Donald Trump ya esta a punto de sentarse nuevamente en la Sala Oval de la Casa Blanca, pero desde su victoria en noviembre del año pasado, no ha dejado de generar titulares que han dejado perplejos, hasta a sus más fieles seguidores.
Aprovechó la época de celebraciones por fin de año y extendió su lista de deseos:
Quiere Groenlandia, el Canal de Panamá, Canadá y de paso cambiar el nombre del Golfo de México, que para un hombre como él, con su poder, pues no es mucho pedir.
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Y usted pudiera pensar que todo esto es muy risible, si no fuera algo tan grave. Son viejos deseos del ex presidente y no, no se los encargó a los Reyes Magos, más bien lo que ha hecho es no descartar que la mencionada lista de deseos sea entregarla a partir de este 20 de enero, entre otros, al Pentágono.
Pero mire usted, solo a golpe de amenazas verbales ya Trump ha conseguido las primeras bajas, pues el primer Ministro canadiense Justin Trudeau renucia en medio de una crisis política interna en Canadá y de un notable apoyo minoritario a su partido entre la población de ese norteño país.
Las últimas encuestas apuntan a que un 40% de los canadienses apoyan el regreso de los conservadores al gobierno, pero creo que ni siquiera estos esperaban que Trump propusiera la aceptación de Canadá como el estado número 51 de La Unión Americana, pasando por encima de la independencia, la soberanía y la libre determinación de ese país.
Aunque pocos han tomado en serio sus amenazas anticanadienses, si hay quien se ha preguntado ¿Qué pasaría con el esquema electoral de Estados Unidos si Canadá se convirtiera en el estado número 51?
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Pasaría de golpe a ocupar la primera posición en población y compartir este escaño con California, con unos 40 millones de personas y más de 50 votos en el colegio electoral.
Algunos expertos se han adelantado a modelar cuánto cambiaría la estrategia de ambos partidos y cuánto la posibilidad real de llegar a la Casa Blanca ante un cambio de números tan impactante.
Por otro lado, aunque Dinamarca ha asumido las declaraciones esperadas: "Groenlandia no está a la venta", por ejemplo, los líderes locales de ahí han sido un poco más ambivalentes, piensan, creo yo, que probablemente todo ese hielo tenga un valor mucho más alto para Washington que el que tiene para Copenhague. Ya sé, no hay solo hielo allí.
Las amenazas hacia el sur no han sido menos. Allí la recientemente electa presidenta Claudia Sheinbaum ya se cuelga los arreos para lo que será una tremenda batalla con el vecino del Norte, que ya ha declarado que México es un país manejado por los carteles e incluso que el golfo homónimo que bordea la costa este del país Azteca, debería de inmediato cambiar su nombre para llamarse Golfo de América. Sheinbaum, claramente le ha hecho su contrapropuesta: "América Mexicana"
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No sé cuán orgullosos estarán los canadienses o los groenlandeses de llamarse así, pero sí sé de cerca que México es un país edificado sobre las bases de una cultura y de una civilización milenaria de guerreros.
Que aunque la prensa occidental haya pintado la victoria de la presidenta Sheinbaum como la llegada de la primera mujer a la presidencia de México, ella no es solo eso, a la presidencia de México llegó una culta y refinada mujer de izquierda, con una determinación de acero, con la que Trump y no solo Trump, sino Marco Rubio, tendrán que lidiar de manera muy cuidadosa.
El cuasi canciller Rubio se ha adelantado un poco a su jefe para decir en su audiencia de confirmación que es necesario negociar con México, asumiendo probablemente su primera postura más o menos discordante con El magnate inmobiliario de Nueva York.
El diario norteamericano Politico aseguraba hace unos días que Rubio no debe durar mucho en ese gabinete pues es percibido por los republicanos de línea dura como un miembro no tan fiel del equipo. El tiempo dirá la verdad.
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No podemos olvidar que México, Canadá y los Estados Unidos son signatarios de un Tratado de Libre Comercio que los himbricó más allá de lo normal desde hace poco más de 30 años. Una crisis en las relaciones del bloque afectaría a los tres miembros.
Para el presidente José Raúl Mulino de Panamá también tiene que haber sido una sorpresa escuchar las declaraciones de Trump, claro que aquí habría que hacer la salvedad de que él y Sheinbaum tienen muchas diferencias y me refiero a las de estirpe y no a las de género.
Aún así, Mulino, lejos, muy lejos de Torrijos, ha salido a defenderse contra las insensatas formulaciones de Trump y ha dicho claramente que Panamá es de los panameños y que el Canal no lo es menos. Y la verdad no sé por qué a los del Norte le quedan dudas, los propios nombres lo indican Golfo de México y Canal de Panamá, es algo así como ¿De qué color es el caballo blanco de Maceo?
Aunque Mulino es de seguro uno de los grandes admiradores que tiene Trump al sur del río Bravo, todavía no se cierran las heridas de aquella fatídica invasión militar en 1989 que de manera metódica y planificada los panameños han recordado cada año.
Claro que en todos estos lugares encontrará quién a pesar de todo le aplauda. La reducida lista de invitados latinoamericanos a la toma de posesión del flamante presidente republicano este lunes, es evidencia clara de los pocos aliados que piensa Trump que tiene en Sudamérica. Claro que pudieran ser muchos más.
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Ha invitado a Milei, que ha llegado hasta los mínimos niveles de valores por tal de ser incluido en ese grupo y otros como Bukele, que si bien ha mantenido un poquito más su compostura, no oculta su sentido de pertenencia.
La situación creada en torno a Venezuela y sus elecciones presidenciales ha permitido a algunos de estos actores demostrarle al norte lo útiles que pudieran ser en el próximo periodo.
También el desastre puede estar a la vuelta de la esquina si los cálculos no son fieles, y es probablemente lo que ocurrió cuando la delegación de El Salvador ante la Organización de Estados Americanos, intentó imponer un reconocimiento regional al derechista Edmundo González, solo horas después del acto de inauguración presidencial de Nicolás Maduro.
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Más allá de sus fanfarronerías y declaraciones insensatas, no hay dudas que la élite de poder en Estados Unidos está muy preocupada con el ascenso global de otros poderes y potencias y busca regresar a las políticas expansionistas de John Quincy Adams, solo que, 200 años después
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