Aunque voceros occidentales de prensa intentan circunscribir las recientes manifestaciones populares en Turquía al intento de preservar el parque de Gezi, en la ciudad de Estambul, frente a indeseados planes constructivos en el lugar, para muchos analistas el asunto tiene otras connotaciones que para nada resultan agradables a los intereses más conservadores y hostiles del orbe.
Lo significan así despachos y comentarios que indican que, entre otras demandas, la gente que ha marchado por las calles de forma airada reclama con insistencia la renuncia del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, la dimisión de los alcaldes de Ankara, Estambul y Adana, y la liberación de los detenidos durante las más recientes jornadas de protesta, que acumulan un saldo inicial de tres muertos y cinco mil heridos a cuenta de la represión policial.
Según manifestantes, el asunto se trata de “una lucha mucho más amplia”, y tiene que ver –apuntan estudios- con el giro indeseable que ha tomado el actual gobierno turco que poco o nada tiene que ver con sus promesas y actitudes iniciales al frente de la nación.
Para el comentarista Thierry Meyssan, por ejemplo, “la sublevación turca tiene sus raíces en la incoherencia del primer ministro Erdogan, que después de haberse presentado como un demócrata musulmán, ha dado un total vuelco a su política interna y externa, mostrando un rostro autoritario, beligerante con sus vecinos, pro sionista , y estrechamente marcado por las tendencias fundamentalistas.
De hecho, el propio autor recuerda que el titular procede de las filas del islamismo más extremista, y por tanto la llamada Hermandad Musulmana, de intensos lazos con Washington, sobre todo en los últimos tiempos, parece regentar con fuerza sus actos y decisiones.
La fuente afirma que bajo la égida de Hillary Clinton al frente del Departamento norteamericano de Estado hasta hace apenas unos meses, esa agrupación de tradicional corte sectario e intolerante logró aposentarse en diferentes gobiernos de Africa del Norte, y ha sido un colaborador ferviente de las acciones desestabilizadoras que terminaron con la caída del gobierno de Trípoli y ahora apuntan contra las autoridades de Damasco.
Los Hermanos Musulmanes nacieron en Egipto en la década del veinte del pasado siglo, sobre la base de una dogmática interpretación del Islam y un rechazo acerbo a las tendencias más progresistas dentro del universo islámico.
Sus militantes en diferentes países se vieron envueltos en acciones antipopulares, como en el caso de la India y la lucha por la independencia liderada por Mahatma Gandhi, o el ejercicio de la violencia contra el nacionalismo árabe en Egipto durante el gobierno de Gamal Abdel Nasser. Los grupos más extremos se afirma dieron sustento en épocas recientes a entidades terroristas como Al Qaeda, regenteadas desde el exterior, entre otros, por los organismos norteamericanos de subversión.
Y si bien se habla de unos primeros tiempos de signos reformistas en la gestión de Erdogan y su Partido de la Justicia y del Desarrollo, AKP, al frente de Turquía, desde hace varios años no faltan las críticas a un endurecimiento y freno de su línea de acción, con la consecuente derivación hacia políticas cada vez más intolerantes.
Así, no solo se manifiestan medidas crecientes de control sobre las personas y sus vidas cotidianas, sino además un enrarecimiento de los vínculos con naciones vecinas que llegaron a ser positivos en cierto momento.
Por demás, el gobierno de Erdogan ha insistido con fuerza en ahondar sus vínculos con Occidente, en lograr su presencia definitiva en el seno de la Unión Europea, en prestar renovados servicios a los pujos expansionistas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y en incorporarse a la concreción del expansionismo Made in USA en Oriente Medio y Asia Central aún a costa de perjudicar sus propios vínculos económicos.
En ese sentido, el ya citado autor Thierry Meyssa, recordaba que con la caída del gobierno de Trípoli y la agresión a Siria, ambos importantes socios comerciales de Ankara, la expansión económica turca, que alcanzó niveles cercanos al nueve por ciento en 2010, cayó a dos coma dos por ciento en 2012.
Por demás -y esto para los socios claves de Turquía- de mantenerse y desarrollarse el amplio movimiento de masas que se viene registrando en la nación otomana, toda la estrategia imperial de dominio sobre las explosivas zonas mesoriental y centroasiática sufriría un rudo golpe, y muy en especial -en este preciso instante- los grupos mercenarios y terroristas que atacan a Siria, y que tienen en el amparo de Ankara un pilar operativo fundamental.
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