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martes, 24 de diciembre de 2024

¿Se conformará el pueblo con las promesas de Dilma?

Después de los compromisos asumidos por la presidenta Dilma Rousseff para satisfacer las demandas populares, y de las medidas urgentes para tratar de calmar las protestas públicas, la realidad indica que los brasileños quieren mucho más...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 04/07/2013
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Protestas en Brasil 0001
Los manifestantes pueden estar preparándole el terreno a la derecha para volver a tomar el poder.

La situación política de Brasil es compleja y hasta cierto punto impredecible, ya que, a pesar de los compromisos adoptados por el gobierno para tratar de paliar la crisis, la gente sigue en las calles, luego de dos semanas en un movimiento reivindicativo, apartidista, surgido por el aumento del cobro del transporte público (en manos de cárteles privados) y que, en el fondo, es tremendamente conmovedor, pues en la historia brasileña el pueblo ha sido siempre el gran olvidado.

La historia no engaña. Excolonia portuguesa, gobernado por zares que trajeron de África al cuarenta por ciento de todos los negros esclavizados en América Latina, luego por partidos de derecha, hasta que, en 1964, el izquierdista presidente Joao Goulart fue derrocado por un golpe de Estado y se instauró una dictadura durante 21 años. Cuando concluyó, por razones estratégicas de Estados Unidos para la región, colocó en la presidencia a uno de los llamados “coroneles” millonarios, José Sarney, sin que mediara un voto o ni siquiera la opinión popular. Fue un arreglo entre ricos, de arriba para abajo, como siempre.

Desde entonces se fueron alternando gobiernos representativos de la partidocracia tradicional, hasta concluir un ciclo con Fernando Henrique Cardoso, un supuesto intelectual de izquierda que, siguiendo la práctica neoliberal, entregó el país a las grandes corporaciones internacionales.

Luego de tres intentos fallidos, tomó el poder el exobrero metalúrgico de Sao Paulo Luiz Inacio Lula da Silva, fundador del Partido de los Trabajadores (PT), quien gobernó dos mandatos apoyado por la derecha tradicional, representada en su gabinete, sin que al parecer se percatara de la necesidad de la transformación socioeconómica interna del país; exitoso internacionalmente, pero con grandes diferencias en casa. Tampoco su sucesora, también del PT y propuesta por él mismo, Dilma Rousseff, tuvo conciencia —o si lo hizo tampoco inició un mecanismo de soluciones— de lo que realmente consideraba la población. Un gran error es que olvidaron que el pueblo quería participar en la toma de decisiones, luego de 500 años de que otros pensaran en su lugar.

Resultan conmovedoras las manifestaciones populares espontáneas en el Brasil que, supuestamente —al menos así pensaban los políticos hasta ahora—, solo se movía para los grandes partidos de fútbol y el carnaval. Desde las últimas grandes concentraciones para impugnar al presidente Fernando Collor de Melo han transcurrido dos décadas de aparente calma, cuando en realidad el volcán popular cogía vapor hasta que explotó en más de 100 ciudades de Estados monumentales —como Sao Paulo— donde se han movilizado a diario miles de personas en forma pacífica pero contundente.

La plataforma reivindicativa, en especial en Río de Janeiro, donde un día se reunieron un millón de personas, echó por tierra la creencia de que los partidos —incluido el PT, ahora devenido en otro partido socialdemócrata— eran los protagonistas únicos de la acción política, mientras que la ciudadanía aguantaba en silencio cualquier medida que se le viniera encima. No por casualidad, en Brasilia millares de personas se reunieron frente al Congreso Nacional y ante las gobernaciones estaduales y alcaldías municipales con un ¡Basta ya! escrito en los carteles.

Los estudiantes de las distintas enseñanzas, que exigen el pase libre para transportarse, iniciaron este movimiento pacífico, sin embargo, ya cobró seis vidas, decenas de heridos y de detenidos, dada la brutalidad de la Policía Militar formada por el régimen castrense, sin una preocupación oficial por crear otros valores en ese temido cuerpo armado.

Lo que comenzó como una tenue protesta por 0.20 centavos más en el ticket del pasaje tomó un viraje demoledor para el gobierno. La gente exige cero corrupción política y gubernamental, transparencia en los costes de los grandes eventos deportivos que se avecinan —Copa del Mundo de Fútbol 2014, tras la cual se esconde la transnacional FIFA, y las Olimpiadas en el 2016—, una educación gratuita y de calidad y un sistema de salud pública organizado y moderno, pues ahora clasifica entre los peores de América Latina.

La actual situación reivindicativa está basada en tres puntos: crisis de representatividad, en la cual las personas exigen legitimidad en sus representantes; crisis de valores, pues la sociedad considera que no hay celo en la gestión del dinero público; y crisis en la calidad de los servicios públicos. En varias oportunidades el gobierno ha declarado que carece de fondos para atender tales servicios, pero ha gastado miles de millones de dólares en infraestructura deportiva.

Las protestas se hicieron indetenibles. La presidenta Dilma Rousseff, exguerrillera, presa tres años durante la dictadura, se solidarizó con la gente de las calles y dijo que la marea colectiva era un reflejo de la democracia existente en el país. Aunque sus índices de popularidad han bajado, ella supo maniobrar de manera inteligente, comprometiéndose con un programa de medidas que muchos consideran demasiado pesado para ser aceptado por los elementos de derecha de su gobierno petista.

Ella reconoció que la vida dentro de las casas mejoró mucho en los últimos 10 años (30 millones de personas salieron de la pobreza al crearse empleos), pero fuera de casa ni tanto. En una autocrítica de su gobierno, reconoció que “no conseguimos resolver la movilidad urbana, en la educación no pudimos alfabetizar a los niños con menos de ocho años; en las universidades no conseguimos crear más capacidades para el estudio de la Medicina ni emparejar de manera adecuada el sistema de salud en el interior”.

LA MARATÓN DE DILMA

Roussseff vive en una maratón, mientras Lula da Silva no ha pronunciado una palabra hasta ahora sobre los acontecimientos, aunque es el líder histórico del PT.

En pleno acuerdo con su gabinete, después de anunciar al pueblo reformas políticas, uso de dinero estatal procedente de los royalties de la explotación petrolera para invertir en salud y educación, reunirse con los partidos aliados y los no aliados, con movimientos sociales, estudiantiles, políticos; la mandataria explicó que la semana próxima llamará a un plebiscito a los brasileños para concretar la reforma política que precisa la gigantesca nación con más de 200 millones de habitantes y sexta economía mundial, pero sin que las enormes ganancias nacionales sean distribuidas a lo interno para mejorar la calidad de vida de la población.

Como la candela andaba cerca, ya son varios los gobernadores estaduales y alcaldes municipales que han reducido las tarifas en los medios de transporte, otros los han vuelto a sus precios anteriores, y los menos declararon el Pase Libre para el estudiantado, una medida que se discutió y aprobó en el Senado y luego se discutirá en la Cámara de Diputados para su instauración nacional.

Otras disposiciones que la presidenta anunció, y que son vistas con ojeriza por la partidocracia, son la exigencia en la responsabilidad fiscal, además, sugirió una iniciativa que nunca formó parte de las preocupaciones de gobiernos anteriores ni del suyo, hasta ahora, y es que la corrupción de los agentes del Estado sea incluida en la categoría de los crímenes hediondos. Además prometió medidas para mejorar el transporte público.

Analistas concuerdan en que es la primera vez que un mandatario brasileño promete tantas cosas de una sola vez, lo cual constituye un riesgo, pues necesitará de un fuerte apoyo de los partidos políticos, aliados o no, y de la opinión pública en general. Pero no le quedan alternativas ante la decepción popular con los políticos que mandan en el país en su nombre.

La situación en Brasil cambia de manera rápida, tanto por parte del oficialismo como de los movilizados.

En este torbellino hay que reconocer que los grupos reaccionarios intentan usurpar este importante momento político. Primero utilizaron la represión policial y debieron dar marcha atrás por las protestas en contra. Luego los conservadores quisieron apropiarse del movimiento reivindicativo, apoyando a los manifestantes en todos los grandes medios de comunicación para utilizarlos en beneficio propio contra el PT y el gobierno federal. La maniobra está plasmada en los periódicos Folha de São Paulo, Estado de São Paulo, y la red radial Rede Globo.

Mientras las protestas exigen reformas radicales, los derechistas impulsan campañas reaccionarias contra la corrupción gubernamental para debilitar al PT. Sin una manifestación política clara, los manifestantes, sin proponérselo, pueden preparar el terreno para una política reaccionaria más amplia, de la que ojalá estén conscientes.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista

Se han publicado 1 comentarios


armando
 5/7/13 11:39

Saludos: Pienso que la situacion de Brasil enseña y demuestra varias cosas. 1. Que esas manifestaciones, no provienen del sector pobre de la poblacion , los cuales han sido muy beneficiados en los Gobiernos del PT. 2. Que los enemigos de los pueblos de este mundo han aprovechado muy bien las "planificaciones economicas de las Empresas Capitalistas" en sectores fundamentales de la sociedad del Brasil. 3. EL gran poder que lo forman las Empresas Internacionales de Noticias, que han podido inflar las quejas de un sector de la poblacion ( clase media y confundidos) . 4: El prestigio y entereza del Jefe de Estado, que ha sido capaz de apaciguar los distubios que le han creado los CAPITALISTAS, y fue capaz de proponer de inmediato cambios en la legislacion ancional. 5. Que los medios de informacion "EN los paises independientes y soberanos", el explicar "BIEN" la situacion de la sociedad en Brasil , y no dejarse llevar por las " EMPRESAS DE NOTICIAS CAPITALISTAS".

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