Los expertos, esos a los que personajes como Donald Trump tildan de “locos y manipuladores”, no descansan en evaluar, contabilizar, estudiar y advertir que la Tierra marcha a su inexorable colapso mientras quienes en ella vivimos no hagamos algo realmente efectivo para conjurar el desastre.
El año que está a las puertas marcará el medio siglo desde que la naturaleza global perdió todas sus posibilidades de regenerarse por cuenta propia frente a las agresiones medioambientales.
En otras palabras, hace cincuenta años que cuanto se vierte en los mares y ríos, se lanza a la atmósfera, se desforesta, se perfora, se extrae, se mata y se explota a mansalva, es una nueva marca irreparable que nos conduce a un final caótico. Y, por cierto, no será la especie humana de las que quede precisamente para “semilla” luego de la catástrofe.
Y los esfuerzos, siempre mediatizados o rotundamente denegados por quienes se benefician a manos llenas de las heridas a la naturaleza y hasta piensan –ignorantes y prepotentes ellos- que pueden salir ilesos de la hecatombe, siguen siendo por tanto insuficientes.
En Madrid, hasta el cercano día 13 de diciembre, están reunidos ahora mismo países, entidades, expertos y analistas en la titulada Cumbre del Clima COP25, que da seguimiento a las decisiones del Acuerdo de París en materia de calentamiento global y sus graves consecuencias, protocolo este último del que -vale recordarlo-la Casa Blanca hace rato se deslindó unilateralmente bajo al cacicazgo de Trump.
Se está pasando así cuenta a lo hecho y lo por hacer…y es evidente que las cosas marchan mal, y que el cataclismo es más grave que lo pensado.
Los primeros informes manejados en las sesiones confirman que “los últimos cuatro años fueron los más cálidos jamás registrados en el planeta, y que 2019 probablemente completará el lustro después de que julio de este año se convirtiera en el mes más caliente de la historia.”
Al paso que vamos, aportan otras fuentes, luego de que el mundo se calentó un grado Centígrado desde la época preindustrial, se necesitará quintuplicar los compromisos nacionales de reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera si se quiere evitar un recalentamiento no mayor del techo de 1.5 grados previsto en la capital francesa en 2015, todo a pesar de que en un planeta con semejante “controlado” incremento ya serán mucho más frecuentes y dañinos las precipitaciones, la inundaciones, los ciclones y tornados, los terremotos, las sequías, los incendios forestales y la elevación del nivel de los mares, entre otros dislates.
En ese sentido, la Organización Meteorológica Mundial advirtió que "la última vez que la Tierra experimentó concentraciones de CO2 comparables a las actuales fue hace millones de años, cuando el nivel del mar alcanzó alturas que pondrían hoy en peligro a todas las ciudades costeras del planeta.”
Por su parte, estudiosos “incómodos” como el economista norteamericano Jeremy Rifkin, al que se estima toda una autoridad en el tema medioambiental, recordó enfáticamente en entrevista a la prensa que “debemos asumir que estamos a punto de vivir una extinción masiva.”
En las próximas ocho décadas –adujo- podremos perder un 50 por ciento de todas las especies que habitan en la Tierra. La última vez que tuvimos una extinción de esta magnitud fue hace 65 millones de años”.
Por tanto, dijo, “nos queda poco tiempo para transformar la civilización y aprender a vivir de una manera diferente. Tenemos que desechar todo lo que hemos aprendido hasta ahora y empezar de cero”, subrayó.
En consecuencia, las manecillas del reloj de nuestra depauperada casa común podrían muy bien detener para siempre su marcha si los pretendidos sordos al estilo Donald Trump no son puestos en su lugar y cada uno de los seres humanos comprende en profundidad lo que se nos está viniendo encima, porque para entonces no habrá quien doble las campanas.
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