Este 2022 se caracteriza en América Latina por el surgimiento de nuevos gobiernos progresistas o de izquierda, los que brindan nuevos matices a la política regional dominada de manera mayoritaria en el último cuatrienio por partidos conservadores que continúan dando guerra para recuperar en 2024 parte del terreno perdido.
Los cambios estructurales son una necesidad histórica. La población latinoamericana, estimada en más de 600 000 de habitantes, ha visto aumentar los índices de pobreza. Cuando concluya este año, el número de personas en esa situación ascenderá a 82 000 000, indican estimaciones de la Comisión Económica para América Latina (Cepal). Son 12 000 000 más que en 2019 cuando comenzó en la zona la expansión de la pandemia de la COVID-19 con sus funestas consecuencias en el área económica-social.
La actuación de las administraciones de corte neoliberal, como en Argentina (Mauricio Macri), y en Brasil (Jair Bolsonaro) durante la enfermedad influyó en buena medida en la decisión popular de cambiar las cúpulas gobernantes por otras que presentaron después como programa mejorías económicas y sociales, y proyectos integracionistas inclusivos a lo interno y hacia el exterior.
En los últimos cuatro años quedaron en evidencia difíciles situaciones económicas –independientes de las derivadas de la COVID-19- debido a la corrupción gubernamental a distintos niveles. Quedaron al descubierto robos, sobornos, desfalcos –como en Brasil y Honduras- que hicieron crecer un malestar social expresado en las calles de varios países, tanto en Centro como Suramérica.
En ese contexto, de nuevo América Latina comienza a cambiar de rumbo, impulsado por sus necesidades internas. Se observa, entonces, que cada país hace los cambios de acuerdo con sus características.
Cuba, Venezuela y Nicaragua, tres naciones democráticas de zonas geográficas distintas de la región, siguen en su batalla por la supervivencia de sus pueblos acosados por Estados Unidos por diferencias ideológicas. A pesar de la solidaridad de gobiernos y pueblos, la Casa Blanca mantiene una desenfrenada política de medidas y sanciones unilaterales en su contra.
FOCO SOBRE LATINOAMÉRICA
Este 2022, un año de elecciones generales, puso de nuevo bajo los focos a políticos que, autodefinidos como izquierdistas algunos, y progresistas otros, retomaron las riendas en sus países, dejando atrás una época de desastre neoliberal.
En 11 de las 12 elecciones presidenciales que se completaron en Latinoamérica desde 2019, el voto fue para cambiar el partido en el poder.
Ocurrió incluso –según los indicadores poblacionales- que un presidente derechista sustituyó a otro, como es el caso de Ecuador, donde el banquero Guillermo Lasso desbancó a Lenin Moreno, un ex dirigente del partido Alianza País de Rafael Correa, y que, luego de traicionar su supuesta ideología, entregó importantes riquezas al capital privado y trasnacional.
Aunque era notable la atención internacional sobre una eventual transformación regional, dados los resultados de comicios previos, dos grandes naciones de Suramérica, Colombia y Brasil, atrajeron el interés de expertos, teniendo en cuenta que el cuatrienio fue marcado por dos mandatarios de tendencia ultraderechista, Iván Duque y Jair Bolsonaro, respectivamente.
La victoria del ex alcalde de Bogotá y senador Gustavo Petro, con un 50,4% de los votos válidos, del partido Colombia Humana constituye un hito, ya que por primera vez un líder de la izquierda asciende a la primera magistratura.
Petro implementó desde su llegada a Casa de Nariño un programa destinado en primer lugar a lograr ¨la paz total¨ en Colombia, el cual avanza con notable rapidez. Las conversaciones con la guerrilla activa Ejército de Liberación Nacional (ELN) tiene lugar en Caracas, Venezuela, en tanto otros grupos subversivos también prometen entrar en este ciclo que podría terminar con la guerra fomentada, además, por las bandas mafiosas que manejan el narcotráfico hacia otros países.
El otro gran triunfo de la izquierda tuvo lugar en Brasil, una nación con casi 260 000 000 de habitantes que perdió su rumbo económico y su prestigio internacional bajo la administración de Bolsonaro, a quien la revista The Economist calificó como ¨pupila estrella¨ de Donald Trump¨, el controvertido exjefe de la Casa Blanca.
¨Brasil está de regreso¨ afirmó Lula, sobreviviente de la guerra jurídica contra dirigentes progresistas latinoamericanos –como lo fueron, entre otros, Fernando Lugo, en Paraguay, Evo Morales, en Bolivia, Cristina Fernández en Argentina, Jorge Glass y Rafael Correa en Ecuador-.
El presidente electo, que tomará posesión el próximo 1 de enero pasa a ser el decano del bloque de izquierdas y su propósito es sacar de la pobreza a casi 40 000 000 de personas y reinsertar a su gigantesca nación en el resto del mundo.
Además de las lecturas sobre el significado de una lucha global entre la ultraderecha, encarnada en ese caso por Bolsonaro, y la izquierda de Lula da Silva, el resultado tiene, en la práctica, una gran repercusión en los equilibrios regionales.
Desde 2018, por población, peso económico y capacidad de interlocución con Estados Unidos, el liderazgo latinoamericano correspondió, y sigue dando ejemplo, al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien situó de nuevo a su país en el centro de la diplomacia internacional y la defensa de la paz, la justicia y la igualdad social.
López Obrador recibió a Lula el pasado marzo e hizo hincapié en sus afinidades políticas. “Nos une la lucha por la igualdad y la justicia”, afirmó entonces.
La coalición de partidos de izquierda y progresistas que `postuló a Lula no derrotó solo a Bolsonaro, sino que se hizo también con el timón de una alianza regional con ciertos precedentes, pero en otro contexto.
Una de las características del nuevo panorama político es la diferencia con lo sucedido en la década del 2000, cuando candidatos izquierdistas ganaron presidenciales decisivas, como Hugo Chávez, en Venezuela; Lula da Silva, en Brasil; Néstor Kirchner, en Argentina; Michelle Bachelet, en Chile, José Mujica, en Uruguay, Evo Morales, en Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador, entre otros. Ahora, no en todos los países –aunque los programas sociales defienden la eliminación de la pobreza y la desigualdad social- habrán cambios radicales, como ocurrió con la Revolución –con distintos apellidos, Bolivariana, Ciudadana, del Siglo XX- . En opinión de politólogos, es muy distinta la llamada izquierda radical de Chávez a la izquierda moderada de Lula da Silva o Bachelet. Cada país tiene una realidad política y social distinta. Y sobre la base de la diversidad es que se encamina la unidad regional.
ENTRE 2018 Y 2022 LA LUCHA EN LAS URNAS
Entre 2018 y 2022 casi 300 millones de latinoamericanos acudieron a las urnas para elegir un nuevo o nueva presidente.
El 2021 empezó a trazar la pauta. En Perú, el maestro de enseñanza primaria Pedro Castillo, un sindicalista autoproclamado defensor de los humildes, ganó la carrera presidencial con el partido Perú Libre -y contra todo pronóstico- a la lideresa ultraderechista Keiko Fujimori, quien desde el Congreso Nacional ha hecho la guerra durante años a los ocupantes de la Casa de Gobierno,
Ese año también ganó en Honduras una política de vasta experiencia, Xiomara Castro, del partido izquierdista Refundación y Libertad (Libre), primera mujer en ocupar ese cargo en la historia del país centroamericano. Ella llegó precedida por la corrupción del saliente Juan Orlando Hernández, encarcelado ahora por ese delito en Estados Unidos. Acabar con esa lacra es uno de sus propósitos.
El exlíder estudiantil Gabriel Boric, entonces con 35 años, derrotó con la alianza Convergencia Social por amplia mayoría al candidato derechista José Antonio Kast, prometiendo reestructurar las bases socio-económicas de una nación que aún reclama una nueva Carta Magna en abierta batalla contra la derecha oligárquica.
Antes, en 2020, Bolivia retornó a la democracia con la victoria en las urnas de Luis Arce, exministro de Economía del derrocado presidente Evo Morales, a quien un complot de la embajada de Estados Unidos en La Paz, en contubernio con la Organización de Estados Americanos (OEA) sacaron del Palacio Quemado en un golpe de Estado cívico-militar en 2019.
En esa fecha, ya operaban en el panorama regional los jefes de gobierno de México, y de Argentina, Alberto Fernández, quienes dieron muestras del manejo de la diplomacia y solidaridad al salvar la vida de Morales.
Otros países donde hubo cambios presidenciales en el período fueron, entre otros, Costa Rica, con Rodrigo Cháves, Uruguay, Luis Lacalle Pou, Paraguay, Mario Abdo Benítez, El Salvador, Nayib Bukele, Panamá, Laurentino Cortizo, República Dominicana, Luis Abinader.
Pero lo realmente importante no es votar alternativas sino en que estas cumplan con las expectativas expresadas en las urnas.
Se espera que los nuevos gobiernos surgidos a partir del 2018 entreguen resultados positivos en educación, medio ambiente, seguridad social, empleo, pobreza y seguridad pública, sea cual fuera su ideología.
América Latina es la región más desigual del planeta, pero también la más violenta. Mientras que alberga solo al 9% de la población mundial, registra el 34% de todas las muertes forzadas.
Recuperar el tejido económico, base de cualquier transformación duradera, será difícil en un área con crecimiento económico moderado (la Cepal prevé un 3%), la presión inflacionaria y mayor deuda pública.
Pero ya se avecina otro período. Apenas comience el nuevo año, las maquinarias electorales echarán a funcionar en busca de candidatos, programas, propagandas, comicios primarios. El propósito será convencer a los electores a entregarles su voto en 2024. Quizás para entonces haya otras sorpresas en la política latinoamericana.
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