenece a ningún país o región”.

Sin embargo, el  sesgo de la concepción liberal  y occidental se impone en la casi totalidad de los  análisis o debates, incluso entre las izquierdas. Lo que incluye la equiparación de democracia con representación política y con la libertad de elegir cada cuatro años; constriñéndola  a meros procedimientos, suplantándolo sus fines por las  tecnologías para su concreción aproximada, entre tales el  pluripartidismo.

Bajo este criterio tildan  de “dictadura” al  sistema político aprobado por la inmensa mayoría del pueblo en los referéndums  constitucionales de 1976 y 2019. Porque no hay  pluripartidismo,  sino un partido unitario, sin roles  electorales. Que se constituye, cual lo definió Gramsci, en “elemento principal de cohesión que centraliza en el ámbito nacional, que da eficiencia y potencia a un conjunto de fuerzas”.  Un partido heredero del Partido Revolucionario Cubano,  fundado por José Martí  para “fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia”. Y  como aquel “alma de Revolución”, fuerza movilizadora de la virtud ciudadana.

El Partido Comunista de Cuba es una organización de vanguardia, que como planteara Fidel en junio de 1974, ante la asamblea del Partido de la entonces provincia de Oriente, “debe tener autoridad ante las masas no porque sea el Partido, o porque tiene el poder, o porque tiene la fuerza, o porque tiene la facultad de tomar decisiones. El Partido debe tener autoridad ante las masas por su trabajo, por su vinculación a esas mismas masas, por sus relaciones con las masas; el Partido en las masas, el Partido con las masas, pero jamás por encima de las masas”.

Con una autoridad  y una posición dirigente conquistada  mediante la lucha, el sacrificio y las decisiones acertadas, legitimadas  por el pueblo y sus instituciones democráticas. Así lo afirmó  Raúl, ante los cuadros y funcionarios del CC del PCC, el 4 de mayo de 1973: “Su autoridad no se basa en la fuerza ni en la posibilidad de utilizar la coerción y la violencia para imponer su voluntad y sus directivas, sino que se apoya en la confianza y el apoyo que recibe de la clase obrera y del resto del pueblo trabajador. Confianza y apoyo que se gana mediante una política acertada y racional, mediante la ligazón con las masas y usando como métodos la persuasión y el convencimiento, sustentados en la fuerza de su ejemplo y en la justeza de su política”.

Es el mismo Partido el que ha abogado en sus congresos por perfeccionar nuestra democracia. “Conscientes de que la democracia es más socialista en la medida en que es más participativa” y que les corresponde a la organización partidista “estimular la participación popular, creando espacios y procedimientos para atender, evaluar y aplicar las demandas y propuestas que la hagan efectiva, como afirmó  el nuevo Primer Secretario de su Comité Central Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, en la clausura del Octavo Congreso.

Urge traspasar el protagonismo desde el Estado  hacia la Sociedad Civil y  una mayor socialización de los medios fundamentales de producción y servicios. Mediante la construcción ininterrumpida de una “democracia revolucionaria, Democracia para la Revolución”, como insistía Hugo Chávez, con la eliminación de las deformaciones burocráticas y la sistematización efectiva de la rendición de cuentas y del control popular, con las que se vuelvan más impactantes las  conciliaciones y  decisiones,  en la cotidianidad de sus barrios. Solo así se hará hegemónica nuestra alternativa de emancipación y desarrollo.


El PCC ha abogado en sus congresos por perfeccionar nuestra democracia, por perfeccionar nuestro Socialismo con una mayor participación. (Tomada de Cubadebate)

En nombre de la democracia, los regímenes liberales  someten al pueblo al poderío de los empresarios; instauran una Dictadura del Mercado conducida por las clases "ilustradas". La que ejerce “la función ejecutiva” y planifica “los intereses comunes”, la que  mantiene a raya al   “rebaño desconcertado”, esa gran masa de  “estúpidos”, tan solo apta para “provocar líos” y para cada cuatro años liberarse de ciertas cargas delegando su cuota de poder en algún miembro de la “clase especializada” y para expresarles con su voto  “queremos que seas nuestro líder”, “porque estamos en una democracia y no en un estado totalitario”.

Raptada la democracia por la racionalidad tecnocrática, se entierra toda posibilidad de cambio fuera de los procedimientos electorales y las prácticas partidistas. Con el foco puesto en la estabilidad política y no en la transformación del estatuo quo, todo queda en votar por el candidato de la esperanza, votar en blanco  o no votar. Bajo la alfombra electorera  se asfixian los  latidos de la transformación social. Bajo las falacias  de la “igualdad de oportunidades”  y del “consenso” de las clases, de la posibilidad de conciliar  los  intereses de los ricos, los dueños del gran capital, con los antagónicos intereses populares.

Las élites imperialistas instrumentalizan el concepto de democracia para la descalificación política; para criminalizar a los Gobiernos  de Cuba, Nicaragua y Venezuela;  para justificar sus intervenciones “humanitarias”; para   violar la soberanía  de los territorios  condenados a ser periferia en el sistema –mundo, condenadas a dejarse  medir  y valorar por las naciones “superiores”.

Existe una relación de interdependencia entre la democracia y la paz, entre la democracia y el desarrollo sostenible. No es posible valorar  la democracia sin considerar las relaciones que esta instaura entre los individuos y la trama de significaciones  con que valoran dichos intercambios y que desde los poderes se activan. Si para algunos es un ideal y para otros, un instrumento, para otra mayoría la democracia  no “juega” en su cotidianidad, queda fuera de sus necesidades más urgentes, pues ni los protege  ni los alimenta.

De modo,  que si lo que suele celebrarse es la caída de los dictadores, o el triunfo de este u otro candidato partidista, lo que sí merece celebrarse, y  en grande,  es  la victoria de la democracia real, de su  articulación social  para  el dominio de las decisiones políticas por una mayoría cada vez más libre de arbitrariedades,  las de las corporaciones y/o  de las burocracias.


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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