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martes, 19 de noviembre de 2024

Disculpas y mucho más

Las verdades demuestran que Europa sí debe a estas tierras americanas al menos una explicación decente...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 05/10/2021
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Genocidio Indígena-América
Genocidio es el justo término para calificar la conquista europea de América. (Tomada de historiadelnuevo-mundo.com)

Es lamentable asistir al espectáculo, en pleno siglo XXI, de figuras políticas con mentes y conceptos de finales del siglo XV.

Y hablamos en concreto de “gente vieja en el oficio”, como el derechista expresidente del gobierno español José María Aznar y algunos otros personajes similares, que, a cuenta de “piadosos católicos y apostólicos” y de no menos “beatíficos demócratas”, la han emprendido contra el propio Papa Francisco o el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador por sus respetuosos, pero firmes pedidos de que aquellos que desembarcaron el colonialismo en América ofrezcan más que merecidas disculpas a los pueblos indígenas víctimas de la brutal implantación de tan atroz modelo socioeconómico.

Aznar ha llegado incluso a filosofar que “esa visión de la historia es el nuevo comunismo al que se ha nombrado indigenismo, el cual sólo puede ir contra España”, como si admitir verdades incontrastables y asumir objetivamente los trágicos excesos de más de cinco siglos atrás fuese un demérito y una humillación para pretendidos poderes castizos.

Como ya dijimos en textos precedentes, lo que deben entender algunos altaneros de este tiempo es que la empresa de Cristóbal Colón nada tuvo de empeño sociológico ni etnográfico, ni tampoco de rotundo sustrato religioso, entusiasmo cultural, o trazado filantrópico.

El viaje a lo desconocido poseía, eso sí, una preponderante finalidad comercial, y a título muy personal para el Almirante de la Mar Océana, tal vez el interés propio de comprobar que determinadas presunciones geográficas sobre la discutida redondez del planeta eran ciertas, sin descartar toques de aventura, sueños de grandeza y la valedera osadía de asumir un derrotero cuajado de inciertos.

Y es que la gran meta estratégica no era otra que llegar a las tierras de las especias, el oro, las perlas, y la seda, y con ello acrecentar el poder personal e imperial. Un objetivo que no repararía en obstáculos ni miramientos de ninguna índole.

En consecuencia, la devastación de la civilización indígena autóctona se ajustó al logro de tales cánones, y no existió reparo alguno en la aplicación masiva y extendida de la violencia más brutal, bajo el manto artificioso de justificaciones prácticas, religiosas y morales totalmente abominables y manipuladas.

El resultado, como apuntan numerosos estudios sobre el genocidio europeo en América, fue la destrucción hasta los cimientos de las civilizaciones autóctonas más avanzadas de este Hemisferio y el exterminio casi total de las más débiles mediante la estructuración de un régimen de explotación estrictamente inhumano.

Según el antropólogo Darcy Ribeiro, a la llegada europea la población originaria en la actual América Latina sumaba entre unos 75 millones y 100 millones de personas, y transcurrido siglo y medio apenas sobrevivían 4 millones. Para el estudioso “los indios fueron el combustible del sistema productivo colonialista español”. Más de la mitad —agregó— fueron asesinados en las guerras de conquista o en el trabajo forzado. El resto murió por las plagas y pandemias traídas por el hombre blanco.

Por su parte, otro autor, Steven Katz, en su libro El Holocausto en el contexto histórico, asegura que “la despoblación del Nuevo Mundo, con todo su terror y muerte, se trata del mayor desastre demográfico de la historia”.

Son realidades tan trágicas, grandes y evidentes como el tráfico de esclavos africanos, lo campos nazis de concentración, o los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki. Dramas que no pueden soslayarse, ocultarse ni pasarse deliberadamente por alto, y en consecuencia nadie debería sentirse ofendido por el reclamo de las víctimas de que se les haga justicia histórica, ni mucho menos pretender obviarlos tras el cortinaje de un pretendido “legado civilizatorio”.

Sobre el tema hemos dicho además que, no obstante, estas tierras nuevas terminaron por ser un crisol de culturas y razas, al punto de conformar una mixtura que no reniega de ninguno de sus ancestros, porque justo suma lo mejor y no lo peor de ellos.

Hacer justicia a la verdad histórica, por tanto, no es un oficio denigrante, sino por el contrario, es mostrar honestidad, decencia y virtud.

Y es que los tiempos del insulto, el desprecio y el supremacismo que todavía agitan algunos nostálgicos de la ira, ya no tienen cabida ni acallan la voluntad de poner las cosas en su definitivo lugar.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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