Cantar de una resistencia

Allá donde dirigen el cerco, donde deciden apretar más el nudo corredizo, donde creen que están bien el hambre, el cansancio y la desesperación ajenos si con ello se cumple un objetivo; allá donde imponen, sancionan y amenazan, con ninguna razón, pero toda la prepotencia; allá no estamos nosotros.

Allá no estamos los que racionamos el pan y desesperamos en una parada de ómnibus; no está la madre de la niña enferma que abriría en dos la tierra si de allí pudiera sacar el medicamento salvador, pero su remedio está en Estados Unidos, y ese aparente cielo no se abre para el dolor cubano si desde Cuba duele.

Allá no está el padre que ve a su hija sin una pierna y sin la prótesis que le permitiría volver a andar erguida, como ella sueña. Allá no está la abuela sola, que vio a sus hijos marchar a otros países buscando prosperidad, y que no conoce en persona a ninguno de sus nietos.

Allá no están los que trabajan y trabajan y trabajan, sabiendo que todo pudiera ser más fácil si no existiera un bloqueo; ni los que se aprietan el cinto y tragan en seco y siguen, porque no están dispuestos a pagar el precio de la rendición. Allá no están tampoco los que creen que el bloqueo es una excusa y desesperan.

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Allá no están, no estamos, no somos. A quienes deciden la política exterior norteamericana no les dicen nada nuestros rostros ni pesares. Somos daños colaterales en un asedio a la usanza medieval: el asunto es cerrarnos el paso y esperar que agonicemos.

Pero largo se les ha hecho el acoso, demasiado, tanto que han quedado encerrados en su perfidia, aislados por su deseo de aislar, marcados por el mundo, que aunque no pueda obligarlos a dejarnos ser y elegir y respirar, los condena y los desprecia.

Nuestra tozudez los descoloca; desde la cultura del tener es muy difícil concebir que algunos prefieran ser. Quienes acostumbran a hacerse obedecer por la fuerza y el desprecio ven toda rebeldía como actitud suicida.

De las razones de nuestra resistencia en este acá, podríamos decir mucho: hablar de mambises descalzos, de independencia, de los pulmones destrozados de Villena, y de un Mella que no llegó a los 30, de Abel sin su mirada, de Lidia y Clodomira echadas en sacos como desperdicios, de que aquí no se rinde nadie, de que con Fidel pa’ lo que sea, de Cuba qué linda es Cuba, y de que quien la defiende la quiere más…

El bloqueo no es una entelequia. No. Existe en nuestras mesas y nuestras escuelas, en nuestros hospitales y nuestras calles. Nos asfixia y nos hiere. Pero no nos mata. Hemos sido más fuertes, más alegres, más dignos.

Allá donde dirigen el cerco nada saben de nosotros. Acá donde lo sufrimos tratamos todo el tiempo de que la invisibilidad con que visten su crimen no nos oculte las verdades. Allá no importamos. Aquí resistimos.