Varias referencias de estudiosos de la Historia de Cuba, permiten suponer lo ocurrido aquel sábado 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, que por entonces vivía años de prosperidad en los campos cañeros y la producción azucarera. La hacienda estaba enclavada en la jurisdicción de Manzanillo, en la región oriental de la Isla de Cuba, y pertenecía a la familia del abogado Carlos Manuel de Céspedes.
A media mañana, la campana repicó para un llamado distinto. Una veintena de hombres y mujeres negros salían del barracón. Con su pausado andar se dirigen al centro del batey. Puede ser que sus rostros mostraran expresiones de asombro, sobre todo cuando se unen a centenares de hacendados, campesinos asalariados y negros libres que horas antes, a caballo y a pie, habían acudido al lugar.
En modo alguno, se imaginaban que también serían protagonistas junto a esas personas de piel blanca de un giro en la historia de la nación cubana. Desde hacía años, esos hombres y mujeres habían forjado sus voluntades en el pensamiento del criollo, hijo de la tierra y organizaban una conspiración para la independencia de la isla antillana del férreo yugo español.
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En las primeras palabras a los congregados, bajo un sol brillante que alumbró el primer día de independencia, el líder Céspedes se dirigió primero hacia la gente de color oscuro:
"Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar la independencia!"(…)"Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás".
EL GRAN NEGOCIO DE ESPAÑA
En declaraciones exclusivas para este artículo, el historiador camagüeyano Ricardo Muñoz Gutiérrez destacó que “el asunto de la esclavitud estuvo presente en muchos momentos de la historia de Cuba. A España le convenía mantener este tipo de explotación, porque los hacendados necesitaban del ejército español en caso de una sublevación o una revuelta de los negros traídos de África”, para sustituir a la mano de obra de los aborígenes, cuyas encomiendas habían mermado por la crueldad y los maltratos. Por tanto, era un negocio tremendo para la metrópoli y no podían ceder a los requerimientos de abolición de los ingleses.
“En Camagüey por varias razones era más abolicionistas que en otras regiones del país-- apunta Muñoz Gutiérrez--, pues además de existir un pensamiento democrático más avanzado, no se había desarrollado la producción azucarera a gran escala y la predominaba las haciendas ganaderas, como principal actividad económica, por lo cual era menor la fuerza esclava que en otras actividades productivas”
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Por su parte, la Premio Nacional de Historia 2015, Elda Cento Gómez (1952--2019) en un artículo Población y Cubanía refiere el alcance del “miedo al negro” en las extensas y despobladas llanuras camagüeyanas. El chantaje por la raza de color no era tan intenso en Puerto Príncipe como en la Habana, pues según el Capitán General de Cuba, D. José Gutiérrez de la Concha señaló en carta al Sr. Ministro de Gracia y Justicia, en enero de 1851: “[…] no hay en […] este departamento, esos colosales Ingenios, cada uno de los cuales supone un capital inmenso, cuya ruina sería muy probable en una guerra, por la dificultad de contener las grandes masas de esclavos que componen su dotación. Falta, por lo tanto, en Puerto Príncipe, el poderoso freno que sienten los revolucionarios de los otros pueblos de la Isla”.
LA PALABRA EMPEÑADA CON LOS ESCLAVOS
Como antecedentes a la asonada independentista del 10 de 0ctubre de 1868, ya se había entramado la mezcla de culturas aborigen, española y africana para dar paso a un hombre nuevo. El criollo es un sujeto que toma conciencia de sí mismo y muchos se reconocen como alguien diferente al “español”, y expresaban el sentido de pertenencia a la tierra, la cual defendían como una propiedad que no se dejaban usurpar por manos ajenas.
Cinco meses después de iniciada la Guerra de los Diez Años, adquiere una mayor trascendencia la palabras “sois tan libres como yo” empeñadas por Carlos Manuel de Céspedes con los esclavos, que estaban sometidas a ciertas condicionantes como la indemnización a los dueños y requerimientos para la admisión en el ejército.
Camagüey tiene las condiciones apropiadas para una empresa abolicionista más radical. El 29 de febrero de 1869 en el poblado de Sibanicu, en una región liberada por las fuerzas mambisas, se reúne con ese fin la Asamblea de Representantes del Centro, integrada por hombres que habían renunciado a su fortuna por la liberación de la Patria Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Santa Lucía, y Francisco Sánchez Betancourt, junto a destacados revolucionarios Ignacio Agramonte Loynaz, Eduardo Agramonte Piña y Antonio Zambrana.
En esa reunión se proclama que “[…] la esclavitud traída a Cuba por la dominación española, debe extinguirse con ella”.
En su entrevista para este artículo, el historiador Ricardo Muñoz explica que a partir de ese momento, los esclavos aptos físicamente debían servicio militar obligatorio, con los mismos derechos de los demás soldados del Ejército Libertador, mientras quienes no podían participar en las acciones bélicas se incorporaban a tareas en la retaguardia para el sustento de las fuerzas insurrectas.
En Guáimaro, del 10 al 12 de abril de 1869 se dieron cita cuatro orientales, cuatro camagüeyanos y cinco villareños, con el objetivo de lograr la unidad y elaborar una constitución cubana. (Tomada del Periódico Trabajadores)
La abolición de la esclavitud fue consignada meses después en Guáimaro, el 10 de abril de 1869, en el artículo 24 de la Constitución de la República en Armas donde fue plasmado el principio "Todos los habitantes de la República son enteramente libres".
La Guerra de los Diez Años no tuvo un final feliz, entre otras cosas por la falta de unidad. En 1878, el habilidoso general español Arsenio Martínez Campos propuso al mando cubano el llamado "Pacto de El Zanjón", que no fue aceptado por muchos de los criollos en guerra, como el Mayor General del Ejército Libertador Antonio Maceo, que protagonizara la Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878, para reiterar la necesidad de la independencia y la abolición de la esclavitud.
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